“La operación toxicómana es aquella que no requiere del cuerpo del Otro como metáfora del goce perdido y es correlativa de un rechazo mortal del inconsciente”. Esta breve definición resume lo que está en juego en lo que la droga, el tóxico procura a cada quien, pero también sirve para situar lo que cada quien hace del tóxico, y por qué caminos*.
Esto implica dar por supuesto que hay una dimensión del tóxico, de la relación al tóxico, que debe ser pensada teniendo en cuenta el uso que el sujeto le da, eso da también la clave de su sentido. Lo que vemos en la experiencia clínica, es que lo que se realiza en la intoxicación y que he llamado “la operación toxicómana” procede por un rechazo del Otro. No es de ninguna manera un mensaje dirigido al Otro y se muestra no articulada sino en ruptura con el campo del Otro. La operación toxicómana no se reduce a la combinatoria significante, implica un goce no articulado, no articulado al partenaire, ni al Otro sexo. Más bien es una operación que separa del Otro sexo, que no busca el Otro sexo, sino que se procura su goce por un camino que no es sexual.
Esto implica dar por supuesto que hay una dimensión del tóxico, de la relación al tóxico, que debe ser pensada teniendo en cuenta el uso que el sujeto le da, eso da también la clave de su sentido. Lo que vemos en la experiencia clínica, es que lo que se realiza en la intoxicación y que he llamado “la operación toxicómana” procede por un rechazo del Otro. No es de ninguna manera un mensaje dirigido al Otro y se muestra no articulada sino en ruptura con el campo del Otro. La operación toxicómana no se reduce a la combinatoria significante, implica un goce no articulado, no articulado al partenaire, ni al Otro sexo. Más bien es una operación que separa del Otro sexo, que no busca el Otro sexo, sino que se procura su goce por un camino que no es sexual.
Por otra parte no tiene que ver con el inconsciente sino con su rechazo. En el sentido de este aislamiento, el llamado toxicómano es casi el paradigma de un mundo de solitarios consumidores anónimos, que rechaza el lazo con el Otro al rechazar lo que estructuralmente se pierde por ese lazo. Es por eso que podemos decir que es una elección contra la castración, contra la división del sujeto, y contra el inconsciente. La operación toxicómana se sitúa frente a la encrucijada sexual, no con una acción sino con un goce (el de la intoxicación) que está en ruptura con toda ficción. Esta operación revela además la verdad de las ficciones que la encrucijada sexual segrega, es decir, el síntoma y el fantasma, al fin solo sustitutos del goce perdido. Demuestra asimismo que el juego con el Otro no vale la pena y que quedarse sin sexo no es sino el producto de una operación que es leal a esa verdad.
En esta operación el llamado toxicómano es leal a su goce, a su partenaire pero su partenaire no es el Otro, ni el semejante, sino lo que ha colocado en ese lugar. Es decir en el lugar de la pérdida estructural de goce, lugar de “no hay relación sexual”. Y a ese lugar no viene el falo sino el tóxico, el goce tóxico, que es justamente la ruptura con el falo. Ubicada así frente a la encrucijada sexual, la operación toxicómana ofrece una solución que en su extremo más logrado liquida la cuestión del sexo, junto con la liquidación eventualmente del sujeto mismo. Lo que el tóxico procura es: una solución al problema sexual, una solución que mantiene una relación de exclusión entre el sujeto y la droga: la experiencia de la droga o el sujeto. Y esto que el tóxico procura -y que supone la exclusión el sujeto- se realiza en una experiencia, en la experiencia misma de la intoxicación. Lo que llamo la operación toxicómana se realiza en un hacer, en el nivel de una experiencia. Esa experiencia, esa experiencia vivida de la intoxicación, es también una experiencia vacía, y es una experiencia que no podríamos poner en serie con la experiencia del psicoanálisis como experiencia subjetiva, más bien si se trata de experiencia se trata de una experiencia vacía de sujeto. O al menos vacía del sujeto del inconsciente. Una experiencia por cierto, tan vivida como vacía del Otro, aún del otro con minúsculas que podría hacer de partenaire. Vacía también de sexo, ya que es muy definido que si se trata allí de un goce, se trata de un goce a-sexual. Una experiencia que está también vacía de significación. Pero al mismo tiempo esa experiencia vacía tiene una positividad: la positividad del goce.
