La
cineasta francesa Mariana Otero hacía mucho tiempo que tenía una pregunta:
quería entender algo sobre la locura. Y encontró una respuesta en la frontera
entre Francia y Bélgica. Casi por azar conoció un día a Bernard Seynhaeve,
director de Courtil: una institución orientada por el psicoanálisis
lacaniano que recibe a niños y niñas con dificultades sociales y psíquicas, en
internado o semi-internado.
A
Mariana Otero le llamó algo la atención. En este lugar no utilizaban palabras
como “disminuidos mentales”, “autismo” o “discapacitados” como en otros
espacios que había visitado. Le explicaron que para ellos cada niño es un enigma.
Cada uno de ellos, a diferencia de nosotros que tenemos una lengua común, tiene
una lengua privada. En Courtil se dedican a descifrar y entender esta lengua
caso por caso. ‘A cielo abierto’ es un documental –que se
complementa con un libro de entrevistas- que nos permite entender algo sobre
cómo ven el mundo los niños de Courtil y de los efectos terapéuticos que la
orientación lacaniana tiene en sus subjetividades. ¡Y vaya si los tiene!
Desde
La Casa de la Paraula hemos querido conversar con ella durante su
visita a Barcelona para el preestreno del documental. Mariana Otero nos muestra
en su film un claro ejemplo de cómo partir del no saber más absoluto, dejarse
interrogar y abrirse a una pregunta, entrar en Courtil con el respeto que se
merecen los niños y los profesionales y rodar una película arriesgada pero que
da cuenta de muchas cosas. Se estrena en breve. ¡Vayan a verla!
Eso
sí, si van les recomiendo un ejercicio bien saludable: aparquen sus prejuicios
en casa y, por largo que pueda parecerles el documental, déjense sorprender
hasta el final.
Marta Berenguer: Su documental parte de una pregunta muy
personal sobre lo humano, sobre la alteridad, sobre la locura. ¿Por qué se
preguntaba usted sobre ello?
Mariana
Otero: Pienso que a mucha gente la
locura le fascina y da miedo a la vez. El porqué de la locura es una pregunta
que me he hecho siempre. Hace 25 años que hago cine y durante mucho tiempo no
sabía cómo tratar este tema ya que pensaba que necesitaba una cierta
experiencia tanto humana como cinematográfica. Después de 25 años pensé que
quizá ya era el momento de hacer una película. Pero había una condición para
ello: yo quería conseguir hacer una película que permitiera entender y no
únicamente mostrar algo de la locura. Visité muchos lugares que trabajaban
básicamente con adultos pero siempre tenía la sensación que la gente que
trabajaba allí proyectaba su propia manera de ver el mundo en los llamados
“discapacitados mentales” que atendían en sus centros y, por lo tanto, no podía
entender nada. Un día me hablaron de Courtil, una institución belga muy grande
que acoge 250 niños y trabaja bajo la perspectiva del psicoanálisis lacaniano.
En
principio yo sabía muy poco de psicoanálisis y partía de un cliché que me decía
que los niños estarían sentados en una silla y les harían preguntas sobre el
padre, la madre, etc. La verdad es que partiendo de este prejuicio no tenía
muchas ganas de ir a Courtil pero decidí ir a conocer la institución. Asistí a
la primera reunión de los responsables terapéuticos y lo que encontré más
sorprendente es que nunca hablaron de locura, ni de discapacidades, ni de
autismo. No usaban ninguna de esas palabras sino que se hacían preguntas sobre
cada niño para intentar entender a cada uno. Les pregunté entonces por qué no
utilizaban esas palabras y me respondieron que para ellos cada niño es un
enigma y su trabajo es entender y encontrar una solución apropiada para cada
uno de ellos.
Pensé
que si este era su trabajo me podía quedar allí para también entender y
finalmente hacer una película sobre este tema.
¿En
Courtil encontró la respuesta que buscaba?
