Numéro 5 – Diciembre
de 2016
SITIO WEB: http://www.apreslenfance.com/
EditoRIAL
El mal de la juventud
Por Daniel Roy
Durante una
conferencia en Milán (1), Jacques Lacan formuló la hipótesis
de que un día se podría ver surgir un nuevo discurso que se llamaría “El mal de
la juventud”.
Es exactamente lo que
constatamos hoy y es a este discurso que se confrontan los que llamamos
“adolescentes”, con su simplicaciones en el cuerpo y en la mentalidad, sumidos
como están a “la dictadura del plus de goce” consecuencia de “la subida al
cenit social del objeo (a) (2). Actualmente son los primeros, entre todos nosotros, de subir
al frente y estar sometidos al fuego, nutrido de esta lluvía de objetos.
Esta hipótesis no le
vino a Lacan por azar, sino que su contenido es la continuación de un
desarrollo teórico sobre la cuestión de los discursos, es decir, sobre lo que
hace lazo social en los hombres, entre ellos. El punto de partida de este
desarrollo es la constatación de que “hay algo que ya no está funcionando como
antes.
En algún lugar, en lo
que llamamos tan amablemente, tan tiernamente “la juventud”, hay algo que no
funciona en un cierto discurso...hablo del discurso universitario”. Lacan
enuncia de la manera más clara la disyunción que se opera entre la “juevntud” y
“el saber” en tanto que es transmitido. El saber ha estado interrogado en su
pretensión de hacerse el amo sin decir su verdad. La juventud de mayo del 68 se
afanó en cuestionar al amo supuestamente oculto detrás del saber.
Lacan en esta misma
intervención, indicaba ya otra pista, otro lugar en donde tomaba su fuente y su
fuerza el nuevo malestar en la cultura. Aconsejaba prestar atención a la
ciencia y a los objetos tecnológicos que comenzaba a poner en circulación –la
televión en particular.
“Freud es
absolutamente impensable antes de la emergencia, no solo del discurso de la
ciencia, sino también de sus efectos, efectos que son, por supuesto, cada vez
más evidentes, más patentes, cada vez más críticos, y de los cuales se puede
considerar [...] lo que aún no se ha hecho, pero quizás algún día habrá un discurso
que se llamará así: “El mal de la juventud” (3).
1- Lacan, J. : “Discurso de Jacques Lacan a la
Universidad de Milán”, el 12 de mayo de 1972, aparecido en la publicación
bilingüe: Lacan in Italia 1953-1978. En Italia Lacan, Milán .La Salamandra
1978, pp32-55.
2-Miller, J.-A.:”Una
fantasía” en la revista El psicoanálisis
nº 9, noviembre de 2005, pp (7-19).
2- Lacan
J., Op. Cit.
Chicas y chicos
Par Marie-Cécile Marty
Una conversación sobre
la intimidad en un hogar de protección de menores: chicas hablan de chicos,
chicos hablan de chicas. Ellos todos hablan de la violencia del encuentro para
lograr vivir juntos
A
finales de los años 1990, en una residencia de menores para adolescentes inclasificables
[1] que acoge desde hace medio siglo a chicos, está obligado a acoger a chicas
con el fin de desempeñar su papel integrador y de garantizar la igualdad entre
las chicas y los chicos. Quince años después, la institución se ve en la obligación
de poner en marcha según las "recomendaciones de buenas prácticas"
acciones para tratar las "conductas de riesgos". Le propongo al
director realizar conversaciones que animaré con un educador, por separado
entre chicas y entre chicos sobre la cuestión de "la intimidad".
Acepta.
Las
chicas abordan las cosas por las cuestiones de cuerpo: ¡no hay cabida para los
"malos tipos" en su comunidad de chicas! Ni hablar tampoco de querer
gustar demasiado y de crearse una "reputación" para todas. Mélissa,
17 años y medio, es la mayor, llamada "la mamá", inicia un alegre juego
de clasificación de los modos de seducción de los chicos del hogar entre las
cuales los de "los malos tipos", de las que hay que desconfiar… Las
chicas deciden de común acuerdo común cerrar con llave la puerta que separa los
espacios de las chicas de los espacios de los chicos. Mélissa toma partido por Alizée, de16
años, que deja entrar a Marco por la noche a los espacios de las chicas. Alizée
explica que “a Marco no le gusta que se le diga no". Las chicas le dicen a
Alizée que tiene la elección de "hacerse victima" o no. Durante la conversación
siguiente, Alizée está ausente. Las chicas sospechan de Marco de golpearla.
