12 de fevereiro de 2012

NRS 7

No hay relación sexual

VII Jornadas de la NEL

El sexo y el amor en el siglo XXI, ¿de qué satisfacción se trata?

Medellín, Octubre del 2012

No. 7

Febrero 11 del 2012

Moderador

Piedad de Spurrier ( spurrier@gye.satnet.net )

Todos los miembros y asociados de la NEL están invitados a participar en este boletín con sus textos, comentarios, notas y observaciones sobre los temas del debate. Éstos pueden ser enviados a la moderadora.


Presentación

En este número, José Fernando Velásquez nos propone una lectura acerca de las relaciones del niño con el Otro desde las tres dimensiones que Lacan nos propuso para orientarnos en nuestra práctica, real, simbólico e imaginario. Destaco las elaboraciones sobre lo real y los modos de respuestas de los niños en esta época y la contribución sobre la posición del analista en la experiencia analítica, hoy.

Comisión Científica

"Para que todo en él (mi niño), marche"

José Fernando Velásquez

La inocencia que atribuimos al niño está fundida en el discurso común a la relación de compromiso del niño con el Otro. Se dice que "es eso lo que cimenta su estructura psíquica". Propongo examinar eso que hoy se reconoce como la relación del niño al Otro desde un aporte que hizo el psicoanálisis lacaniano el siglo pasado, con las tres dimensiones, RSI:

En la dimensión Simbólica, ese Otro contemporáneo es crédulo cándido en sus posiciones frente al niño, incluso cuando aparentan riesgo y entusiasmo. Ese Otro simbólico de hoy involucra a otros tan distantes como el que vive en el mundo virtual que el niño frecuenta, porque también es un Otro que le habla al niño a través de las pantallas como un desengañado respecto a los ideales universales, pero lo busca y lo requiere para que cuente como uno más en sus ideales de mercado.

En la dimensión imaginaria, el niño de hoy es fácilmente hecho prisionero al tener que ocupar el lugar del objeto de un deseo, un deseo no castrado que opera bajo el formato del capricho, tal como lo hace el goce llamado femenino.

Bajo estas dos dimensiones es que se mueve el sentido que cobija todas las formas como el niño de hoy es nombrado, producto de las transformaciones del discurso en la segunda mitad del siglo XX: el niño que tiene un síntoma es siempre "víctima" de un Otro, así sea de su propio funcionamiento serotoninérgico. En un primer tiempo las áreas "psy" y en un segundo momento la legislación con el principio del derecho, crearon significantes como el de "protección" ante el reconocimiento de que el niño deviene frecuentemente en un objeto que encarna una decepción para ese Otro que lo tiene para gozar. El Otro evaluador, competitivo, efectivista, positivista contemporáneo, que puede ser el padre, o el colegio, o la Comisaría, o el juzgado, nos traerá o remitirá al niño, como un acto de amor con esa víctima, "para que Todo en él marche". Los niños llegan con su cuerpo psíquico y físico maltrecho por los efectos de haber sido un fetiche gastado de tanto uso. Ese niño víctima dirá sobre un síntoma que bloquea y lo bloquea, aunque él mismo aparente ser indiferente a lo que ello le impide, y bajo unos significantes que lo aproximan con el loco.

La respuesta del analista lo compromete a separar y señalar un campo nuevo en el discurso respecto a ese niño: el campo del no-todo del deseo "pere-verso" de ese Otro hacia el niño. El psicoanalista hoy, el del siglo XXI, reconoce una tercera dimensión: lo Real. El niño de hoy también responde desde su goce, reclama su derecho y lo vive de una manera autista a ultranza; explota su lugar de objeto de goce a nivel del consumo; se desentiende de la responsabilidad de sus actos y con el saber; goza en el autismo de las nuevas tecnologías; se autoproclama tirano del otro y de su cuerpo. Se le ve desorientado ante el objeto del mercado,[1] cometiendo múltiples pasajes al acto, expuesto a la segregación.

Si es víctima de un "tal" padre o madre o de la época, también es "pere – verso", también habita en él ese otro goce sexual que no se traduce al lenguaje. El niño hace bajo transferencia o antes de ella, algo con los restos de ese goce, una invención sintomática que incluye el objeto "a", lo que no está representado por el significante. Es con estos elementos que enmarcará su deseo, asumirá una identidad sexual, tomará el goce del otro, y desarrollará y conducirá la pulsión epistémica, su deseo de saber.

