Batalla final,
por Miquel Bassols
Ha sido en París pero sabemos que podría haber sido en otra ciudad.
Sabemos ya que algo parecido ocurrirá sin duda en algún otro lugar.
Incluso a veces ignoramos que está ya ocurriendo en otro lugar. No son
atentados tan difíciles de preparar y de realizar como los del 11S, pero
están animados por una misma certeza, imposible de comprender desde ese
Otro lugar en el que nos seguimos creyendo. Y es una certeza que se
transmite como un reguero de pólvora de manera cada vez más explícita en
la Red utilizada por el Estado Islámico: es la batalla final, son los
signos claros del fin del mundo, el preludio de lo que otros llamaban
Apocalipsis. Bin Laden no solía mencionar el Apocalipsis.
Por el
contrario, los fundadores del Estado Islámico se han referido a este
momento final desde el principio para situar el necesario e inevitable
pasaje hacia el Otro lugar. Y en esta batalla final, la ciudad siria de
Dabiq, cerca de Alepo, es el lugar en el que según la tradición se
librará la batalla decisiva contra los “romanos”, los del Otro lugar que
se creen a salvo de ella. Ante esta certeza, la vida vale exactamente
lo que vale el pasaje al Otro lado. Y puede ser muy poco, sólo el
pellizco que se siente en el cuerpo al apretar el botón del
chaleco-bomba y hacerlo explotar en medio de la multitud. Sin miedo
alguno. Podemos llamarlo religión, pero sería un error creer que es algo
parecido y simétrico a “nuestra religión” —incluso la que no sabemos
que profesamos— y que en todo esto se trata, finalmente, de una “guerra
de religiones”, incluso si lo llamamos “modos de vida”.
Más bien se
trata de un “modo de morir” que nada tiene que ver con el que la
mentalidad occidental ha alimentado durante siglos para dar un sentido a
lo real de la muerte. En esto el yihadista gana de entrada, porque este
pasaje al Otro lado es para él un privilegio y un placer.
Entender algo de este Otro modo de abordar lo real de la muerte es
entonces cada vez más indispensable para no perder cada batalla que se
quiera final.
Referencias:
“París es una fiesta que nos sigue”, escribió una vez el americano.
Esa frase dio título a un libro de memorias donde reflejaba los
recuerdos de su estancia en París, y que fue publicado tras su muerte.
Ese París de entreguerras que, tras los horrores de Verdun, recobraba su
espíritu y volvía a ser refugio del pensamiento y la vanguardia. Ayer
Hemingway volvió a morir, porque la fiesta se ha acabado para siempre.
Por supuesto, París, como Nueva York, Madrid, Boston o Londres, se
recuperará de sus heridas, honrará a sus muertos, y la vida seguirá su
paso. ¿Acaso los franceses no recobraron el ritmo de la historia tras la
ocupación nazi? Sin embargo, algo ha cambiado. Ayer, mientras leía y
veía horrorizado lo que sucedía, con ese inquietante sentimiento que
suscita la forma actual de la comunicación a distancia, que permite casi
“ver en directo” el espectáculo de la muerte, no podía dejar de pensar
que algo ha cambiado sin retorno.
Junto con Buenos Aires y Madrid, París forma parte de mi vida. Ciudades que han conocido la grandeza y el espanto, como tantas otras metrópolis. Pero París… Bien es verdad que ya había sido cruelmente golpeada por el terrorismo. Charlie Hebdo, el ataque al supermercado, los dos policías abatidos. El número de víctimas fue menor, no así el espanto. Sin embargo, queríamos creer -necesitábamos creer- que eso era excepcional, que París estaba envuelta en el manto sagrado de Las luces, y que hasta cierto punto aún no había sido completamente profanada.
Ayer esa ilusión estalló en pedazos, y París ya no volverá jamás a ser
“la fiesta que nos sigue”. Ella ha sido, también, atacada por la
ferocidad de una guerra sin precedentes, la guerra que Hemingway no
conoció, la guerra que no tiene ni frentes de batalla, ni enemigos
definidos, ni soldados identificables. Ayer, con el asalto a París, ha
quedado definitivamente demostrado que la topología del mal ya no
responde a ninguno de los paradigmas conocidos. Es la guerra
irrestricta. Reducirla a un combate de civilizaciones, a un
enfrentamiento religioso, al choque entre Occidente y la barbarie, puede
servir de consuelo a los que reclaman un sentido, y justificar acciones
de dudosa eficacia. Lo único cierto es que ya no es preciso ir a
lejanas regiones en conflicto para ver el rostro de la muerte. Se lo
puede encontrar en una terraza de París, un viernes por la noche, a la
hora que la fiesta comenzaba.
Los autores son presumiblemente franceses. El mal ya no viene de
lugares exóticos, sino que está entre nosotros. Convive con nosotros.
Habla nuestra lengua, usa nuestra ropa y emplea nuestra tecnología. El
mal contemporáneo se parece demasiado a L´Horla de Maupassant. Nos
recuerda mucho más a “das Ding” que al Otro. Al Otro, podemos cercarlo.
¿Cómo vamos a acabar con la Cosa?
Lo que no cambia, es que aún sin fiesta seguiremos amando París.
El Corazón de las Tinieblas no es una novela histórica, sino una
poderosa metáfora que trasciende las épocas, revelando las limitaciones
del lenguaje y la inteligencia humana para expresar la complejidad del
mal. El odio nace de una oscura pulsión que Freud consideró un elemento
esencial de nuestra vida psíquica: la pulsión de muerte. La lucha entre
Eros y Thanatos determina cada vida en su singularidad, pero también el
devenir de la humanidad a lo largo de la historia. Podríamos decir que
las cosas no van del todo mal cuando la acción destructiva de Thanatos
encuentra el límite que le impone Eros, pero hay momentos en que el
equilibrio se pierde, el nudo entre ambas fuerzas se deshace, y entonces
podemos prepararnos para lo peor. Cuando la pulsión de muerte se libera
del freno que interpone Eros, el sujeto puede verse arrastrado a la
destrucción en todas sus manifestaciones, desde el suicidio hasta la
guerra.
No es extraño que Francis Ford Coppola se inspirara en la obra
de Conrad para recrear la crudeza de la guerra en Apocalypse Now
(1979), mostrando que la violencia homicida obedece a determinadas
concepciones de la política y la historia, pero en último término brota
de un real que desborda la razón y sólo puede expresarse con una frase:
“El horror, el horror”.
Visite: http://crisis.jornadaselp.com/
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