Una pesadilla, por Carmen Campos Bernal
Leland Bobbé, un fotógrafo americano del siglo XXI, tiene un interés especial por los retratos, se propone retratar el rostro de la humanidad en el tercer milenio. Half-Drag es un proyecto dónde el artista intenta capturar al hombre que se convierte en drag queen y a su álter ego femenino, ambos en la misma imagen.
En palabras del fotógrafo: “Estas imágenes son una serie de retratos de drag queens que muestran su otra mitad. Con estas fotos, mi intención es capturar tanto el lado masculino como el lado femenino alter ego de estos sujetos en una sola imagen con el fin de explorar el cruce entre hombres y mujeres, y derribar las barreras físicas que los separan. Esto, a su vez, genera preguntas acerca de las ideas rectoras del género y la fluidez del género. A través del poder del cabello y el maquillaje, estos hombres son capaces de transformarse completamente y encontrar su lado femenino al mismo tiempo que muestran su lado masculino. Estos se componen frente a la cámara y no a través de dos imágenes separadas compuestas digitalmente”. Ha realizado varias exposiciones de este trabajo, la última muy recientemente en Tokio, en junio 2014.
No es precisamente una obra de arte lo que se manifiesta en el pequeño sujeto de siete años, diagnosticado por su pediatra de TDAH, y derivado al neurólogo para que fuera medicado. Los padres prefieren consultar antes pues no son muy partidarios de medicar al hijo, destacan el mal comportamiento de este, su inquietud, sus gritos, sus insultos. Para el sujeto, lo que le hace sufrir es que se despierta mucho por las noches, con miedo y tiene que encender las luces.
Un día me contará que esto empezó a los seis años, siempre tiene lo que nombra como pesadilla, en esta aparece media cara niña, media cara niño, lo que más le asusta son sus dientes afilados y que la cara dice "te voy a matar”. Enciende la luz para que le de fuerte en los ojos y esto hace que ya no la vea. Dice que los hombres son agresivos y sólo se interesan por el fútbol, él prefiere jugar con las niñas tienen juegos más interesantes, a él le gusta dibujar o hacer manualidades, pero esto molesta mucho a su padre. Lo que en la fotografía de Bobbé se muestra en los labios maquillados enmarcando una boca, en el pequeño sujeto se transforma en dientes afilados que amenazan con devorarlo allí dónde la castración no ha operado.
Visitar la página web de Leland Bobbé: lelandbobbe.com
Acerca de la elcción de Laurence (Laurence anyways), por Vilma Coccoz
El
cine de Xavier Dolan es diferente. No pocos elogios ha recibido este
joven prodigio cuyas obras han sido galardonadas con importantes
premios, la última, Mommy, aclamada en Cannes, con el público de pie en
un aplauso sostenido, recibió el premio del jurado. Actor, productor,
guionista, realizador, participa también en la selección del vestuario,
del decorado y la música. Es imposible confeccionar una lista de los
“divinos detalles” que llegan a evocar, en una pincelada, iconos del
arte de todos los tiempos. Algunos críticos se empeñan en perseguir sus
“influencias”, otros le tachan de pretencioso. A nadie deja indiferente.
Inteligente, culto, su exquisito refinamiento está puesto al servicio
de la delicada y profunda manera de tratar el impacto subjetivo de las
pasiones amorosas en el siglo XXI. Su trabajo huye de la obscenidad, de
lo explícito, de la vulgaridad. Por eso requiere atención, supone el
desciframiento, suscita la reflexión.
En Los amores imaginarios
impresiona el retrato de los jóvenes personajes, cautivos en la
ambigüedad del deseo. Llama la atención el modo en que teje las escenas
privilegiando la sutileza de las miradas, los mínimos y equívocos gestos
que dan consistencia a los fantasmas de cada uno. Y eso no porque,
-como ha dicho algún espíritu simple-, se trate de un triángulo amoroso
sino porque, como ya lo descubrió Freud, la verdadera Trinidad reina en
el terreno de la sexualidad y no en el cielo: el tercero perjudicado, la
Otra mujer… Dado que no puede escribirse la relación entre dos por
estructura, la cosa se juega entre tres en el fantasma, marco y sostén
del deseo.
