Introducción: ¿El fin de la
Infancia?
“Jeff y Jenny
fueron los primeros, pero muy pronto se les unieron muchos otros. Como una
epidemia, extendiéndose rápidamente de país a país, la metamorfosis infectó a
toda la raza humana. No alcanzó prácticamente a nadie de más de diez años, y no
se salvó prácticamente nadie de menos de esa edad. Era el fin de la
civilización, el fin de los ideales que los hombres venían persiguiendo desde
los orígenes del tiempo. En sólo unos pocos días la humanidad había perdido su
futuro. Cuando a una raza se le priva de sus hijos, se le destruye el corazón,
y pierde todo deseo de vivir.”
A. Clarke. El fin de la infancia.
Arthur Clarke, escritor y científico británico, autor de
2001: Una odisea del espacio, tituló una de
sus primeras novelas, aparecida en 1953, El
fin de la infancia (Clarke, 2000). Casi recién finalizada la segunda guerra
mundial y en el inicio de los años dorados del capitalismo, imaginó allí una
utopía: la desaparición de la humanidad a causa del hiperdesarrollo mental de
los niños que, finalmente, dejarían de tener cuerpo para devenir en entidades
psi: las supermentes.
Antes del final, los
superseñores, seres extraterrestres que invadieron pacíficamente la tierra,
habían eliminado los conflictos sociales y una atmósfera de felicidad se
extendía sobre la tierra. De felicidad y de un profundo aburrimiento ante esa
vida sin sobresaltos ni deseo alguno. El fin de la humanidad tal como la
habíamos conocido era, pues, cuestión de tiempo.
Años más tarde, en 1982, Neil
Postman sociólogo y crítico
cultural estadounidense,
discípulo de Marshall
McLuhan, publicó su obra La
desaparición de la infancia (Postman, 1988). La tesis de Postman es que la
infancia, siguiendo los trabajos del historiador de las mentalidades Philippe
Ariès (Ariès, 1992), nació con la imprenta y desapareció con la televisión.
Nació cuando los adultos empezaron a leer, preservando así sus cosas del
conocimiento de los niños, que quedaron protegidos por su “inocencia” ante los
hechos adultos.
La
televisión, primero, y más tarde las actuales tecnologías de la información y
la comunicación (Internet) pusieron a cielo abierto esos secretos adultos. Su
fácil acceso, y la universalidad que implica, hace que hoy cualquier niño o
niña pueda acceder, desde su casa, a millones de páginas web donde se ofrece
porno online, imágenes de violencia o venta de armas o drogas. Fue la propia
ONU quien, en 2015, desveló que los principales consumidores de porno online en
el mundo eran niños y adolescentes de 12 a 17 años. Esto nos plantea enigmas de
cómo hará cada uno, más adelante, con eso percibido precozmente[i].
Y es solo un dato de los
numerosos existentes, que nos muestran que hoy esa nueva realidad digital
difícilmente preserva ya barreras entre el mundo infantil y el mundo adulto
(Ubieto, 2017a).
Donde antes había el tabú y los
velos del pudor y la vergüenza, hoy aparece la satisfacción como la referencia
a seguir. Goce que debe ser inmediato y que, a diferencia de la utopía soñada
por Clarke: desarrollar al máximo las capacidades cognitivas de los niños y
adolescentes para trascender las limitaciones cotidianas, requiere del cuerpo
siempre activado.
Los niños y niñas no se han
transmutado en entidades incorpóreas, sino que lo han hecho en cuerpos gozantes
bajo el régimen de lo Híper, tan presente en nuestras vidas. Nothing is impossible podría ser el lema de esta utopía
actualizada.
Su
hiperconexión permanente los mantiene en una hiperactividad non stop, signo
claro de su rendimiento productivo (Han, 2012). Hoy en España el 50% de los menores navegan
habitualmente por Internet y si nos fijamos en la franja de mayores de 15 años,
el 95% tienen un smartphone que usan entre 3- 4 horas al día y casi una cuarta
parte (22%) más de 6 horas[ii].
En esta tarea hay que poner el
cuerpo y su imagen, mostrarlo en el escaparte global desde el momento mismo de
nacer. Famosos como la tenista Serena Williams, el nadador olímpico Michael
Phelps o la estrella de realities estadounidense Kim Kardashian han creado
perfiles propios para sus hijos, pocos días después de nacer, en la red
Instagram, haciéndose eco de una moda compartida por millones de padres y
madres en todo el mundo.
Algunas de estas cuentas obtienen ingresos gracias a acuerdos de publicidad
con marcas, normalmente de productos para bebés. El bebé más seguido de Instagram, Ashad, hijo del
rapero DJ Khaled, cuenta con 1,7 millones de seguidores y hay muchos hashtags,
como #baby, con más de 121 millones de fotos publicadas. La moda anterior de
los bebes modelos se reactualiza hoy con los bebes instagramers[iii].
“Todos productores y
consumidores” podría ser el lema que igualase a adultos y niños, borrando las
fronteras entre unos y otros. Una identidad compartida, ya no por la vía de los
ideales, sino a través del objeto de consumo común. El problema de esta utopía
es que hace aguas por todas partes, generando síntomas que muestran su fracaso.