Mareva, 16 años, invita a Alizée a retomar su sitio en el grupo donde permanecerá
silenciosa. Las chicas quieren hablar de cuestiones de contracepción con las
educadoras de la planificación familiar. Para las cuestiones de amor, son inagotables,
pero Mareva precisa: "cuando es serio, no se dice, es privado".
Entre
los chicos, en respuesta a la palabra "intimidad", David, 14 años,
muestra sobre su teléfono móvil un vídeo pornográfico de una agresión sexual:
"¡lo mereció bien!" Delante de las risas del grupo, la educadora
confisca el teléfono y se enfada. Mata, 16 años, toma la palabra: "¿ha
escuchado hablar de la violación, en un sótano, de una chica por varios tipos?".
Seguro de su autoridad vinculada a su fuerza reconocida por todos los chicos,
expone su inquietud efectiva: "¿Cómo hacemos cuando una chica quiere sexo,
es una vergüenza si no lo asumes?". Los chicos hablan de sus encuentros
con chicas sulfurosas, estas chicas a las que buscan y temen. ¿Cómo sostener su
diferencia con las chicas? ¡Por la violencia, piensa la mayoría de ellos! La
educadora y yo sostengamos firmemente que hace falta "mantenerse alejados"
de estas "chicas problemáticas". Atentos, ciertos corren el riesgo de
hablar de su amiga, su "mujer", de las que esperan su respeto y
seriedad.
La
igualdad de los sexos no puede ser un principio de la educación, todavía menos
la armonía como el principio organizador de un vivir juntos como ciudadanos.
Sin embargo, las conversaciones permiten hacer sitio a las cuestiones íntimas
en el vivir con los otros.
[1] Pourtau A., Marty M.-C.,
Adolescents de l’illimité, Éditions Chroniques sociales, 2015.
Sin duda no os acordáis de mí
Par Jacqueline Dheret
¡Encaje o escritura casi inaudible, la
clínica con los adolescentes es Cosa de finura! Lejos de los tipos y los
protocolos, necesita una atención totalmente particular.
"Sin
duda usted no se acuerda de mí", dice Lola al teléfono. Tiene 16 años y
la había atendido durante un año y medio, mientras que tenía cinco. La partida
de su madre con sus hijos no nos había permitido proseguir. Muy conmocionada
por esta mudanza que la separaba de su padre, la niña no había querido ir a
ver en esta otra ciudad a “otra señora".
Diez
años más tarde, pide una cita y me recuerda que me había dejado a su pesar:
¡quería mostrarme su caja de portaminas, pero era demasiado tarde! "
¡Continué mi colección!" Mi nombre quedaba unido al agalma de una
pequeña caja la que Lola jamás había dejado de hacer uso.
La adolescencia
convoca una clínica del casi nada: Al borde del vacío o del actuar, exige al
analista que afirme alto y fuerte un: "¡claro que me acuerdo de
usted!". La llamada era urgente, el tiempo para que se organice el viaje
y la primera cita. Lola, tan pronto como nos saludamos, me explica firmemente
que no quiere que la trate de usted: ¡la conozco desde hace tanto tiempo! Lo
que la trae es una pesadilla que la atormenta desde que su amigo murió en
circunstancias dramáticas. En este sueño traumático, la joven chica está con sus amigos de lnstituto
y el joven está allí, silencioso. Nadie se dirige a él. Tienen mucho cuidado,
cuando los otros y él mismo hablan de él, de no decirle que murió. Se
despierta cada noche al borde de la torpeza verbal, que con revelación, le
hará desaparecer.
Con
sus amigos, permanecieron juntos varias semanas, incapaces de trabajar y no
pudiendo separarse. Intentaron la célula psicológica, siempre juntos, pero
fue una pesadilla. ¡Lo que les decía la psicóloga les ahuyentó! En su
familia, en cambio, Lola se esfuerza por decir "que marcha", "que
va"; la prueba, ¡es tan activa y entusiasta! ¿Cómo podemos decirle a una
madre que se quiere y que la protege tan bien, que se siente aún más sola por
ser el objeto de una tal atención? ¿Cómo decirles a sus amigos que no llegaban
a separarse, que con el tiempo, se sientía
sola, con ellos también? Me confía entonces que "su defecto" es su
entusiasmo: "todo el mundo cree que soy fuerte, pero me desbarato”
Ese
es el secreto de la identificación que no aguanta ya. Este elemento separador
va a permitirle a Lola atravesar el abismo: "un día, tiré la caja y
todas las minas se han desbaratado. Recogí lo que pude. ¡Seguro que debí
perder algunas, pero no pasa nada!".
