Entender
las razones que llevan a un joven de 18 años a asesinar a sangre fría a otros
jóvenes no es fácil. Sobre todo cuando él no puede explicarlas porque ha
decidido a continuación suicidarse. En este caso tenemos algunos datos que nos
permiten formular, con prudencia, algunas hipótesis para tratar de explicarnos
el sinsentido de esta matanza.
Datos policiales y lo que equivaldría a la carta
del suicida: la conversación que mantuvo con un vecino mientras disparaba, y
que éste difundió posteriormente por las redes sociales.
En esa
conversación Ali Sonboly le confiesa que él fue acosado durante siete años y la
policía informa que sufrió también un ataque donde fue golpeado, hace algún
tiempo, por unos jóvenes delincuentes.
Este
último dato tendría poco valor si no fuera en el contexto de una humillación
larga y continuada como es la que sufren las víctimas del bullying. Sus
secuelas son evidentes y sabemos que dejan huellas indelebles. Algunas toman la
forma de una depresión (Ali estaba recibiendo tratamiento por este motivo), que
en ocasiones deriva en un acto suicida, cuando tienen el convencimiento íntimo
de haber llegado a un momento de su vida en el que su dignidad o su valor han
desaparecido o lo harán pronto.
Se
sienten entonces objetos sin valor, sin bienes, a veces sin honor, y en
ocasiones usados como instrumentos por el otro. Tienen el sentimiento, y a
veces la certeza, de ser invisibles para el otro. El propio Ali se rebela ante
esto y le señala al vecino –que lo trata como “gilipollas”– que, a pesar de la
ascendencia paterna iraní, “soy alemán y nací aquí”.
Lo que
queda de esa humillación, además de este sentimiento de pérdida y decaimiento,
es una rabia intensa. Su vivencia de haber sido violentados (abusos, maltratos,
acoso) como objetos ha borrado su dignidad como sujetos. Sin eso que han
perdido, su vida no vale la pena y se dejan caer como un objeto inútil que se
arroja por la ventana o por un puente. Les queda, a veces, una última acción
antes de desaparecer: golpear en el otro esa crueldad que sintieron en su
propio cuerpo.
Para
ello necesitan armarse también de razones. Parece que Ali las encontró en
Anders Breivik, autor de los ataques del verano del 2011 en Noruega, donde
realizó un atentado bomba con ocho muertos y una posterior masacre de 69
jóvenes en un campamento de verano en una pequeña isla.
Su
modus operandi tiene muchas similitudes (ayer era el quinto aniversario) y la
policía ha encontrado en su casa documentos relacionados con Breivik.
Seguramente fue su referencia, pero cada uno tiene su causa particular que lo
empuja al paso al acto violento para desembarazarse de eso que los clásicos
llamaban el Kakon (en griego significa “mal”). Ali lo describe muy bien
cuando el vecino le pide que deje de disparar porque ya no hay nadie y él le
responde: “¡No se han ido! ¡Ese es el problema, que no se han ido!”.
De eso
se trata, de que ese mal interno que él imputa al extranjero no termina de
desaparecer y exige un último esfuerzo en forma de su propia desaparición en el
acto suicida. Lo vimos en Columbine, donde los dos jóvenes, víctimas de acoso
escolar y admiradores de Hitler, del que apenas conocían su ideología, se
suicidaron tras la matanza.
Paradójicamente
ese acto final, sin embargo, les restituye algo de la dignidad perdida. Es un acto,
no fallido, que tiene una finalidad: recuperar su posición de sujetos de pleno
derecho, autoafirmarse y acabar definitivamente con la rabia.
From: La Vanguardia. Internacional.
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