Intento, entonces con esta referencia, situar lo que la operación toxicómana tiene de experiencia. Sea puntual o extendida, circunscripta o generalizada, pasional o no, la operación toxicómana se realiza por una experiencia, por un hacer donde cada vez se obtiene una ganancia de goce contra la castración. Una experiencia donde se trata la castración no con una ficción, sino con la positividad del goce tóxico en su dimensión de experiencia. De cada ingesta, de cada inyección. Y es con la positividad del goce como la experiencia vacía de la droga, trata el vacío central del sujeto, es decir, eso incurable, que con la droga trata de ser colmado, a costa del sujeto mismo.
En este sentido es que por otra parte debemos poner el énfasis una vez más, en que no se trata en la toxicomanía de una estructura clínica, sino de una operación sobre la estructura. Se ubica ahí, justamente, la chance clínica que consiste en deslindar la experiencia, de la estructura que la experiencia oculta. Es un hecho que en la clínica con lo que encontramos es con las formas en que se presenta esta dimensión de la experiencia de la intoxicación y sus consecuencias. Y es, a mi juicio, de mayor la importancia proceder en la consulta de tal modo que, sin descuidar las complicaciones de la intoxicación, y de los problemas sociales y legales que la acompañan, se proceda a deslindar la dimensión estructural que la experiencia de la droga oculta. Ahí sí podemos apuntar a producir un empalme, un empalme que permita ir de la experiencia de la droga -que inunda la escena de la consulta- a la cuestión del sujeto. A esa cuestión del sujeto que sabemos que es anterior a la droga y para la cual la droga es una respuesta.
Es decir, que tenemos en cuenta que es justamente en el plano del sujeto, de sus determinaciones simbólicas, de su relación problemática al goce, donde suponemos que se encuentran las raíces, las claves, la cifra de la problemática, aquella a la que la droga aporta su solución.
He situado en otra ocasión que justamente una de las condiciones para que sea posible una intervención. Hay que entender que para que exista la chance de una intervención analítica, es necesario que la droga ya no aporte completamente esa solución, y que la cuestión del deseo se infiltre en el vacío de la experiencia. No hay que desatender la relación del sujeto con la intoxicación, pero hay que situar el hacer de la intoxicación en relación a las determinaciones del sujeto. A esas determinaciones que no son evidentes, ya que la operación toxicómana está ahí para que no lo sean. Esas determinaciones que son las que emergen para sorpresa del sujeto, como una desagradable verdad, es decir, en tanto síntoma, cuando la droga fracasa. O cuando interrogamos al sujeto más allá de la experiencia, más allá de pretender su abstinencia, más allá de lo que encandila en la presentación, lo que satura el momento de la demanda, que es la relación exclusiva a eso que se ha vuelto su partenaire. En eso no es por cierto la toxicomanía un síntoma freudiano, no es el síntoma como verdad, como verdad de la castración del sujeto. Está más cerca de lo que Lacan llama la operación salvaje del síntoma no como verdad sino el síntoma como modo de goce.
No hay, creo nada más ilustrativo que la toxicomanía para ver este aspecto de la cuestión, es decir, para ubicar el aspecto del síntoma como funcionamiento y del síntoma como disfuncional. La drogadicción muestra y el toxicómano demuestra que eso funciona, y que eso funciona para el goce. Esa práctica que realiza -la intoxicación- con la que intenta ponerse a resguardo del malestar, y demostrar la inexistencia del inconsciente, funciona. Y cuando eso funciona, no hay quien lo detenga. Ni el Amo, ni el Padre, ni la mentira de la palabra, ni una mujer. Ni el Ideal, ni la ley, ni lo simbólico, ni el falo. Porque es justamente un funcionamiento que se funda en una ruptura y en una experiencia que tiene la positividad, la certeza del goce, que es con la que trata el vacío del sujeto.