Debo
decir que los primeros días en Courtil no entendía nada, estaba totalmente
perdida. Pasado un mes, después de ver el día a día de los niños, de escuchar a
los profesionales y la manera que tenían de hablar de ellos, después de
intentar varias cosas, empecé a ver más allá de las apariencias. Empecé a ver
aquello que en un principio me parecía invisible. Fue eso lo que me motivó para
hacer esta película. Compartir esta experiencia con el espectador. La
experiencia de un descubrimiento me impulsó a querer que también el espectador
pudiera vivir algo similar. La experiencia de ‘A cielo abierto’ me ha permitido
ver el mundo con otros ojos.
¿Cómo
consiguió usted introducir su cámara en Courtil y que tanto sus profesionales,
los niños y los padres accedieran a grabar la película?
En
primer lugar pasé por un proceso de localizaciones muy largo, sin ninguna
cámara. En un principio el director de Courtil decía que no quería que grabara
a los niños. De hecho, yo estaba muy de acuerdo con eso, pensaba que no sería
posible. ¡Me parecía complicadísimo! Si más tarde se abrió la posibilidad de
hacer la película es porque después de un par de meses empecé a entender a esos
niños y allí comencé a pensar que podría filmarlos. Cuando en Courtil vieron
que mi intención no era mostrar a los niños sino intentar comprender,
estuvieron de acuerdo en poder grabarlos. Así, poco a poco me fui integrando en
el equipo, encontré mi lugar y me aceptaron. Fue un proceso bastante largo.
Saqué mi cámara al cabo de nueve meses cuando vi que todo el mundo estaba
listo, también yo misma. A partir de allí estuve rodando durante tres meses
siempre con la cámara atada a mí.
Se convirtió usted en una especie de “cámara-cuerpo”.
Partía
de la idea que si yo y la cámara estábamos separadas quizá los niños se
apropiarían y harían alguna cosa con ella; quizás otros no aceptarían ser
filmados pero también pensaba que a lo mejor para muchos la experiencia les serviría
de alguna cosa. No sabía exactamente para qué sería útil pero pensaba que su
relación con la cámara serviría también para explicar alguna cosa respecto a su
relación con los otros y con la mirada. Es por ello que decidí colgarme la
cámara para que fuera como un apéndice de mi cuerpo y para que la relación de
los niños conmigo pudiera transformarse durante el rodaje. Si hubiera tenido un
técnico de sonido, por ejemplo, los protagonistas hubieran estado mirando una
vez para un lado, otra vez para otro. De la manera que lo hice, en cambio, se
puede construir algo.
En
la película aparece una niña, Allyson. Durante las localizaciones noté que era
muy apática. Es una niña diríamos “esquizofrénica” y que tiene la sensación de
tener un cuerpo que se va por todos lados. En una escena de la película se mira
el brazo como si no fuera suyo. Antes del rodaje Allyson no corría, casi no se
movía, estaba incluso un poco “depresiva”. Creo que la relación con la cámara,
con el marco, le permitió de alguna manera juntar su cuerpo y ponerlo en
movimiento. Al final de la película hay una escena muy alegre y divertida en la
que esta niña y yo nos ponemos a correr juntas en un campo. Fue algo realmente
sorprendente porque antes del rodaje quizás esta niña nunca hubiera hecho esto.
Su relación con la cámara, pues, tuvo ciertos efectos y fue como una solución
para ella.
¿En ‘A cielo abierto’ qué pretende usted contar al
espectador?
Intento
hacer vivir al espectador la misma experiencia que yo viví. Es decir, conseguir
paso a paso entender la película. Al principio el espectador puede que se
sienta un poco perdido, pero poco a poco empieza a entender a estos niños.