Las formas patológicas de la
hiperactividad (TDAH, conductas de riesgo), del entusiasmo (Trastorno Bipolar
Infantil, aislamiento, autolesiones), de la inhibición (fracaso escolar,
absentismo), de la convivencia (acoso, violencias familiares) o del parasitismo
del propio objeto, que parece apropiarse de la voluntad y de la decisión del
sujeto (consumos, adicciones, dopaje), no cesan. No parece que la ficción
novelada por Clarke vaya a conducir la humanidad por la vía pacifica de las
supermentes.
¿Por qué entonces esta pasión
por liquidar la infancia? ¿Qué nos resultaría tan insoportable de lo infantil
en nuestra época?
Los adultos estamos colonizando
la infancia de manera acelerada por la vía de lo híper como patrón: infancias y
adolescencias hiperactivadas, hipersexualizadas, hiperconectadas y al tiempo hipercontroladas. Si tradicionalmente
se “adoctrinaba” a la infancia en nombre de los ideales, hoy tratamos, más
bien, de imponerles un modo de goce que es el nuestro, el adulto. Queremos que
sean emprendedores, con una identidad sexual clara y precoz, incluso con
posiciones políticas, dominadores de varios idiomas, creativos y atrevidos para
apostar o arriesgarse. Que sean, al mismo tiempo, perfectamente evaluables en
sus resultados. Esta “producción” de niños y niñas bajo el régimen de lo híper
parece dejarles sin el tiempo infantil.
Para conseguirlo no necesitamos
ya extraterrestres con poderes sobrenaturales. Nos basta con estrategias más
terrenales como la McDonalizacion de
la infancia a la que se refiere Timimi, proceso por el cual se patologizan, a través de un diagnostico y una medicación, problemas normales que los
adultos suelen tener con los niños y los adolescentes, ya sean problemas de
conducta relacionados con la atención y la dedicación a las tareas que
“debieran” hacer, o situaciones como los berrinches y cambios de humor, nada
inusuales por otra parte (Timimi, 2010).
Paralelamente a esta pasión por
el naming y el dopaje, hemos poblado
el universo infantil, cada vez más precozmente, de
nuevos objetos, los gadgets (móviles, ordenadores, tablets,..) que los conectan
a un otro virtual, anónimo y escurridizo, que pasa fácilmente desapercibido para
los padres, al tratarse de un interlocutor extrafamiliar. Un porcentaje elevado
de los padres, entre un 50 y un 80%, según los estudios, desconocen las páginas
que visitan sus hijos o los juegos con los que se divierten[iv].
Esta
hiperconexión no es ajena al destino que la curiosidad y el aburrimiento,
signos inequívocos de la infancia, están tomando. La curiosidad aplastada por
los estímulos incesantes que los invaden y el aburrimiento como una especie de
enfermedad de la que habría que curarse rápidamente.
De esta manera contrariamos la
lógica misma de lo infantil que es ante todo, como nos mostró Freud, un tiempo
para comprender, un tiempo para hacer (se) preguntas más que para encontrar
respuestas definitivas. Un tiempo de juego y elaboración más que de trabajo
productivo. Juego debe entenderse en lo que tiene de constituyente para el
niño. Los niños no juegan solo para entretenerse, lo hacen sobre todo para
representarse lo irrepresentable: la muerte, el dolor, la sexualidad, la
soledad. Cuando simulan ser un superhéroe o se esconden de nuestra mirada es
porque asumen sus limitaciones o tratan de pensar su ausencia en relación a
nuestro deseo, a lo que son para nosotros “si no estuvieran”.
La infancia es, pues, un tiempo
abierto a lo inacabado, a lo que está por venir y por construir. Un tiempo
también para fracasar y aprender de los tropiezos. Un tiempo para las sorpresas
y la curiosidad. El saber que allí se explora, incluido por supuesto el saber
sobre el sexo, tiempo habrá de ponerlo a prueba más tarde, en el “despertar de
la primavera”.
Reivindicar una cierta inocencia
infantil no es ser nostálgicos ni moralistas, es simplemente reconocer que no
se puede eliminar ese tiempo de latencia en el que cada uno y cada una vamos
construyendo lo que será después nuestro modo singular de estar en el mundo. Y
no se puede eliminar porque no se trata solo de un tiempo cronológico, más o
menos corto o largo según épocas. Es algo más importante en la construcción de
una persona.
Es un momento lógico necesario,
decía Freud, para formar aquellos síntomas y defensas, como el pudor, la
vergüenza, los ideales, con los que hacer frente a ese real que constituye lo
más íntimo y propio de cada uno. Es el tiempo en el que la sexualidad y la
muerte se viven pero necesitan ciertos velos antes de abordarlas directamente
(Freud, 1981a).