Pero la práctica con toxicómanos nos muestra también el punto donde hay un disfuncionamiento, donde hay el exceso de cierto límite, ya sea un límite en el Otro, ya sea un límite en el cuerpo propio. Es decir, que además del éxito del funcionamiento, encontramos también la ocasión, la oportunidad del fracaso de ese funcionamiento. Es en esos puntos por donde es posible que comience otro escenario, el que constituye un padecimiento producido por aquello que justamente alejaba del padecimiento. Y es el escenario donde se dirimen la gran mayoría de las curas de estos pacientes. El que rompía cínicamente con el Otro, ahora irá al Otro, articulará una demanda para que el Otro demuestre que puede hacer funcionar las cosas. Es decir, para que lo ponga a punto otra vez, para volver a empezar por supuesto. Lo que funcionaba para el goce, aún cuando el sujeto no estaba ahí representado, ha perdido su eficacia y se vuelve disfuncional. No marcha, y es cierto que si marchara no vendría a vernos.
No se trata entonces para nosotros, en el nivel de la experiencia, de evaluar lo efectivamente vivido en el flash, porque para nosotros allí el sujeto no está en su lugar como sujeto, lo que importa es situar lo que la experiencia del tóxico procura en relación a estas determinaciones que fijan su posición de sujeto y su modalidades de goce… Se puede concluir también que en este caso, lo que el tóxico procura es evitar pasar por la prueba del deseo y sustraerse del problema sexual. Se ve entonces el punto en que se aplica la operación toxicómana y se perfila también allí lo que es la función de la droga en la economía de un sujeto.
El sin sentido de la operación toxicómana, de la experiencia vivida y vacía de la droga, es esa que no tiene ningún sentido más que el que se deriva del “no puedo dejar de hacerlo” y no hay más que hablar. La operación toxicómana evacúa toda significación. Lo cual justifica porqué la presentación de los pacientes toxicómanos es un fuera de la palabra.
La satisfacción de la intoxicación requiere del silencio ya que el hablar es ya restituir algo de la significación. Y la significación como cualquier significación compete al falo y es por tanto lo opuesto a la droga en tanto esta cumple la definición que de ella de J. Lacan. La intoxicación requiere no hablar. Y sabemos que la única chance clínica que tenemos es “hacer hablar”. Hacerla pasar al decir. Hablar no es por cierto una garantía de nada, pero aleja de la muerte al menos por un tiempo, como lo sabía Sherezade quien hablaba para no morir. La operación toxicómana es inversa. No habla para permanecer en esa satisfacción que evacúa la significación, que evita el matrimonio con el falo, que alivia de la indeterminación del deseo, que defiende contra la metonimia infinita de la pérdida del objeto y contra esa otra muerte que el significante impone. Hay que reconocer que son muchas ventajas. Lo que el tóxico procura, es la evacuación de la significación y, por tanto, una manera de mantenerse por fuera del decir. Fuera del discurso, en la positividad de la repetición.
Lo que el tóxico procura es opuesto entonces a la operación analítica cuyo único imperativo, cuya única demanda legítima al sujeto es que diga. Que de pasar al acto pase al decir.
