Hoy, cada vez más, nos vamos encontrando en nuestra clínica con mujeres que hablan con sus cuerpos y sus síntomas sin que éstos, en tanto tales, se presten a ser articulados a ninguna dimensión de sentido. Si en psicoanálisis, el dato inicial del que se dispone sobre qué puede ser hablar con el cuerpo, lo dio el síntoma histérico, lo que se constata cada vez con mayor nitidez, es que en estas mujeres, estos “nuevos” síntomas, no resultan ya legibles a partir de su referencia al ordenamiento edípico tradicional, es decir, no se ordenan en relación al amor al padre.
También se comprueba que, al no articularse con el orden paterno, rechazan los saberes y sentidos, siempre fálicos, que de allí pudieran venirle. Ahora, no se trata de un rechazo a esos saberes por incompletos, cosa que siempre enseñó la histeria conocida, se trata de una inconsistencia producto de un agujero en el lugar mismo donde pudiera darse esa articulación.
Ahora bien, este fracaso de la solución paterna como significación fálica perturba el funcionamiento de un imaginario corporal organizado por dicha significación. Se ven así enormes dificultades para el armado de la mascarada fálica, y diversas inconsistencias que pueden llegar incluso hasta la total imposibilidad, en la constitución de identificaciones fálicas propiamente dichas. Ni a nivel de ser el falo, pero tampoco a nivel de tenerlo, obtienen una posición que les permita desde ahí afrontar el encuentro sexual.
Lo notable es que a su vez se constata que puestas a hablar en el dispositivo analítico, hablan y hablan, pero no de cualquier cosa, sino que hablan de los enigmas de la sexualidad. Es decir, hablan con sus síntomas pero no llaman a ningún intérprete.
Todo esto ha puesto en cuestión el saber y la orientación clínica de que se disponía. Poner un poco ese saber entre paréntesis, sin nostalgias, puede permitir seguir las diferentes soluciones sintomáticas que estos nuevos “picos de oro”[1] del siglo XXI se inventan a partir de la confrontación con el trauma de la no relación sexual.
Del interpretante
También se comprueba que, al no articularse con el orden paterno, rechazan los saberes y sentidos, siempre fálicos, que de allí pudieran venirle. Ahora, no se trata de un rechazo a esos saberes por incompletos, cosa que siempre enseñó la histeria conocida, se trata de una inconsistencia producto de un agujero en el lugar mismo donde pudiera darse esa articulación.
Ahora bien, este fracaso de la solución paterna como significación fálica perturba el funcionamiento de un imaginario corporal organizado por dicha significación. Se ven así enormes dificultades para el armado de la mascarada fálica, y diversas inconsistencias que pueden llegar incluso hasta la total imposibilidad, en la constitución de identificaciones fálicas propiamente dichas. Ni a nivel de ser el falo, pero tampoco a nivel de tenerlo, obtienen una posición que les permita desde ahí afrontar el encuentro sexual.
Lo notable es que a su vez se constata que puestas a hablar en el dispositivo analítico, hablan y hablan, pero no de cualquier cosa, sino que hablan de los enigmas de la sexualidad. Es decir, hablan con sus síntomas pero no llaman a ningún intérprete.
Todo esto ha puesto en cuestión el saber y la orientación clínica de que se disponía. Poner un poco ese saber entre paréntesis, sin nostalgias, puede permitir seguir las diferentes soluciones sintomáticas que estos nuevos “picos de oro”[1] del siglo XXI se inventan a partir de la confrontación con el trauma de la no relación sexual.
Del interpretante
En su texto “Hablar con el propio cuerpo. Hablar con el propio síntoma”[2], Eric Laurent señala que si el eje alrededor del cual ha girado la organización del síntoma histérico era el amor al padre, eso es lo que en nuestra contemporaneidad está puesto en tela de juicio. Por eso sostiene que se debe concebir al síntoma, no a partir de la creencia en el Nombre del Padre, sino a partir de la efectividad de la práctica analítica. Para ello se dirige a las reformulaciones que Lacan propone sobre la histeria en su última enseñanza, indicando que lo que allí hace Lacan es volver a tomar la histeria pero para leerla al revés.
