Un
duendecillo travieso que nos gasta bromas: hete aquí el deseo, según Jacques
Lacan. Le Point presenta en
exclusiva extractos de un seminario inédito sobre el tema, descifrado por su
redactor, el psicoanalista Jacques–Alain Miller.
Le Point: Lacan nos dice que el deseo no es una función
biológica. ¿Qué debemos deducir de eso?
Jacques–Alain Miller: Que no encuentran el deseo ya preformado en el
organismo. No es un instinto, si entendemos por ello un saber infalible que
estaría inscripto en lo real del cuerpo y que lo llevaría directamente a su
fin: su bienestar, su vida, la supervivencia de la especie. Muy por el
contrario, el deseo se extravía. Es ese un rasgo que se le ha reconocido
constantemente. Desde siempre se han lamentado y censurado sus aberraciones,
sus extravagancias, sus vagabundeos. Se ha intentado de todo para educarlo,
regularlo, dominarlo, pero en vano: hace lo que se le da la gana. De allí la
idea de que el deseo no concierne a la naturaleza: se sostiene en el lenguaje.
Es un hecho de cultura, o más exactamente un efecto de lo simbólico. Lacan
habla del "orden simbólico".
¿Cómo
hablar de orden cuando el deseo produce más bien desorden?
Efectivamente.
Y muy recientemente hemos visto a la noción de orden simbólico sumar adeptos
entre los opositores al matrimonio gay. Pero hay un malentendido. El
orden simbólico designa un conjunto de leyes –leyes lingüísticas, dialécticas,
matemáticas, sociológicas–, pero el complejo de Edipo no forma parte de eso.
Lacan siempre calificó al Edipo de mito. Y ese término es en suma bastante
generoso, porque las versiones triviales están más cerca de la comedia que de
la tragedia griega, del tipo: es necesario que papá dicte la ley a mamá para
que la niña y el niño sean quienes deben ser. Lacan preveía que este programa
no se mantendría mucho tiempo más en cartel, y es a eso a lo que asistimos.
Lacan
habla sin embargo de "estructura edípica"…
Sí,
eso, eso no es un mito ni el reparto de un Guignol[2].
Es una combinatoria, que distribuye términos sobre lugares a los cuales son
atribuidas funciones. Pero no es necesariamente el Nombre del Padre el que
ocupa la posición dominante, la que hace sostener su mundo, la piedra angular.
¡Eso bien puede ser un síntoma! Y cuando es el caso, incluso si el sujeto
quiere desembarazarse de él porque lo incomoda, el terapeuta debe abstenerse de
tocarlo, porque todo se desmoronaría. El deseo es ante todo el efecto de la
estructura del lenguaje. El deseo solo es concebible en los seres hablantes.
Podemos explicarlo así. En la especie humana, el recién nacido no puede
satisfacer solo sus necesidades más elementales, debe pasar por un Otro,
mayúscula, capaz de satisfacerlas, y dirigirle una demanda para hacerlo hablar
su lenguaje. Todo se deriva de allí. Ese llamado hace del Otro un objeto de
amor. Simultáneamente, la trasposición de la necesidad en demanda produce una
diferencia: es allí donde se aloja el deseo. Corre bajo todo lo que se dice,
incluso en sus sueños, sin poder en definitiva ser dicho en términos claros. Es
por ello que da lugar a la interpretación.
¿El
objeto del deseo es entonces irremediablemente inasequible?
El
deseo no está coordinado a un objeto natural o social. Su objeto no se
encuentra en la realidad común, sino en el fantasma individual. Como tal, no es
un objeto del cual se tenga necesidad, y no podemos obtenerlo a través de la
demanda. Es más bien un objeto que, si puedo decirlo, estoca el silbato. En una
cura analítica, constatamos que la confesión del fantasma es a menudo la más
difícil. La relación del sujeto del conocimiento al objeto del conocimiento es
tradicionalmente descrita como armoniosa y complementaria. En el registro del
deseo, la relación del sujeto al objeto es completamente diferente. Lacan
muestra que la aparición del objeto del deseo se manifiesta, del lado del
sujeto, por un fading: el sujeto no logra sostenerse, se desvanece,
desaparece. Así es cómo pasa al inconsciente.
¿Cómo
pueden las sociedades mantenerse en pie si cada quien está obsesionado con su
fantasma particular?
Justamente
porque es laberíntico y disparatado, el deseo suscita en contrapartida la
invención de diversos artificios que juegan el rol de brújula. Tomen una
especie animal: tiene una brújula natural, que es única. En la especie humana,
las brújulas son múltiples, competidoras, evolutivas. No están instituidas por
la naturaleza, son artificios, montajes significantes, lo que Lacan llama
discursos. Estos discursos dicen lo que hay que hacer: cómo pensar, cómo gozar,
cómo reproducirse. Entre esos discursos, los hay de muy grande amplitud y de
muy larga permanencia: las civilizaciones, las religiones. Organizan la ciudad,
sus producciones, las creencias. En otra escala, cada familia tiene su
discurso: un sistema de valores, una visión del mundo, un estilo de conflictos,
etc. Sin embargo, el fantasma de cada uno permanece irreductible a los ideales
vehiculizados por los discursos.
