Un puente hecho de agujeros
Leonora Troianoski pregunta a Miquel Bassols. Presidente de la AMP.
-Crisis es un significante de lo social, ¿qué dicen los
psicoanalistas? introduce de alguna manera un puente entre intensión y
extensión ¿Cómo piensas esta articulación?
En efecto, la palabra “crisis” se ha instalado en el discurso común
del mundo contemporáneo de tal manera que parece que ya no hay posible
realidad social, económica o política, que no evoque de algún modo la
crisis. ¿Hay algún lugar que no se resienta hoy de la crisis, aunque más
no sea porque se la teme? Lo que designaba un momento más o menos
pasajero —“Momentos de crisis” ha sido por otra parte el tema del último
Congreso en Ginebra de la New Lacanian School—, ha venido a
designar una suerte de estado permanente, como el signo de una época que
se extiende, aquí y allá, sin percibirse un final preciso. Hasta el
punto que la crisis, en la era del neocapitalismo, parece alimentarse de
la propia crisis. No era así, sin duda, en otras épocas. De modo que el
significante “crisis” experimentó él mismo cierta crisis, en el sentido
que tuvo en otros momentos, de momento de decisión, de inflexión súbita
en una estructura, de punto de viraje, ya sea para bien o para mal.
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Ayer era solo la imagen de un niño sirio de tres años, pero hoy sabemos su nombre. Se llamaba Aylan. En el naufragio, a su padre se le escapó de las manos, y de esas manos se escapó la vida del niño y también la del padre, a quien más le habría valido morir en vez de convertirse en el espectro de un superviviente. No cualquier muerte es el límite absoluto: Lacan sugirió que es la de un hijo. La varia boca del mar, que es infinita, tuvo al menos la piedad de devolverlo intacto, con su ropa compuesta, su mejilla apoyada sobre la arena blanda, como si durmiese. Los hombres no tuvieron esa compasión.
Desde el ángulo que esa foto fue tomada, casi no vemos el rostro de
Aylan. Vemos, en primer plano, las suelas de sus zapatillas. La crónica
del mundo se escribe en los libros, y también en las suelas de unas
zapatillas, solo que esta vez el relato se interrumpió demasiado pronto.
No sin razón Borges calificó de universal la Historia de la Infamia:
porque no conocemos la fecha de su inicio, pero estamos seguros de su
eternidad. Todos los días se añade una página, del mismo modo que todos
los días mueren miles de niños y nos hundimos un palmo más en la
ignominia.
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La crisis actual en y desde el arte, por Mandy Toro Andara
Lo imposible es la esencia de la actividad artística. El arte, al ser una suerte de intersticio que se nutre de sí mismo, es paradoja, enigma, obstáculo, silencio y clandestinidad… Él encarna y circunscribe lo real, valiéndose de las dimensiones simbólica e imaginaria que, en conjunto, dan consistencia a los objetos.
Después de Duchamp, sabemos que el arte se halla más del lado del
síntoma que del de la sublimación, tal y como nos lo señala Eric
Laurent: “Las obras de los grandes artistas hoy no son sublimes, ellas
son síntomas”, y, añade Gérard Wajcman, dichos síntomas “[n]o (son) del artista: (sino) de la época y del mundo. Del malestar”.
En la época del capitalismo se rechaza la palabra en cualquiera de
sus modalidades. La belleza ha caído junto con otros significantes,
otrora primordiales. El arte nos muestra en acto la crisis contemporánea
del ser humano, en el seno de su propia actividad, en tanto que
síntoma.
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