Justamente esa relectura se inicia con la única mención que Lacan hace a la histeria en su Seminario 23[3]. Allí comenta una obra de teatro de H. Cixous, “Portrait de Dora”[4], donde dice que encuentra algo completamente sorprendente y a la vez instructivo para los analistas.
La obra presenta a la Dora conocida, con sus mismos síntomas, pero en un estatuto muy diferente. La diferencia está en que la Dora de Cixous, presenta sus síntomas pero rechazando cualquier S1 que quisiera interpretarla. Se trata de un síntoma que se sostiene solo, sin articularse a los saberes ni sentidos que le pudieran venir de ningún intérprete. Ni del padre, ni del Sr.K, ni de la Sra.K y mucho menos del mismo Freud.
Esto es lo creo que a Lacan le resulta sorprendente, ya que viniendo de Freud, siempre se consideró a la histeria como intrínsecamente incompleta. Este ha sido el modo de presentación y funcionamiento del síntoma histérico para el psicoanálisis. Un síntoma que nunca se presenta solo, sino siempre articulado a un interpretante al que apela para que produzca saberes sobre esa incompletitud, tal cual lo escribe a la perfección el matema del discurso histérico.
Lo sorprendente, es que Lacan, sigue llamando histérica a esta Dora, pero con un estatuto nuevo porque dice que es “rígida”. Lo rígido estaría en que el síntoma como respuesta al trauma sexual, se sostiene solo, sin dirigirse a ningún Otro que lo complete.
Cambio de perspectiva
En el Seminario 18[5], guiado por la clínica de la histeria, Lacan considera que cuenta con la articulación necesaria para finalmente separar al falo del Nombre del Padre que hasta entonces parecían confundirse en una misma función. Dice que fue por seguir, justamente, a la histeria en su lógica, que consigue dar con la escritura de lo que llama goce fálico como función, al que define no ya por ser el significante de la falta, sino justamente por ser aquello de lo que no sale ninguna palabra. Siendo entonces el Nombre del Padre de la histeria, aquel que es llamado a responder, a decir algo, sobre ese goce mudo y traumático que no dice nada[6].
Este paso permite distinguir, las respuestas en términos de identificaciones fálicas que una mujer puede encontrar en tanto se anude al Nombre del Padre, del efecto como tal de la incidencia traumática del goce fálico y los acontecimientos del cuerpo que allí se produzcan.
Se ve ahí la posibilidad de operar un cambio de perspectiva que permita situarse de otro modo frente a la clínica que se recibe. Ubicar al síntoma en su emergencia como acontecimiento del cuerpo frente al trauma sexual, para dejar de pensar todo lo que se nombra síntoma como consecuencia de diversas fallas de la función paterna.
Entonces, desde esta perspectiva, ¿por qué no considerar que hay, hoy, nuevos picos de oro que otra vez hablan y hablan, sin saber lo que dicen, a la espera de una reinvención de la posición del analista, una posición que fuese también realmente sin Nombre del Padre?[7]
Notas:
[1] En “Consideraciones sobre la histeria” Lacan llama “picos de oro” a los primeros casosde histeria que Freud presenta en sus “Estudios sobre la histeria”.
[2] Puede leerse en www.enapol.com
[3] Lacan,J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, Clase VII, Paidós, Bs.As., 2006, p. 103-104
[4] Cixous, H., Portrait de Dora, Édition des femmes, Paris, 1976.
[5] Lacan J., El Seminario Libro 18, De un discurso que no fuera del semblante, Paidós, Bs.As., 2009, pp. 157-160.
[6] Vitale,F., Cuerpo de mujer en Hablar con el cuerpo. La crisis de las normas y la agitación de lo real. Grama Ediciones, Bs.As., 2014
[7] Indart, J.C. y otros, De la Histeria sin Nombre del Padre I, ed. Grama, Bs.As., 2014
*Extracto del texto “Imaginarios más allá del Padre” publicado en Revista Lacaniana Nº 18.
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