Es
de ese concreto que el analista puede hacerse compañero. Puede privilegiar,
en su escucha, estos pequeños trozos de palabra que no van sin referencia al
cuerpo. La adolescencia no es fácil, sobre todo cuando el sujeto está
confrontado a lo real y a lo irreparable. En el análisis, es la fragilidad de
lo que sostiene la lengua que aleja de la muerte y del Otro absoluto. Podemos
aprender a amar las torpezas verbales.
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“Cuando se tiene 17 años” de Téchiné
Por Agnès Vigué-Camus
El realizador de las
Cañas salvajes nos da a ver un nuevo encuentro entre dos adolescentes cuyas
apuestas exceden a la teoría del género. Del odioenamoramiento al trayecto
pulsionnel que se desliza sobre el fondo de una naturaleza deslumbrante.
La
película de André Téchiné aborda de frente la atracción inaudita de dos
adolescentes uno por el otro. Damien está fascinado por Thomás. Pero Thomás le
hace una zancadilla y Damien cae justo en medio de la clase. El atractivo
sexual entre ellos, omnipresente, es revelado al principio bajo la modalidad de
lo insoportable. Esto da a la película un lado incandescente y ardiente.
La
cámara de Téchiné es extremadamente poderosa para rodar una metamorfosis, a
veces difícil de subjectiver, que se juega durante este período de la vida. El
cuerpo hablante se encuentra, a la salida de la infancia, dentro de un momento
crítico "donde se produce una disyunción entre el Otro simbólico, de la
Autoridad, y el Otro del cuerpo, entre el lugar donde eso se dice y el lugar
donde esto se goza" [1]. A causa de las metamorfosis de la pubertad, un
momento de crisis es introducido a la vez en el Otro que no puede responder y
en el cuerpo cuya imagen es agujerada por este goce [2].
La
película esta directamente conectada sobre esta transformación del mundo que se
impone a un sujeto después de la infancia. Las imágenes de lo que hacía en su
vida hasta hace poco, la familia, la vida en el colegio parecen unos clichés, en
tanto que las imágenes contrastan con el modo en el que la cámara se acerca a la
fuerza de atracción que polariza el movimiento de los dos jóvenes uno hacia el
otro.
Nuevos
lugares aparecen, en el abismo, lo que permite al realizador tratar lo que se
juega en este momento. La naturaleza, rodada como Téchiné sabe hacerlo, evoca
la potencia de lo que atrapa los cuerpos. ¿Es este lazo singular con la naturaleza
lo que ha inducido al director el título de su película? Este título evoca la
primera frase de un poema de Rimbaud: "no somos serios cuando tenemos 17
años", donde la urgencia de un deseo nuevo toma el matiz del olor de los
tilos. Es en este perfume, escribe Rimbaud, que "se siente en los labios
un beso que palpita allí, como una pequeña bestia " [3].
En
la película, hay una tormenta que ruje y se señala el principio de una
intimidad nacida en la pelea pero que se prolonga en un momento de goce, un cigarrillo
o un porro compartido. Hay un lago en el cual Thomás se zambulle desnudo bajo
la mirada incrédula y admirativa de Damien.
En
una entrevista en Télérama, Téchiné decía: "en la adolescencia, la
experiencia soñada y la experiencia vivida se reúnen. Y esto me es familiar".
En efecto, sabemos desde Freud que el sueño es un modo para el sujeto de tratar
la realidad, de tratar lo que hace fractura traumática. La película, poco a
poco, destila las imágenes de esta mudanza. Una metamorfosis que pasa por diferentes
lugares donde Thomás arrastra a Damien. Una topología de los circuitos del
deseo que hace palidecer el mundo de la infancia.
[1] Roy D., «Jeunesse des
ados », Hebdo Blog spécial adolescent n°65.
[2] Ibid.
[3] Rimbaud A., «Roman», Œuvres
Complètes, Paris, Gallimard, col. La Pléiade, 2009, p. 29.
El despertar de la primavera y el hombre enmascarado
Por Éric Zuliani
El declive del
patriarcado puesta en escena por Wedekind en El despertar de la primavera: está
en juego en la cita que entregó Eric Zuliani para Zappeur.