Ese trayecto, no exento pues de
dificultades, exige su tiempo, propio a cada uno, y por ello nombrar precoz y
precipitadamente como trastorno o fracaso aquello que nos hace singulares es,
contribuir, como decía Clarke, a una pérdida del deseo de vivir. Al igual que
las propuestas “tecnológicas” de pretender monitorizar la infancia, al estilo
que tan bien describe la serie Black Mirror en su última temporada[v],
o los nuevos gadgets como los WatchPhone
que incorporan toda una tecnología de control remoto y prometen ser “La manera más inteligente de proteger a su hijo”[vi].
Nuestro deseo, como autores de
este libro, es más bien lo contrario. No liquidar la infancia que hay en cada
niño y niña. Reivindicar ese tiempo de construcción subjetiva sin patologizar
aquello que forma parte de las soluciones e invenciones que cada uno va
haciendo. Reivindicar el derecho de los niños y niñas a darse un tiempo antes de hacerse adultos, a
“fracasar” antes de concluir su investigación.
Para ello nos hemos tomado
nuestro tiempo para escucharles, primero a ellos, suponiéndoles un saber,
también a sus padres y maestros, para luego conversar entre nosotros, sin ánimo
de exhaustividad y dejando algunos temas para futuros trabajos. Y lo hemos
hecho siguiendo los pasos de nuestra propia formación y experiencia, diversa
pero no antagónica. Desde el psicoanálisis de orientación lacaniana hasta el análisis de la conducta de orientación
fenomenológica existencial, pasando por las enseñanzas de muchos otros
pensadores.
Autores como Hanna Arendt, con
cuyas palabras querríamos concluir esta introducción:
La
educación es el punto en el que decidimos si amamos el mundo lo bastante como
para asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina que, de no
ser por la renovación, de no ser por la llegada de los nuevos y los jóvenes,
sería inevitable. También mediante la educación decidimos si amamos a nuestros
hijos lo bastante como para no arrojarlos de nuestro mundo y librarlos a sus
propios recursos, ni quitarles de las manos la oportunidad de emprender algo
nuevo, algo que nosotros no imaginamos, lo bastante como para prepararlos con
tiempo para la tarea de renovar un mundo común.
Arendt, 2003, p.208
Esperamos querido lector y
lectora que sea para ti también una ocasión de conversar sobre esa novedad que
todo niño y niña trae bajo el brazo y que, por tanto, debemos acoger y no
rechazar.
[i] Un Women. “Cyber violence against women and girls”. Report by the Un broadband commission for digital development working group on
broadband and gender. New York, September 2015. Consultado el 2/1/2018. http://www.unwomen.org/~/media/headquarters/attachments/sections/library/publications/2015/cyber_violence_gender%20report.pdf?d=20150924T154259&v=1
[ii] Informe ditrendia 2016. “Mobile en
España y en el Mundo”. Consultado el 2/1/2018 http://www.amic.media/media/files/file_352_1050.pdf
[iii] Pablo G. Bejerano. “¿Qué hay
detrás del fenómeno de los bebés en Instagram?”. La Vanguardia. 15/12/2017. Consultado el 2/1/2018
http://www.lavanguardia.com/tecnologia/20171215/433630845261/bebes-instagram-fenomeno-redes-sociales-menores-fotografia.html
[iv] National Cyber Security Alliance. “Survey Reveals the Complex Digital Lives of American Teens and Parents”.Washington, 24 de Agosto, 2016. Consultado el 2/1/2018
[v] El primer capítulo de la nueva
temporada (T4), titulado “Arkangel” y dirigido por Jodie Foster, muestra como
una madre, Marie, haría cualquier cosa para proteger a su hija y cuando se crea
un dispositivo que hace justo eso, encuentra la fórmula adecuada.
[vi]
The Smartest Way to Protect Your Child. “WatchPhone is a hybrid between a
smartphone and a wrist watch. It is a fusion of functionality and convenience
for parents who wants to add security to their child”. Consultado el
2/1/2018https://oaxis.com/en/products/watchphone/
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Índice:
Introducción
¿Qué hay de nuevo en la infancia del Siglo XXI?
·Infancias híperpautadas y al tiempo desreguladas
·Pasión por etiquetar: la era del naming
·La McDonalizacion de la infancia
¿Todos hiperactivos?
·Neuroidentidades: niñ@s neuronales
·¿Existe el TDAH?
·Todo niño/a es hoy sospechoso de TDAH mientras no demuestre lo contrario
·Estrategias de ayuda y acompañamiento: “primero, la educación”
·“La que se avecina”: ¿un caso de TDAH?
Bipolares infantiles
·¿Los niños se deprimen… como los adultos?
·“Y de repente el mundo se oscureció”. Un caso de “depresión” infantil
¿Cómo ser rebelde hoy?
·Una nueva tribu: los conductuales
·¿Síntomas o trastornos?
·Lo que inventan los niños. “El caso de la lagartija que salió del bolsillo”
¿Infancia medicada o dopada?
¿Cómo seguir siendo interlocutores válidos para los niños y niñas del S. XXI?
a.Una nueva realidad: el otro digital
b.Madres y padres en apuros
c.Recuperar la conversación y el juego
A modo de conclusión: ¡Que Viva la Infancia!
Bibliografía
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