El psicoanalista está entrenado por su propio análisis a captar el goce en la repetición estereotipada de la pulsión. Es bajo transferencia que se arma el recorrido de la pulsión, siempre parcial, como un goce sin sentido que gira entorno a un objeto que falta, anclado a una zona erógena, y volviendo al mismo punto de partida. "A causa de la realidad del sistema homeostático la sexualidad no entra en juego más que bajo la forma de pulsiones parciales. La pulsión es precisamente este montaje por el que la sexualidad participa en la vida psíquica de una manera que debe acomodarse a la estructura de hiancia, que es la del inconsciente".[2]

Esa dimensión de lo Real hay que anudarla por la interpretación al discurso, recortando los significantes que a ella se adhieren para poder reconocerla. Lo que el analista puede ofrecer es su consagración a los mecanismos singulares de aquel goce pulsional que aparece como potencia, el cual puede ser usado para salir de la posición de colmar a ese Gran Otro. Es armado con ese escudo de su Real como el niño podrá atravesar los peligrosos dominios del Otro que lo hace el eterno "súbdito" "sometido al capricho de aquello de lo que depende,[3] objeto imaginario y que lo lleva al estrago.

Al analista de hoy le conviene tener presente que lo que está en juego en este escenario en todos los casos es la humanidad de un ser hablante ante la prueba de su subjetivación. El psicoanálisis como discurso también debe aportar significantes en contra el dominio absoluto del discurso de la ciencia que impone al niño su decisión en el campo de las competencias operatorias para la supervivencia, sin tener en cuenta que él construye su propia relación a su goce. La sexualidad del niño toma su goce, por eso no puede ser clasificada como latente así todavía no tenga un objeto en el campo del amor, y así su cuerpo no pueda ser capaz de causar la reproducción. La sexualidad del niño es una sexualidad como tal por su origen y apuntalamiento en el goce y la pulsión. Alguien, y quién mejor que el psicoanalista de hoy que sabe de lo real por su propia experiencia analítica, debe decir que tanto el loco como el niño habitan entre nosotros y que también a ellos hay que preservarles sus lugares en nuestro qué hacer.

[1] Lacan, Jacques "Discurso de clausura de las Jornadas sobre las psicosis en el niño". 1967. En: El analiticón 3, Barcelona, 1987.

[2] Lacan, J. Seminario XI, Los 4 conceptos fundamentales del psicoanálisis. Bs. As. Paidós. 1990. P.183.

[3] Lacan, J.: Seminario V, Las formaciones del inconsciente. Paidós, Buenos Aires, 1999, p. 195.

COMENTARIO

Susana Dicker nos escribe un comentario acerca del texto de Claudia Velásquez, Mujer, alteridad y tabú.

Con el recurso a los textos de Freud: "El tabú de la virginidad" y de Miller: "El tabú del goce", Claudia Velásquez interroga las relaciones entre el amor y el goce, pero también nos muestra hasta dónde la orientación lacaniana pone un plus a los desarrollos freudianos y renueva su vigencia en pleno siglo XXI, movilizando cuestiones de la época.

El texto de nuestra colega, al poner el acento en la alteridad de la mujer y las dos respuestas a ello: el tabú, en lo social y las condiciones del amor, para emparejarla pero no hacerla desparecer, invita a pensar los modos en que en nuestro siglo se procura neutralizar eso Otro que ella representa. No por nada Miller habla del "tabú del goce". Encarnado éste en lo femenino, hacia él se dirigen los operativos sociales, culturales y religiosos para domesticarlo y así borrar lo siniestro que hace presente. Y lo vemos en las disposiciones que se toman en los países de Oriente Medio, desde los mandatos de sociedades musulmanas, con la ablación del clítoris, pero también con los castigos a las mujeres, incluso a las que han sufrido una violación sexual. Pero allí queda alejado de nuestra cultura y de nuestra responsabilidad, pues se trata de una cultura y una religión- Otra. Mas ¿qué decir de la civilización occidental del siglo XXI, con los derechos que se esgrimen desde el feminismo para borrar las diferencias, para negar los diferentes modos de gozar de hombres y mujeres, la elección de goce desde la sexuación? Más aún, la promoción de las teorías "queer" y de la "libertad sexual" sin medida ¿no buscan también borrar de alguna manera esa alteridad?

Si la "conservación de la virginidad" ha perdido vigencia en nuestra época, si ella ya no es condición desde ciertos prejuicios culturales respecto a la mujer ¿dónde se encarnará el tabú? Si en cada cultura éste, desde lo más primitivo, es un elemento más fundacional, en nuestra civilización del siglo XXI ¿dónde anclará?

Sobre el final del texto, Claudia nos deja una invitación: Semejanza, vía el falo, y alteridad como diferencia, están en juego en las condiciones de amor. Convendría entonces examinar el lugar de la alteridad y lo semejante en los vínculos amorosos contemporáneos.


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