"Es sobre los
adolescentes que se hacen sentir con más intensidad los efectos de la mutación
del orden simbólico -que estudiamos los años precedentes en el Campo freudiano,
hasta incluso dedicando un congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis
(AMP)- y, entre estas mutaciones del orden simbólico, primero la principal, a
saber, el declive del patriarcado". [1]
Es un error de
post-freudianos continuada por ciertos post-lacanianos de haber soñado el
psicoanálisis a manera de un catecismo, y como figura central el padre,
apuntando a su mantenimiento a pesar de las mutaciones del orden simbólico
perfectamente registradas por Freud. Para Lacan, desde 1938, no hay duda que la
invención del psicoanálisis responde a eso y que Freud "imaginó" el
complejo de Edipe [2].
Haciendo caso a la
obra de Wedekind que databa de 1891 [3], Freud también registró algo de la
adolescencia respecto a estas mutaciones; Lacan en su prefacio de 1974 lo
interpretó poniendo el énfasis en el hombre enmascarado. El despertar de la
primavera es la suma de las virtualidades de este después de la infancia, encarnadas por los diferentes personajes
que son tantos caminos de errancia. El autor pone precisamente en escena el
declive del patriarcado: las grandes personas no valen, no más que los padres; final
del Edipo. La juventud está constituida por las únicas consistencias de la
inhibición, el paso al acto incluido, del síntoma y de la angustia.
Está Moritz que,
agitado, cansa su cuerpo, se embrutece de deberes para no soñar, se niega a
escuchar hablar de la reproducción. Su garantía en la existencia no es ni una
creencia, ni un ideal sino una deducción: "si fracaso en la escuela, me
rompo la crisma". Una pesadilla anuncia su fin próximo: mientras que sus
compañeros sueñan con piernas de mujeres, él tiene pesadillas con una reina sin
cabeza con la cual se identifica, tirándose una bala en la cabeza.
Está también Melchor,
personaje escandaloso guiado por la verdad, el deseo de llamar al pan pan y al
vino vino, contra la falsedad de los adultos. Lee el Fausto y sabe entonces que
la gente gira alrededor del sexo; frente al lamentable tribunal de los maestros
y padres, responde del escrito que hizo sobre el sexo. Colocado en un
correccional, pierde pie, preguntándose lo que hace sobre tierra. A dos pasos
del suicidio, sin imagen de él mismo, muy pronto hermano del lúgubre fantasma
de Moritz, entre locura, errancia y crimen, un personaje surge, el hombre
enmascarado.
"Te ruego confíate
en mí", dice, Melchor desconcertado le pide si es su padre. No responde el
hombre enmascarado. Pero, replica Melchor, no puedo confiarme a alguien al que
no conociera; respuesta del hombre enmascarado: "no aprenderás a conocerme
a menos que te confiés a mí". Melchor está en la encrucijada de los
caminos: el hombre enmascarado no es el padre, sino que representa un acto de
fe - acto de palabra - que hay que hacer, aquí, para unir un nombre con un
deseo, es decir con un vacío. Hay que pues creer en eso: "es así, por otra
parte, no tienes más elección", dice el hombre enmascarado y Moritz añade:
"tiene razón Melchor, déjalo ocuparse de ti y sírvete de él", sírvete
del nombre para decir el vacío y qué un deseo surja de eso; usa de la lengua
para sostener el fuera de sentido de la existencia. Un psicoanalista en nuestro mundo no
está tan mal colocado para que se sirva de él.
[1] Miller J.-A., “En dirección de la adolescencia” en Carretel
nº 13, revista de la DHH-NRC, Bilbao, 2016, pp. (9-19)
[2] Lacan J., «Los complejos
famililiares en la formación del individuo», Otros Escritos, Paidós, Buenos
Aires, 2012, p. 33
[3] J. Lacan, «El despertar
de la primavera» [1974] en Intervenciones
y textos. Manantial. Buenos Aires.1988, p. (108-113).
Una cierta mirada sobre una cierta juventud
Por Marion Outrebon
Gus Van Sant es un inventor, ciertamente. ¡Un artista qué marcó por una
escritura cinematográfica excepcional el desconcierto de la juventud!
Se
dice de Gus Van Sant que es el "un cineasta de culto de la juventud".
Una juventud unas veces revolucionaria, y otras torturada y culpable, asolada y
suicida.