Para terminar: una indicación de J.-A. Miller respecto de esta clínica. Una indicación clínica que es muy preciosa y que hay que tomar con cuidado: “hay que obtener que el sujeto dé sentido, y en especial, sentido sexual a su experiencia”. Puedo comentar esta indicación sobre el fondo de lo que he dicho hoy del siguiente modo: obtener que el sujeto de sentido sexual a su experiencia, quiere decir que la Bedeuntg del falo recubra la positividad sin palabras, de la experiencia vacía de la droga. Y hay que decir que esa indicación misma está en la dirección opuesta a la operación toxicómana, ya que negativiza, agujerea la experiencia, nombra, saca del hacer hacia el decir. Obtener que el sujeto dé sentido sexual a su experiencia no quiere decir: darle al sujeto un sentido sexual para su experiencia, ya que eso sería no una operación analítica sino religiosa -lo cual no le impediría por un tiempo ser exitosa. La significación religiosa no deja de estar dentro de la lógica fálica y al mismo tiempo conocemos la eficacia de las religiosidades más variadas en este campo. Obtener que el sujeto dé un sentido sexual a su experiencia es otra cosa. Es que la significación sea efecto de una operación significante y de un encuentro. Es apostar a que en ese encuentro se abra otra suerte de determinación más allá del “no puedo dejar de hacerlo”. Es pasar de la positividad muda de la intoxicación a confrontar al sujeto a la cuestión del deseo. Es hacer existir el inconsciente, “el inconsciente freudiano y el nuestro”.
Es decir, que se traduzca en términos de saber lo que la experiencia realiza como goce. Se trata de obtener esa interpretación que es el trabajo mismo del inconsciente. Es estar ahí para confrontar otra vez al sujeto a la encrucijada sexual que su elección por la operación toxicómana evita. La clínica no solo muestra la evidencia de quienes no renuncian a esta salida que es la operación toxicómana, también testimonia del efecto sorprendente y angustiante para algunos sujetos de la aparición de una pregunta, una pregunta anterior a que la droga entrara en su vida y que se formula en el lugar mismo donde la intoxicación daba hasta entonces su respuesta muda e inapelable.
Es por eso que podemos decir que, si bien la intoxicación no se interpreta, sí podemos ubicar la incidencia de la interpretación en relación a lo que emerge de su falla, es decir aquello que emerge como discurso más allá de la experiencia de la intoxicación. No se trata de dar una interpretación a la operación toxicómana, se trata por el contrario de obtener una interpretación. Se trata de obtener esa interpretación que es el síntoma, los sueños, las formaciones del inconsciente, la transferencia misma. Se trata de obtener esa interpretación que es el trabajo mismo del inconsciente.
Se podría decir, quizás es demasiado, que el trabajo de producción de goce del inconsciente sustituya el uso para el goce que el sujeto ha dado a la droga. Eso que hay que hacer existir, es en suma el inconsciente y que solo existe si hay un analista. Solo la función de intérprete del analista produce la dignificación de un saber supuesto.
La operación del analista, en la clínica con toxicómanos o con cualquiera es la de producir en el comienzo -en lo preliminar que tiene toda su importancia en esta clínica- la significación de una falta de saber como causa del padecimiento. Como se ve, hay una oposición evidente entre la experiencia del tóxico y la experiencia del psicoanálisis, entre la operación toxicómana y la operación analítica. Una rechaza el inconsciente, la otra, como operación de castración espera producirlo. El síntoma redefinido por Lacan, ex-siste al inconsciente, pero todo síntoma puede ser interrogado sobre su sentido y sobre su causa. Es por ese camino que el psicoanalista es un rompehuelgas, sea la huelga de hambre de la anorexia, sea la huelga del falo que hace el toxicómano, para hacer retornar al trabajo a ese trabajador incansable y fundamental que es el inconsciente. Trabajo del inconsciente no solo sobre la vertiente productora de sentido sino como instrumento de goce. “Creer en el síntoma es creer que el Uno de la letra puede volver al dos de la cadena, es confiar en la sustitución de los signos de donde el síntoma toma sentido”.
Pero desde siempre eso funciona si el analista está ahí para hacerlo posible. Si no las “bulímicas” seguirán atragantándose con sus papillas, los “toxicómanos y alcohólicos” consentirán la segregación que supone ser designados por su nombre de goce, o victimizados, las “anoréxicas” demostrarán que la huelga de hambre puede sostenerse hasta el final, los atacados de pánico en lugar de encontrar como Juanito su caballo, tomaran su Prozac, los maníacos contemporáneos tendrán su dosis de stress anfetamínico, y mostrarán en la contracara cobarde de la depresión la caída inexorable del deseo.