Aunque estas versiones trinitarias
mantienen su vigencia, otras ficciones se han ido construyendo para dar
forma al malestar y a los requisitos de la libido en esta época de
vacilación de los semblantes sexuales. En el comienzo de Los amores…,
como si se tratara de respuestas a una entrevista, chicos y chicas
testimonian acerca de las huidizas identidades sexuales y la forma que
adquieren las soledades actuales, un preludio de la fina trama que
reunirá a los tres personajes principales.
Laurence anyways, ha sido aclamado
como un drama amoroso del siglo XXI. Situada entre los años 80 y noventa
rezuma la particular estética de esos años. No escatima Dolan ninguno
de los aspectos de las dificultades a las que se enfrenta Laurence Alia,
un profesor de literatura que al cumplir los treinta años decide
cambiar de sexo.
La injusticia que supone su
despido, esgrimiendo los padres de los alumnos el DSM (que considera la
transexualidad una enfermedad mental), la hipocresía cobarde de sus
compañeros, la agresión homófoba que sufre y de la que es rescatado por
un grupo de extravagantes gays y mujeres convertidos en un pequeño
guetto… La reacción de desprecio de su madre, la imposibilidad de hablar
con su padre, un ser degradado, enfermo y obsesionado por la tele.
Ningún aspecto sociológico ni
psicológico es dejado de lado, pero Dolan sitúa el verdadero drama en el
marco de la relación de pareja, y en el alcance subjetivo que tiene
para ambos la elección de Laurence. Fred, su mujer, le espeta -¿por qué
no me has dicho que eres homosexual? El responde no soy homosexual. Ella
lo presiona: eres maricón, no es el fin del mundo.
Laurence, luego de mostrar su
desprecio por su cuerpo y su sexo, concluye: No es que me gusten los
hombres. Simplemente no estoy hecho para ser uno. Ha decidido resolver
“su crimen”, el “haber matado a la mujer que no ha sido”, la muerte
vinculada, pues, a la elección del sexo que se une en la metonimia a un
recuerdo infantil. Ella, atónita, formula la pregunta esencial: ¿pero,
entonces, todo debe ser reinterpretado? Clamor ante el asedio a la
verdad del sueño de comunión en que han vivido hasta entonces.
Finalmente, en pos del amor que
profesa a Laurence, Fred aceptará acompañarle, orgullosa, en su
transformación, que deja abierto un interrogante acerca del goce sexual.
El cambio consiste en una mutación del semblante; otra ropa, otros
zapatos, el maquillaje. Ella le comprará una peluca. Pero la intención
primera se verá truncada por las consecuencias de un aborto no confesado
a Laurence. Un acto que la precipitará, después, a un gran acting out
donde da a ver su furia y su amarga impotencia y luego del cual la
fractura será irremediable.
Fred forma una familia, tiene un
hijo. No parece muy contenta con su vida. Laurence, que vive con una
chica y es ahora escritor, la espía durante un año. Consigue acercarse a
ella; se encuentran, por fin, en el éxtasis. Él le propone un viaje a
una isla donde conocerán a una pareja especial. El se ha operado, antes
era ella. Laurence pregunta a la chica ¿eres lesbiana? Soy Alexandra,
Alexander, Alexandrine, qué importa? Responde entre risas. Me mueve la
lógica del corazón, el género no es importante para mí.
Este encuentro será la hora de la
verdad para Fred, después no habrá más reinterpretaciones. Caen las
máscaras, no era él, no era ella. Se acusan mutuamente de egoísmo y de
engaños. ¿Qué quieres? Le preguntará él, desesperado. Un hombre,
responde ella. Extraña lógica, ella se ha sacrificado para que él sea
una mujer pero quiere un hombre; él no quiere perder nada, quiere el
amor de una mujer y quiere serlo. Ambos fuera de la norma, inventaron
un partenaire al que el otro real no puede responder. Pero la existencia
no es sólo un juego de semblantes. Lo real, ignorado por cada uno, se
revelará al final en la soledad, una vez asumida su imposible relación.
El film culmina con la escena del
primer encuentro ente Fred y Laurence. Se juega en torno al divino
detalle, la nuca de ella. Ya habíamos visto aparecer, al principio de la
peli, la nuca de él. En una extraordinaria puntuación a distintos
retratos de sus alumnas resaltando el pelo de cada una, aparece su nuca,
y su mano que se desliza en una caricia. En los dedos, unos clips hacen
las veces de largas y femeninas uñas.