Que
atrae la obra del cineasta, un trabajo inédito plástico y fotográfico que hace
de sus películas verdaderas experiencias, a veces, íntimistas, a veces al
límite del surrealismo. En Elephant,
por ejemplo, seguimos -literalmente- las deambulaciones de jóvenes adolescentes
en Columbine High School, el liceo donde se produjo la terrible matanza de
1999. Los movimientos de cámaras nos dan la impresión de que los personajes flotan
en los pasillos. Tenemos la oportunidad de seguir toda clase de relatos
"pré-mortem", de un grupo de chicas obsesionadas por su peso o del
"guapo chiquillo" del instituto que organiza sus historias de parejas.
Extraños instantes suspendidos que se extiende hasta el momento cuando los
disparos resuenan, una mancha toma cuerpo delante de nosotros como una
encarnación del mal: vemos aparecer jóvenes cuerpos en postura de guerra.
En
Harvey Milk, la juventud está en "guerra" también, pero para hacer
valer sus derechos. Son bellos y revolucionan la América de los años 1970,
algunos hasta van a pagarlo con su piel. Aquí, es la mirada de Gus Van Sant himself sobre el período de su propia
juventud, el movimiento gay de los años 70. Así como en Elephant, la muerte
planea desde el principio de la película con un dibujo furtivo de niño, anunciando
el funesto destino de Harvey Milk. Su muerte es el horizonte de la historia.
La
muerte todavía planea en Last Days,
extenso vagabundeo de la silueta fantasmal de Blake que deambula, tropieza,
luego acaba por suicidarse. Por fin, Paranoid
Park sigue la trama de Elephant trazando el retrato de una adolescencia a
la vez frágil y monstruosa. Acompañamos a Alex, asesino por accidente, que se sepulta
en su falta y su silencio. Me parece que tenemos allí la película más acabada
para captar lo que es lo vivo en el cine de Gus Van Sant. Alex, adolescente con
físico de ángel, tiene una amiga, amigos, pero nada parece habitarle. Es pura
mirada, fascinada por las proezas de las piruetas de skatteurs talentosos. Los
movimientos aéreos de cámaras devuelven estos momentos poéticos, inaprensibles,
se nos escapan. Alex se nos escapa porque le falta carne. Se hace encarnación
de su propio dolor, desaparece en un caos interno que se vuelve visible y
sonoro sólo durante una secuencia psicodélica de la película.
A
lo largo de su obra, Gus Van Sant llega a captar algo de la pulsión de muerte,
puesta en marcha en Alex, Blake, Harvey y otros. Estas historias, por muy
diferentes las unas de otras, le permiten tratar bajo ángulos diversos los
múltiples aspectos de lo que concierne a nuestro " malestar en la
cultura". La juventud, para no decir la adolescencia, es un sujeto de
elección, un paradigma decisivo, que le permite poner en evidencia lo que Freud
nombra "desintrincación pulsional" que se manifiesta muy a menudo por
accesos de violencia y sobre todo por la muerte. Sin duda, "cineasta de culto
de la juventud", lo es ciertamente por su manera de cernir lo más vivo y en
directo, el punto extremo de un trastorno y un embarazo tan comprensible en
estas edades. Es así el cineasta de la juventud… en crisis.
Por Maria Novaes
Después de la infancia
visto desde la infancia, visto por una niña, que está magníficamente bosquejada
a manera de un tira de comic y da al tema de la Jornada otro relieve.
Esther
tiene diez años. Tiene un hermano de 14 años, "bastante tonto pero es
normal para un chico". Es "pobre" porque no tiene Iphone 6, como
Eugenia. Ni siquiera un Iphone 4. Ni un teléfono”. Riad Sattouf reagrupó en un
álbum las aventuras inspiradas en "verdaderas historias" de la
pequeña Esther A. Inicialmente publicadas en el Ob [1].
En el patio de recreo, Esther y sus
amigas se lo pasan bomba, les gusta experimentar, en sus juegos de niños, lo
que piensan que es la vida de los adolescentes, poniendo en escena ,por ejemplo,
lo que Laurent Dupont nombró las danzas del sexo y del género [2]: "en efecto,
somos adolescentes que vamos a una fiesta donde no hay padres y hacemos lo que
queremos, es decir, se baila y nos seducimos".
"Sin
estar allí todavía la irrupción del sexo -Que hace surgir lo fallido propio del
encuentro con cuerpo del Otro- el cuerpo a cuerpo está en juego. Como en el
juego del "rescate" por los chicos en el patio, o incluso en el del
"matrimonio". Sí, Esther está casada. ¡Hasta ya divorciada!