Frente al goce propuesto por la civilización a través de los productos de la ciencia ofrecidos en el mercado, se trata de oponerle el responsabilizarse de ese goce particular del síntoma, cuya causa está en otra parte, y es lo que de cada uno de nosotros es irreductible a ser colectivizado.
En esta operación el llamado toxicómano es leal a su goce, a su partenaire pero su partenaire no es el Otro, ni el semejante, sino lo que ha colocado en ese lugar. Es decir en el lugar de la pérdida estructural de goce, lugar de “no hay relación sexual”. Y a ese lugar no viene el falo sino el tóxico, el goce tóxico, que es justamente la ruptura con el falo. Ubicada así frente a la encrucijada sexual, la operación toxicómana ofrece una solución que en su extremo más logrado liquida la cuestión del sexo, junto con la liquidación eventualmente del sujeto mismo. Lo que el tóxico procura es: una solución al problema sexual, una solución que mantiene una relación de exclusión entre el sujeto y la droga: la experiencia de la droga o el sujeto. Y esto que el tóxico procura -y que supone la exclusión el sujeto- se realiza en una experiencia, en la experiencia misma de la intoxicación. Lo que llamo la operación toxicómana se realiza en un hacer, en el nivel de una experiencia. Esa experiencia, esa experiencia vivida de la intoxicación, es también una experiencia vacía, y es una experiencia que no podríamos poner en serie con la experiencia del psicoanálisis como experiencia subjetiva, más bien si se trata de experiencia se trata de una experiencia vacía de sujeto. O al menos vacía del sujeto del inconsciente. Una experiencia por cierto, tan vivida como vacía del Otro, aún del otro con minúsculas que podría hacer de partenaire. Vacía también de sexo, ya que es muy definido que si se trata allí de un goce, se trata de un goce a-sexual. Una experiencia que está también vacía de significación. Pero al mismo tiempo esa experiencia vacía tiene una positividad: la positividad del goce.
Intento, entonces con esta referencia, situar lo que la operación toxicómana tiene de experiencia. Sea puntual o extendida, circunscripta o generalizada, pasional o no, la operación toxicómana se realiza por una experiencia, por un hacer donde cada vez se obtiene una ganancia de goce contra la castración. Una experiencia donde se trata la castración no con una ficción, sino con la positividad del goce tóxico en su dimensión de experiencia. De cada ingesta, de cada inyección. Y es con la positividad del goce como la experiencia vacía de la droga, trata el vacío central del sujeto, es decir, eso incurable, que con la droga trata de ser colmado, a costa del sujeto mismo.
En este sentido es que por otra parte debemos poner el énfasis una vez más, en que no se trata en la toxicomanía de una estructura clínica, sino de una operación sobre la estructura. Se ubica ahí, justamente, la chance clínica que consiste en deslindar la experiencia, de la estructura que la experiencia oculta. Es un hecho que en la clínica con lo que encontramos es con las formas en que se presenta esta dimensión de la experiencia de la intoxicación y sus consecuencias. Y es, a mi juicio, de mayor la importancia proceder en la consulta de tal modo que, sin descuidar las complicaciones de la intoxicación, y de los problemas sociales y legales que la acompañan, se proceda a deslindar la dimensión estructural que la experiencia de la droga oculta. Ahí sí podemos apuntar a producir un empalme, un empalme que permita ir de la experiencia de la droga -que inunda la escena de la consulta- a la cuestión del sujeto. A esa cuestión del sujeto que sabemos que es anterior a la droga y para la cual la droga es una respuesta.
Es decir, que tenemos en cuenta que es justamente en el plano del sujeto, de sus determinaciones simbólicas, de su relación problemática al goce, donde suponemos que se encuentran las raíces, las claves, la cifra de la problemática, aquella a la que la droga aporta su solución.