SHAME: Apuntes sobre la sexuación en la era de la eclosión del capitalismo, por Irene Dominguez
Las
próximas Jornadas de la ELP “Elecciones del sexo. De la norma a la
invención”, nos invitan a pensar el núcleo central de lo que en
definitiva trata la experiencia psicoanalítica: cómo los hablantes
devenimos seres sexuados. Si como ya lo anunció Freud, nada de natural
hay en la relación del ser humano con su cuerpo, la sexualidad va a
constituir el campo del síntoma por excelencia, en tanto éste es
respuesta a la sexuación. Como apuntaba Lacan en su última enseñanza,
todo acontecimiento es un acontecimiento de cuerpo.
Las transformaciones
contemporáneas nos enfrentan a pensar las nuevas formas que toman las
lógicas de dichas invenciones. El psicoanalista sensible a las
aportaciones del arte, se deja enseñar por los artistas. Hasta cierto
punto, podríamos pensar al propio psicoanálisis como la aparición en el
mundo de una invención –producto de una exquisita sublimación
freudiana- puesta en forma para devenir el borde del discurso
científico.
El cine, cuando es
expresión artística, puede servirnos de anzuelo para seguir con la
investigación continuada del psicoanálisis al servicio de su necesaria
creatividad. Decimos que para el psicoanálisis la elección siempre es
forzada, implica pues una ética. De la norma a la invención nos invita a
un recorrido, al que están convocados tanto analizante como analista,
para ir de lo normativo de la ley paterna a su más allá.
Presento a
continuación el extracto de una reseña que escribí sobre la película
Shame de Steve Mc Queen con unas breves reflexiones.
Shame, más que
narrar, muestra la vida de un hombre contemporáneo: treinta y tantos,
trabaja, vive solo en un pisito aséptico de New York, no depende de
nadie y está perpetuamente enchufado a una pantalla de ordenador. No
ambiciona grandes lujos, ni nada en particular. Su actividad
fundamental, además de ir a trabajar de no se sabe qué, puesto que
tampoco importa lo más mínimo, gira en torno al sexo. Pornografía en
todos sus soportes: revistas, películas y páginas web’s. Sus relaciones
sexuales se alternan entre prostitutas y mujeres que encuentra y se
folla en cualquier lado. No suele repetir. Todo esto intercalado por
continuas masturbaciones en casa, la oficina o donde le pillen las
ganas. El amor está deliberadamente excluido de su vida, igual que los
otros. Lo que no quiere decir que no salga a tomar copas con amigos,
sino que, lo más parecido a su otro, es una imagen virtual.
La monótona
cotidianidad de Brandon, un hombre por lo demás perfectamente normal,
adaptado y hasta educado, se ve mínimamente alterada por dos mujeres que
irrumpen en su vida: una es su atolondrada hermana, que acude a verlo
para pedirle posada en su pisito, es decir, afecto. Accede a dejarle
unas llaves y soportarla temporalmente. La otra es una compañera de
trabajo con la que acude a una cita. Impecable momento de la película.
Estas dos mujeres
hablan, le preguntan, quieren saber de él, de sus proyectos, de sus
sueños, pero obviamente no encuentran nada. No es por nada trágico, ni
traumático, ni siquiera por un particular resentimiento con la vida y
menos con un pasado que parece no existir -no sabemos si porque lo ha
borrado o porque siempre vive en el mismo escenario- tampoco con su
familia. Simplemente es que no hay nada. Generar una relación con una
mujer: una estupidez, habiendo tantas. Comprometerse con algo o alguien:
un absurdo. Sin las ataduras del dramatismo personal se puede ser
hiper-pragmático. Ningún ideal turba su sueño frío. Él es un genuino
producto del capitalismo.
Pero la compañera de
trabajo logra, por unos segundos, hacer despuntar en él una pequeña
fisura que deja pasar algo del deseo del Otro: entonces resulta
impotente. Que estando en la cama esta mujer tome su rostro para
reseguirle los rasgos de su fisonomía, escudriñándolo como sujeto más
allá de su función fisiológica, lo dejan inoperativo para el sexo. Ni la
cocaína puede acudir en su auxilio. La angustia, rápidamente, será
remediada sodomizando un culo ante una cristalera transparente: emulando
así a su querida pantalla del ordenador.