Empieza a vislumbrar que estos niños tienen su propia lógica, que existe una
estructura, que lo que hacen no se trata de pataletas, ni de violencia, no son
niños violentos, no son hiperactivos, nada de eso. Hay una estructura que marca
su relación con los otros, con el mundo, con la mirada, con sus peticiones. La
película da cuenta de que todo esto se puede entender y por lo tanto existen
también soluciones. Espero que el espectador viva este tema de la misma manera
que yo lo he podido vivir.
El psicoanalista Jacques Lacan señala que en la psicosis
el inconsciente está en la superficie, está “a cielo abierto”. ¿De ahí viene el
título de su documental o es pura casualidad?
¡No,
no es ninguna casualidad! (risas). Efectivamente, había escuchado a uno de los
profesionales decir que los psicóticos tenían el inconsciente “a cielo
abierto”. En Courtil realmente tuve la sensación que se comprendía a estos
niños, que se les escuchaba. No se intentaba poner ningún tapón a su locura
para no verla. No se intentaba conformarlos sino que se trataba de escuchar lo
que tenían para decir, de sentir su carácter, su ser, su singularidad.
Efectivamente su inconsciente está a cielo abierto y eso en Courtil era
permitido. Es por eso que le puse este título.
Antes de realizar su película usted no tenía casi ningún conocimiento de psicoanálisis. ¿Qué aprendió usted en la experiencia en Courtil sobre el psicoanálisis y el inconsciente?
He
aprendido muchísimas cosas. Aprendí, por ejemplo, una cosa importante: que
tenemos un cuerpo. Pero este cuerpo, por muy evidente que parezca, no es algo
que nos venga dado, es algo que construimos nosotros mismos. Para mí eso era
algo evidente pero me abrió puertas para entender miles de cosas como, por
ejemplo, renovar mi relación con el mundo, con los otros. A partir de esa
experiencia mi mirada ha cambiado, se ha desplazado, ya no miro de la misma manera.
Espero que al espectador le produzca efectos similares. Quise hacer una
película para compartir esta experiencia, para ayudarle a que comprenda un poco
la locura de estos niños, para que pueda mirarlos, escucharlos. ‘A cielo
abierto’ es un film que cuenta el camino de la mirada para deshacernos de
nuestros a priori.
A veces el proceso de producción del cine nos tiene acostumbrados a cierta planificación y control. Sin embargo, su trabajo en ‘A cielo abierto’ no tiene nada que ver con eso. No parte de un escenario previo o un guión. En su documental usted da cuenta de los vacíos, las sorpresas, los sin sentidos con los que se encontró. ¿Le fue difícil no retroceder ante eso?
Precisamente
este era el reto de la película. Realizar este film fue un proceso de
plantearse desde el inicio un interrogante. Desde buen principio yo me decía:
“todo esto me sorprenderá”; “no sé a donde voy”; “parece todo imprevisible”.
Sin embargo, también creía que al final saldría una película porque durante las
localizaciones había visto cómo los niños iban evolucionando, cómo la
comprensión se iba construyendo poco a poco y por lo tanto pensé que si yo
aguantaba, si estaba cerca de ellos, si me mantenía cerca de los profesionales,
al final del rodaje aparecería alguna cosa aunque en ese momento no lo supiera.
Esa cosa que al principio era invisible se haría presente.
Cuando
comencé a rodar creía que algo de eso sucedería y lo creía sencillamente porque
lo vi durante la preproducción. Todo ese proceso fue muy angustiante.
¿Y aparecieron más preguntas?
Durante
el primer mes me preguntaba: “¿pero qué estás filmando?”; “¿cuál es el
interés?”; “¿qué explica todo esto?”. Fue durante la última parte del tercer
mes que entendí el interés de lo que había estado filmando antes y por suerte
creí en eso e insistí porque al final, efectivamente, las cosas se fueron
poniendo en su sitio.
Podríamos
decir que la historia se explica del final al principio, al revés de lo que
estamos acostumbrados. Volviendo al ejemplo de Allyson, la niña que se mira el
brazo, al principio del film la rodé haciendo puzles. Sinceramente, una escena
de un niño haciendo un puzle quizás no tiene mucho interés cinematográfico.