He situado en otra ocasión que justamente una de las condiciones para que sea posible una intervención. Hay que entender que para que exista la chance de una intervención analítica, es necesario que la droga ya no aporte completamente esa solución, y que la cuestión del deseo se infiltre en el vacío de la experiencia. No hay que desatender la relación del sujeto con la intoxicación, pero hay que situar el hacer de la intoxicación en relación a las determinaciones del sujeto. A esas determinaciones que no son evidentes, ya que la operación toxicómana está ahí para que no lo sean. Esas determinaciones que son las que emergen para sorpresa del sujeto, como una desagradable verdad, es decir, en tanto síntoma, cuando la droga fracasa. O cuando interrogamos al sujeto más allá de la experiencia, más allá de pretender su abstinencia, más allá de lo que encandila en la presentación, lo que satura el momento de la demanda, que es la relación exclusiva a eso que se ha vuelto su partenaire. En eso no es por cierto la toxicomanía un síntoma freudiano, no es el síntoma como verdad, como verdad de la castración del sujeto. Está más cerca de lo que Lacan llama la operación salvaje del síntoma no como verdad sino el síntoma como modo de goce.
No hay, creo nada más ilustrativo que la toxicomanía para ver este aspecto de la cuestión, es decir, para ubicar el aspecto del síntoma como funcionamiento y del síntoma como disfuncional. La drogadicción muestra y el toxicómano demuestra que eso funciona, y que eso funciona para el goce. Esa práctica que realiza -la intoxicación- con la que intenta ponerse a resguardo del malestar, y demostrar la inexistencia del inconsciente, funciona. Y cuando eso funciona, no hay quien lo detenga. Ni el Amo, ni el Padre, ni la mentira de la palabra, ni una mujer. Ni el Ideal, ni la ley, ni lo simbólico, ni el falo. Porque es justamente un funcionamiento que se funda en una ruptura y en una experiencia que tiene la positividad, la certeza del goce, que es con la que trata el vacío del sujeto.
Pero la práctica con toxicómanos nos muestra también el punto donde hay un disfuncionamiento, donde hay el exceso de cierto límite, ya sea un límite en el Otro, ya sea un límite en el cuerpo propio. Es decir, que además del éxito del funcionamiento, encontramos también la ocasión, la oportunidad del fracaso de ese funcionamiento. Es en esos puntos por donde es posible que comience otro escenario, el que constituye un padecimiento producido por aquello que justamente alejaba del padecimiento. Y es el escenario donde se dirimen la gran mayoría de las curas de estos pacientes. El que rompía cínicamente con el Otro, ahora irá al Otro, articulará una demanda para que el Otro demuestre que puede hacer funcionar las cosas. Es decir, para que lo ponga a punto otra vez, para volver a empezar por supuesto. Lo que funcionaba para el goce, aún cuando el sujeto no estaba ahí representado, ha perdido su eficacia y se vuelve disfuncional. No marcha, y es cierto que si marchara no vendría a vernos.
No se trata entonces para nosotros, en el nivel de la experiencia, de evaluar lo efectivamente vivido en el flash, porque para nosotros allí el sujeto no está en su lugar como sujeto, lo que importa es situar lo que la experiencia del tóxico procura en relación a estas determinaciones que fijan su posición de sujeto y su modalidades de goce… Se puede concluir también que en este caso, lo que el tóxico procura es evitar pasar por la prueba del deseo y sustraerse del problema sexual. Se ve entonces el punto en que se aplica la operación toxicómana y se perfila también allí lo que es la función de la droga en la economía de un sujeto.
El sin sentido de la operación toxicómana, de la experiencia vivida y vacía de la droga, es esa que no tiene ningún sentido más que el que se deriva del “no puedo dejar de hacerlo” y no hay más que hablar. La operación toxicómana evacúa toda significación. Lo cual justifica porqué la presentación de los pacientes toxicómanos es un fuera de la palabra.