Lo maestro de esta
obra, muestra la vuelta de rosca de las condiciones de goce
contemporáneo, surgiendo un destello de los efectos de ese cambio del
orden simbólico. Brandon no es heterosexual, ni homosexual, porque no
hay en juego ninguna elección de objeto. Ya no se trata de la famosa
“degradación de la vida amorosa” de Freud, en donde el neurótico
obsesivo se procuraba la separación del deseo y el amor, ni siquiera se
trata de la perversión, menos de la psicosis… Sus relaciones sexuales
son la puesta en acto de una masturbación que no se detiene nunca,
imposible de saciar. No hay elección de objeto porque es él un puro
objeto de goce. Una de las pocas frases que salen de su boca nos dan la
clave: …todo por experimentar la relación entre “eso” y yo”, siendo
“eso” Das Ding, el agujero oscuro de la vagina materna. Por eso Brandon
es todo yo. Atrapado en el más primario narcisismo, necesita
continuamente tocarse, admirar su cuerpo, mostrarlo, exhibirlo,
simulando las imágenes virtuales que conforman su realidad psíquica. No
responder a la más mínima demanda de amor o de palabra no tiene tanto la
función de barrar al Otro, como de proteger su libertad absoluta de la
amenaza del deseo del Otro.
La única palabra
formulada por la hermana después de abrirse las venas tras haberlo
llamado durante horas sin obtener ninguna respuesta, es su nombre de
sujeto: canalla. Y así, bajo la lluvia gris del pavimento polvoriento,
su división subjetiva corriendo hacia ninguna parte, muestra el rostro
de alguien desesperado que no puede con la vida de ser hablante. Pero se
le pasa pronto: el tiempo de llegada del próximo vagón de metro, le
vuelven a dar la oportunidad de volver a escapar al deseo para
proseguir, interminablemente, sus circuitos autoeróticos.
La irrupción de las
pantallas y de internet en la subjetividad humana han modificado
profundamente los modos de constituir la realidad psíquica. La presencia
física como soporte de la constitución del Otro, pareciera no ser una
condición imprescindible. La discontinuidad, característica propia de lo
simbólico, pareciera poder ser cancelada. El cuerpo goza, la imagen
unifica un yo. La dialéctica entre sujeto y objeto se problematiza si el
cuerpo tiene la opción de prescindir del lenguaje. ¿Podemos con Brandon
seguir pensando en la diferencia sexual? ¿O bien ésta logrará ser
reducida a la condición de organismo pluricelular internauta?
Brandon pues también
elige, aún cuando fantasee escapar. Su obstinada posición de no elegir
partenaire sexual –pragmáticamente justificado- es solo aparente, porque
él ya tiene un partenaire: su compulsividad, asociada a Das Ding.
¿Podríamos pensar que la compulsividad es su síntoma? Dudoso. Si lo
fuera sería un síntoma en los límites del inconsciente, un síntoma que
no es pregunta, que no lo divide, que solo es respuesta. Brandon,
ciertamente habla, pero ¿de qué lalangue procede ese código? parece
hablar una suerte de lenguaje informático que ningún sujeto enuncia. Sin
embargo, tampoco podemos decir que es un sinthome. ¿Por qué? Diría que
porque no es una invención, puesto que no lo alberga ningún atisbo de
imposibilidad.
Paradójicamente, su
posición de sujeto es completamente objetal. La determinación casi sin
fallo de forcluir cualquier resquicio de encuentro con el Otro, es
radical, y como el Otro siempre es el Otro del sujeto, su nombre de
sujeto es “canalla”. Quizás eso muestre un rasgo de los efectos del
capitalismo sobre el sujeto contemporáneo. Es por tanto un ser atrapado
en la más pura norma del capitalismo: “goza siempre, nunca te detengas,
no hay límite a tu goce…”. Amante incondicional del discurso científico,
sólo le queda el retorno a la barbarie, la cancelación de cualquier
aventura posible. Por eso en Brandon, el camino de su sexuación, por el
momento, está abortado, completamente por recorrer.