¿Qué
norte indican estas brújulas?
Hasta
una época reciente, todas indicaban el mismo norte: el Padre. Las
civilizaciones, las religiones y las sociedades eran patriarcales. El
patriarcado como forma de organización social parecía ser una invariante
antropológica. La declinación del discurso patriarcal fue acelerado por la
igualdad de condiciones, el ascenso en potencia del capitalismo y la revolución
industrial. Balzac lo señala a mitad del siglo XIX, Hannah Arendt a mitad del
siglo XX: la autoridad está en decadencia, la autoridad no es más una vía que
satisfaga a la humanidad. De Gaulle mismo, figura autoritaria si las hay,
quería inaugurar la era de la "participación".
¿Es
decir que salimos de la era del Padre?
Otro
discurso está en vías de suplantar el discurso único de antaño. La innovación
en el lugar de la tradición. El atractivo del porvenir allí donde el peso del
pasado encadenaba. Más que la jerarquía (vertical), la red (horizontal), lo
femenino le gana la mano a lo viril. No se conserva más un orden en sus límites
inmutables; nos inscribimos en flujos transformacionales que rechazan
incesantemente sus límites.
¿Y
el Edipo freudiano en todo esto?
Freud
es sin duda de la era del Padre. Hizo mucho para salvar al Padre. La Iglesia,
por otra parte, terminó por darse cuenta de ello y deja a sus teólogos más
avanzados celebrarlo. Lacan siguió la vía trazada por Freud, pero lo condujo a
otra parte. La experiencia analítica muestra que el Padre es él mismo un
síntoma. El deseo del Padre, el deseo por el Padre, se deja interpretar. En este
libro, Lacan lo muestra con el ejemplo de Hamlet, de Shakespeare.
El príncipe Hamlet es puesto entre la espada y la pared por el fantasma del
Padre. La palabra del Padre literalmente lo enferma, lo vuelve loco, es su
síntoma. El deseo de Hamlet, prisionero del Padre, termina por emanciparse de
él, pero al precio de la muerte. Este seminario es a la vez un gran libro
teórico y un gran libro clínico. Lacan ofrece también una clínica inédita del
exhibicionismo y del voyerismo. Se comprende en qué todo deseo tiene un núcleo
perverso.
¡El
seminario incluso termina con un elogio de la perversión!
Lo
que comúnmente se retuvo de Lacan es el acento puesto sobre el Edipo, la puesta
en evidencia de la función del Nombre del Padre, la puesta en fórmulas del
montaje freudiano. Ese es el punto de partida de Lacan. Pero, desde su Seminario
VI, el concepto de deseo desplaza las cosas. El Edipo no es la única
solución del deseo, es solo su forma "normal", normalizada, su
prisión. El Edipo es también patógeno. El destino del deseo no se limita al
Edipo. De allí el elogio de la perversión con el que termina el volumen. La
perversión en el sentido de Lacan traduce una rebelión contra la identificación
conformista que asegura el mantenimiento de la rutina social. Puesto que, según
Freud, la pulsión puede perfectamente satisfacerse en la sublimación, es decir,
en actividades denominadas culturales, no se confunde con la "sustancia de
la relación sexual". Vaciada del goce sexual, la pulsión subsiste como
forma cultural, donde se cuela ese goce de la letra que dan el arte y la
literatura.
Lacan
anunciaba "la reorganización de conformismos anteriormente instaurados,
incluso su estallido". ¿Estamos en eso?
Este
seminario habla del 2013. Los partidarios del Padre [Père] desfilan por
las calles en nombre de la tradición, mientras que los de Pépère[3]
pretenden crear normas que sustituyan esa tradición. El psicoanalista no tiene
vocación de hacerse guardián del antiguo orden, el caballero de una causa
perdida. No puede creer tampoco en un futuro prometedor: la vía del deseo no es
una fiesta. Así pues, él interpreta. Si debe elegir, la elección es forzada.
Porque toda vuelta atrás es imposible.
Traducción: Lorena Buchner
Notas
1-.
Publicada en el diario Le Point el 6 de junio de 2013,como adelanto a la
edición francesa del Seminario VI de Jacques Lacan, "El deseo y su
interpretación". Fuente web original:
http://www.lepoint.fr/culture/lacan-professeur-de-desir-06-06-2013-1688542_3.php.
Su traducción al español fue publicada en Psicoanálisis Inédito, septiembre de
2014, fuente web:
http://psicoanalisisinedito.blogspot.com.ar/2014/09/jacques-alain-miller-lacan-profesor-de.html
2-.
N. de la T.: Guignol es el personaje principal de un espectáculo de marionetas
francés que lleva su nombre.
3-.
Apodo dado a François Hollande por sus colaboradores. N. de la T.: pépère
refiere a quien no se inquieta por nada.
Um comentário:
Rebelión contra el conformismo, recorto esto.
La rebelión es lo nos mantiene vivos pero despiertos!
La q nos transmitió siempre Lacan!!y ahora JAM
Muy bueno
Silvia Bermúdez
EOL Bs As
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