La satisfacción de la intoxicación requiere del silencio ya que el hablar es ya restituir algo de la significación. Y la significación como cualquier significación compete al falo y es por tanto lo opuesto a la droga en tanto esta cumple la definición que de ella de J. Lacan. La intoxicación requiere no hablar. Y sabemos que la única chance clínica que tenemos es “hacer hablar”. Hacerla pasar al decir. Hablar no es por cierto una garantía de nada, pero aleja de la muerte al menos por un tiempo, como lo sabía Sherezade quien hablaba para no morir. La operación toxicómana es inversa. No habla para permanecer en esa satisfacción que evacúa la significación, que evita el matrimonio con el falo, que alivia de la indeterminación del deseo, que defiende contra la metonimia infinita de la pérdida del objeto y contra esa otra muerte que el significante impone. Hay que reconocer que son muchas ventajas. Lo que el tóxico procura, es la evacuación de la significación y, por tanto, una manera de mantenerse por fuera del decir. Fuera del discurso, en la positividad de la repetición.
Lo que el tóxico procura es opuesto entonces a la operación analítica cuyo único imperativo, cuya única demanda legítima al sujeto es que diga. Que de pasar al acto pase al decir.
Para terminar: una indicación de J.-A. Miller respecto de esta clínica. Una indicación clínica que es muy preciosa y que hay que tomar con cuidado: “hay que obtener que el sujeto dé sentido, y en especial, sentido sexual a su experiencia”. Puedo comentar esta indicación sobre el fondo de lo que he dicho hoy del siguiente modo: obtener que el sujeto de sentido sexual a su experiencia, quiere decir que la Bedeuntg del falo recubra la positividad sin palabras, de la experiencia vacía de la droga. Y hay que decir que esa indicación misma está en la dirección opuesta a la operación toxicómana, ya que negativiza, agujerea la experiencia, nombra, saca del hacer hacia el decir. Obtener que el sujeto dé sentido sexual a su experiencia no quiere decir: darle al sujeto un sentido sexual para su experiencia, ya que eso sería no una operación analítica sino religiosa -lo cual no le impediría por un tiempo ser exitosa. La significación religiosa no deja de estar dentro de la lógica fálica y al mismo tiempo conocemos la eficacia de las religiosidades más variadas en este campo. Obtener que el sujeto dé un sentido sexual a su experiencia es otra cosa. Es que la significación sea efecto de una operación significante y de un encuentro. Es apostar a que en ese encuentro se abra otra suerte de determinación más allá del “no puedo dejar de hacerlo”. Es pasar de la positividad muda de la intoxicación a confrontar al sujeto a la cuestión del deseo. Es hacer existir el inconsciente, “el inconsciente freudiano y el nuestro”.
Es decir, que se traduzca en términos de saber lo que la experiencia realiza como goce. Se trata de obtener esa interpretación que es el trabajo mismo del inconsciente. Es estar ahí para confrontar otra vez al sujeto a la encrucijada sexual que su elección por la operación toxicómana evita. La clínica no solo muestra la evidencia de quienes no renuncian a esta salida que es la operación toxicómana, también testimonia del efecto sorprendente y angustiante para algunos sujetos de la aparición de una pregunta, una pregunta anterior a que la droga entrara en su vida y que se formula en el lugar mismo donde la intoxicación daba hasta entonces su respuesta muda e inapelable.
Es por eso que podemos decir que, si bien la intoxicación no se interpreta, sí podemos ubicar la incidencia de la interpretación en relación a lo que emerge de su falla, es decir aquello que emerge como discurso más allá de la experiencia de la intoxicación. No se trata de dar una interpretación a la operación toxicómana, se trata por el contrario de obtener una interpretación. Se trata de obtener esa interpretación que es el síntoma, los sueños, las formaciones del inconsciente, la transferencia misma. Se trata de obtener esa interpretación que es el trabajo mismo del inconsciente.