Pero por suerte
Brandon es un personaje de ficción y sabemos que siempre, en algún
momento, mientras podamos seguir enredados en los equívocos del
lenguaje, la vida nos dará ocasiones para tropezar. Fallar y elegir
iniciar la aventura de la búsqueda de lo qué quiere decir ser sexuado… y
así, con el dolor de nuestros guijarros andaremos lo más singular, que
es lo mejorcito de cada uno…
NOTA DE PRENSA
L´Echo Rochelais
18 de Julio de 1860
“Como en nuestra ciudad no se habla de otra cosa sino de una extraña metamorfosis, extraordinaria para la fisiología médica, vamos a decir algunas palabras, tomadas de informaciones de buena fuente.
Una joven de veintiún años, institutriz tan señalada por sus elevados sentimientos como por su sólida instrucción, había vivido, piadosa y modesta, hasta hoy en la ignorancia de sí misma, es decir, en la creencia de ser aquello que aparentaba en la opinión de todos, a pesar de que existían, para los expertos, peculiaridades orgánicas que hubieran debido hacer nacer el asombro, después la duda y, por la duda, la luz; pero la educación cristiana de la joven era el inocente velo que le ocultaba la verdad.
Por fin, recientemente, una circunstancia fortuita vino a sembrar la duda en su espíritu; se hizo llamar a la ciencia, y un error de sexo fue advertido… La joven era, sencillamente, un muchacho.”
Esta nota de prensa figura en el dossier reunido y publicado por Michael Foucault en el año 1976 bajo el título “Herculine Barbin llamada Alexina B.”. En ese libro, Foucault introdujo y prologó un conjunto de textos alrededor de la autobiografía de “Alexina B.”, hermafrodita, que hoy día habría sido diagnosticada como intersexual por la medicina.
Alexina B. nació en 1838, y fue inscrita como mujer en el registro civil. Su relato hace pensar que nadie cayó en la cuenta de su malformación corporal y que fue “considerada mujer” hasta los veinte años de edad. Única hija de una familia humilde, muy pronto quedó huérfana de padre y fue admitida en el Hospicio municipal, “la casa de L.”, donde fue recogida por las monjas que regentaban la institución. Posteriormente fue aceptada en el elitista colegio-convento de las Ursulinas, donde interna, prosiguió su vida, hasta concluir su formación como institutriz a la edad de veinte años.
Desde pequeña, Alexina experimentó “una fuerte impresión admirada” hacia las monjas que poblaban su entorno, así como hacia alguna de sus compañeras. “Ensoñaciones inexplicables, y una necesidad inmensa de cariño vivo y sincero”. Fascinada por “la hermana M. reverenda superior de la casa L.”, “impresionada por la elegante madre Eleonore, del Convento de S.”, Alexina nos relata sus enamoramientos de estas “madres”, así como su amor hacia su amiga Lea, por la que despliega un culto ideal y apasionado, lleno de declaraciones amorosas y fugaces contactos físicos. Posteriormente, ya como institutriz en el internado de L., con Sara, con quien vivió una auténtica pasión, soñando con ejercer con ella el papel de hombre, juego al que Sara se prestó. Esta pasión amorosa comenzó a ser objeto de murmuraciones.
“Da la impresión –escribe M. Foucault en su prólogo- de que todo acontecía en un mundo de arrebatos, de tristezas, de placeres, de afectos tibios, de suavidades y amarguras, donde la identidad de los participantes y sobre todo del enigmático personaje alrededor del cual todo se urdía, no tuviera ninguna importancia. En un mundo donde flotaban en el aire, sonrisas sin dueño”.
Todas las ambigüedades y paradojas se plantean en esa relación, más aún si cabe por el hecho de que Alexina escribió su autobiografía bajo el efecto de las decisiones tomadas sobre él/ella por el orden médico-legal y religioso, en un proceso que causó conmoción en su época.
Este proceso comenzó en el instante en que padeciendo fuertes dolores, Alexina acudió a la consulta de un médico, momento en el que fue descubierta su particular conformación corporal. Tras haber sido revelada por la medicina la naturaleza orgánica hermafrodita de Alexina, es el orden médico-legal, tutelado por el Obispo de la jurisdicción,el que decide su “naturaleza masculina” en el proceso subsiguiente, momento en que Alexina se vio confrontada a un cambio de sexo decidido e impuesto por la ley, con terribles consecuencias para sí misma.