Pero después de los tres meses de rodaje comprendí que para ella el hecho de
hacer un puzle no es cualquier cosa, es algo que de algún modo la calma. Es
más, es algo que se puede poner en relación con otras cosas que filmé después y
que todo adquiere un sentido. Pero primero tuve que tomar el riesgo de no saber
a donde iba para poder llegar a alguna parte. Este fue el reto de esta película
y de su estructura. Al principio uno se encuentra un poco perdido y no es hasta
el final que se entiende lo que se leyó al principio. En la fase de montaje
quise respetar eso. Ver esta película es una experiencia singular, es una
película diferente porque no seguimos una historia que venga dada o sea lineal.
Usted filmó durante tres meses 180 horas de grabación.
¿Cómo fue el proceso de montaje, de perder gran parte de lo que había filmado
para hacer un ejercicio de reducción y de síntesis?
El
montaje se alargó durante ocho meses, ¡fue larguísimo! Y fue así para intentar,
justamente, conservar esta estructura en la que al principio nos encontramos un
poco perdidos para ir viendo como después las cosas se van construyendo de
manera progresiva. Se trataba de conseguir mantener el equilibrio entre escenas
de vida y escenas donde los adultos hablan de lo que han visto para intentar
entender a los niños.
¿Cómo reaccionaron los niños, los profesionales y los padres
al ver por primera vez la película?
Sistemáticamente
cuando hago una película muestro el resultado a las personas para estar segura
que les gusta y que no quieren que cambie alguna cosa. Quiero estar segura que
todo el mundo está a gusto con la película. Así que esta vez también mostré la
película a los niños, a los adultos y a los padres. Los profesionales estaban
muy contentos con el resultado. La reacción de los niños fue muy interesante
porque cada uno vio la película de una manera muy diferente y que curiosamente
correspondía con su mundo y su relación con este, una experiencia singular para
cada uno de los protagonistas. Los padres también estuvieron encantados de ver
la cinta. En primer lugar, porque vieron que sus hijos eran felices en esta institución
y eso es muy importante. Poder ver sus escenas cotidianas: como se levantan por
la mañana hasta que se van a dormir. Para muchos padres fue agradable ver que
para cada niño el momento de ir a dormir, por ejemplo, era diferente según sus
necesidades. Algunos niños insistían en que les explicaran un cuento, otros en
ir a dormir debajo de una cabaña, se trataba de una relación muy atenta con
ellos. Los padres estuvieron contentos de poder ver esas atenciones. Para
algunos ver la película les permitió entender cosas sobre sus hijos que hasta
ese momento no habían captado. Fue muy fuerte y emotivo para ellos.
Usted viene de una familia de artistas: sus padres
pintores, su hermana actriz. ¿Cómo influye su historia familiar en su mirada?
Influye
por muchísimas razones. Es complicado de explicar. Mi madre era pintora. Murió
cuando yo era muy pequeña. Hice una película que se llama ‘Historia de un
secreto’. Murió después de un aborto clandestino y me lo ocultaron durante
mucho tiempo, es por ello que hice esta película del secreto. Supongo que las
ganas de explicar historias y las ganas de entender motivan el hecho de que yo
me dedique a los documentales. Con mi trabajo busco entender algo de lo real y
darle un sentido. Esta respuesta parecería un poco de psicología barata (risas)
pero pienso que realmente en mi trabajo hay un deseo de hacer entender y ver
aquello que es invisible. Pienso que el arte, el cine, la pintura están aquí
para hacernos ver aquello que de entrada no vemos, para hacer aparecer el
sentido y la belleza. En todas mis películas intento explicar historias
dramáticas o difíciles pero enseñar a través de ellas la belleza, la belleza
humana y de cómo aquello que pueda parecer trivial, en el fondo, tiene algo de
extraordinario.
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