Se podría decir, quizás es demasiado, que el trabajo de producción de goce del inconsciente sustituya el uso para el goce que el sujeto ha dado a la droga. Eso que hay que hacer existir, es en suma el inconsciente y que solo existe si hay un analista. Solo la función de intérprete del analista produce la dignificación de un saber supuesto.
La operación del analista, en la clínica con toxicómanos o con cualquiera es la de producir en el comienzo -en lo preliminar que tiene toda su importancia en esta clínica- la significación de una falta de saber como causa del padecimiento. Como se ve, hay una oposición evidente entre la experiencia del tóxico y la experiencia del psicoanálisis, entre la operación toxicómana y la operación analítica. Una rechaza el inconsciente, la otra, como operación de castración espera producirlo. El síntoma redefinido por Lacan, ex-siste al inconsciente, pero todo síntoma puede ser interrogado sobre su sentido y sobre su causa. Es por ese camino que el psicoanalista es un rompehuelgas, sea la huelga de hambre de la anorexia, sea la huelga del falo que hace el toxicómano, para hacer retornar al trabajo a ese trabajador incansable y fundamental que es el inconsciente. Trabajo del inconsciente no solo sobre la vertiente productora de sentido sino como instrumento de goce. “Creer en el síntoma es creer que el Uno de la letra puede volver al dos de la cadena, es confiar en la sustitución de los signos de donde el síntoma toma sentido”.
Pero desde siempre eso funciona si el analista está ahí para hacerlo posible. Si no las “bulímicas” seguirán atragantándose con sus papillas, los “toxicómanos y alcohólicos” consentirán la segregación que supone ser designados por su nombre de goce, o victimizados, las “anoréxicas” demostrarán que la huelga de hambre puede sostenerse hasta el final, los atacados de pánico en lugar de encontrar como Juanito su caballo, tomaran su Prozac, los maníacos contemporáneos tendrán su dosis de stress anfetamínico, y mostrarán en la contracara cobarde de la depresión la caída inexorable del deseo.
Frente al goce propuesto por la civilización a través de los productos de la ciencia ofrecidos en el mercado, se trata de oponerle el responsabilizarse de ese goce particular del síntoma, cuya causa está en otra parte, y es lo que de cada uno de nosotros es irreductible a ser colectivizado.
*La presente es una reescritura de la conferencia pronunciada en la Jornada “O brilho da infelicidade” organizada por el Núcleo de Pesquisa em Toxicomanía e Alcoholismo da Escola Brasileira de Psicanalise-Rio de Janeiro. Junio de 1998
Bibliografía
TARRAB, Mauricio: “La substancia, el cuerpo y el goce
toxicomaníaco”. En este volumen.
TARRAB, Mauricio: “Encrucijadas estructurales”.
Drogadicción Teoría y clínica. Gabas Editorial.
MlLLER, J.-A.: Para una investigación sobre el goce
autoerótico. Sujeto, Goce y modernidad 1. Buenos Aires 1994
TARRAB, Mauricio: “La droga un remedio contra el goce”.
Malentendido 6. Buenos Aires 1989.
LACAN, J.: Seminario RSI, inédito.
MlLLER, J.-A.: “Le partena/re-sintome”. Curso 1997-1998,
inédito.
LACAN, J.: Jomada de Carteles 1975 de la EFP “el éxito de
la droga es que ésta permite la ruptura del matrimonio del sujeto con el
petit-pipi”.
MILLER, J.-A.: Los signos del goce. Paidos Buenos Aires
1998. PAGE 1
Comments
Um comentário:
Muy interesante tu articulo Mauricio. Por cierto, me ha generado mas ideas para continuar con mi tesis de la carrera de Psicologia. Me tomo el atrevimiento de hacerte algunas preguntas para ver si me podes orientar un poco. Mi tesis trata los cortes en el cuerpo en la toxicomania. Como podemos pensar los usos de los cortes?. La estoy pensando desde la perspectiva de la angustia, urgencias subjetivas, y por supuesto sin dejar de lado el goce que se presenta en exceso.
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