En una época en la que la homosexualidad era inaceptable, resultó irónica la sorpresa surgida en medio del escándalo incipiente, pues las murmuraciones surgidas acerca de la relación entre Alexina y Sara en la población de L. dieron paso a la perplejidad, una vez se supo el dictamen del proceso médico-legal. Esta perplejidad alcanzó a la propia Alexina, ahora Herculine, cuando afirmó: “si hubiera sabido hacerme cargo de la situación, mi futuro habría cambiado. Quizás hoy hubiera sido su yerno” –refiriéndose al padre de Sara-.
Y después de la perplejidad, fue el rechazo y el ostracismo en Paris para Herculine, que concluyó con su suicidio, pocos años después: “…os domino desde la altura de mi naturaleza inmaterial, virginal, desde mis largos sufrimientos. Hablo de mis largos sufrimientos y es verdad, pues yo también he soñado con esas noches delirantes, con esas ardientes pasiones que sólo debían serme reveladas por la intuición. He sentido fieros estremecimientos al ver pasar, por las tardes, a esas mujeres, más hermosas por su atavío que por sus rasgos, marchitos desde hace tiempo. Tristemente sentado en el patio de butacas de algún teatro, recorriendo con mi mirada taciturna todo el recinto, he analizado secretamente los gozos contenidos en esas palabras disimuladas por los abanicos, en esas sonrisas que prometen la felicidad al apretar una mano.”
Alexina vive en el tiempo en el que la máxima: “la anatomía es el destino” está firmemente anclada en el discurso, bajo el dictado de la ciencia médica y su articulación legislativa. Las identificaciones y los semblantes dependen del Otro de cada época y respondían a esa ley de hierro, incontestable en el orden social, y ciertamente mucho más consistentes que hoy día, en el orden edípico. Por otro lado, más allá de este traumatismo en el orden identificatorio, no sabemos nada de la “sexuación” de Alexina, si nos orientamos por su posición con respecto al goce, aunque quizás podemos captar un eco en estas palabras recogidas de su autobiografía, que parecen sobrevolar sobre el conflicto de su identidad.
“Yo planeo por encima de todas vuestras miserias innombrables, participando de la naturaleza de los ángeles; pues vosotros lo habéis dicho, mi lugar no está dentro de vuestra angosta esfera. A vosotros, la tierra; a mí, el espacio sin límites. Encadenados aquí abajo por las mil ataduras de vuestros sentidos groseros y materiales, vuestros espíritus no se sumergen en este Océano límpido del infinito, donde bebe mi alma, un día errante por vuestras playas áridas”.
Quién sabe, Alexina B. quizás hubiese podido beneficiarse del encuentro con un analista lacaniano, para reanudar su posición sintomática a un nuevo semblante.
El nudo entre el orden médico-legal y el discurso del amo es un eje que M. Foucault ha elucidado en sus trabajos. Constatamos su consistencia en el siglo XIX a través del testimonio de Alexina B.
Muy distintos son los destinos de Tiresias, Hermafrodito, Sitón, Ceneo, o el de Ifis. En cada uno de estos mitos, relatados por Ovidio en sus Metamorfosis, retrocedemos a un tiempo anterior al del discurso moderno de la ciencia.
Encontramos allí que las transformaciones en las identidades –en la época en que lo real era el orden simbólico mismo– no son sin la participación del deseo.
Ifis, cuenta Ovidio, debía nacer hombre para evitar su muerte, según el mandato paterno. Puesto que Ifis nace mujer, su madre, Teletusa, consulta desesperada con los dioses, que le indican que debe hacerla pasar por un hombre a los ojos de Ligdo, el padre. Años después, en vísperas de su compromiso, Ifis y Iante, se enamoran, idénticas en edad y belleza. La inminencia de la tragedia se cierne cuando Teletusa vuelve a recurrir a Isis, que transforma a Ifis en hombre.
Las Jornadas próximas deberían permitirnos seguir las vicisitudes de las identificaciones, del “género” en las coordenadas del Otro simbólico que le corresponden. Y más allá de las identificaciones, interrogar la cuestión, más misteriosa, de la sexuación.
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