Desde
lo altura de sus 10 años, mira a los mayores para cernir lo que hace un
adolescente, con teorías sobre las chicas y los chicos, sobre el amor, sobre
las celebridades, sobre la gente actual. La adolescencia es sólo un juego entre
otros, aunque esto puede forzar la entrada a veces ya de su cuerpo, por ejemplo,
cuando enrojece escuchando las palabras de un cantante. O cuando descubre un
botón de acné: "¿esto quiere decir que voy posiblemente a hacerme
adolescente pronto? Muy bien nena"
Su
padre, al que idolatra, es el que tiene el saber, "grave". Para él
"los chicos son menos locos en el privado que en las escuelas
gratuitas", el privado le permite prevenir el "peligro" del
encuentro de su hija con el cuerpo del Otro. Esther, ella misma así como sus
amigas, con sus juegos tienen sus propios medios de cernir en lo que ya
repararon como siendo los signos del encuentro entre las chicas y los chicos (y
de defenderse de ello). Por otra parte, los chicos, los describe como siendo “tontos",
"vulgares", "crétinos.
Jacques-Alain
Miller evoca la adolescencia como una construcción, en una época en que "todo
es artificio significante […] una época que niega lo real, para admitir sólo
los signos, que son desde entonces semblantes" [3]. Estos semblantes toman
cuerpo en el campo del juego de Esther y de sus amigas.
Esther
nos entrega un sueño, que dice tener casi cada noche: con un vestido de
princesa, salva a un conejo, evitando a un cazador con la cara de papá,
escondiéndole bajo su vestido. En su última versión, el conejo, para agradecerselo,
le ofrece un tesoro, un Iphone 6: "luego me desperté, y recordé que mi
padre no quería que tuviera un teléfono antes del colegio. La vida es una
pesadilla".
[1] SATTOUF R., «Los cuadernos
de Esther – Historias de mis 10 años», Allary Editions, 2016.
[2] DUPONT L., «Después de
la infancia», argumento de la IV Jornada de estudio del Instituto del Niño el
18 marzo de 2017. Les news, marzo de 2016, Blog del Instituto Psicoanalítico
del Niño, publicación on line.
[3] MILLER J.-A., «En dirección
de la adolescencia», en Carretel nº 13, revista
de la DHH-NRC. Bilbao 2016, p. 9-19.
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Selfie
¡FLASH! Un autor, un actor, un héroe, ¡ZOOM! Un grupo de música,
una película, un personaje, ¡BING! Aquí, trazamos el retrato.
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Un selfie con Robin Renucci
Por Martine Revel
La educación por el arte
Robin Renucci es actor de teatro, cine, televisión.
Es director de los Caballetes de Francia desde julio de 2011 a continuación de
Marcelo Maréchal. Fundador y presidente del ARIA en Córcega dónde organiza
desde 1998 los Encuentros internacionales Artísticos.
¿Qué le evoca este tema: “Después de la
infancia"?
Después de la
infancia, todavía crecemos; estamos lejos de haber terminado con el crecimiento,
con el desarrollo: la construcción continúa. Después de la infancia es un
período bisagra. Esperamos del niño en pleno cambio que ensanche su sitio en el
mundo, gane en autonomía, se responsabilice: en suma, que construya el adulto
que será.
Para usted, hombre de teatro, la educación
pasa por el arte. ¿Qué puede decirnos sobre eso?
¿Quién está presente,
para acompañar esta transición delicada, plena de sobresaltos, de aceleraciones
rápidas, a veces de obstáculos que hay que franquear? En la esfera pública, más
allá de la familia, la escuela es el primer espacio de formación del niño: pasa
allí una gran parte de su tiempo, construye allí sus relaciones, se desarrolla
allí.
El papel de la
educación es primordial: carece, en mi opinión, de una cadena esencial para
permitir y favorecer un pleno desarrollo de nuestros niños. La educación
dispensada por nuestro sistema escolar francés queda profundamente marcada por
una cultura de espíritu cartesiano: principalmente nos dirigimos, por no decir
exclusivamente, a la razón, dejando a un lado la sensibilidad, el cuerpo, la
afectividad. A veces hasta fuera de la escuela, en las actividades
extraescolares, por ejemplo, predomina la atención llevada al pensamiento
racional y al saber teórico.
Lo que falta terriblemente
a la educación que no damos a la juventud, la práctica artística puede
ofrecerlo. Todas las artes, toda cultura deberían ser objeto de
experimentaciones -más allá del simple aprendizaje teórico de la historia del
arte, que no sale del esquema de inculcación intelectual desde arriba. Todos
los jóvenes deberían practicar en la escuela el teatro, las artes plásticas, la
lectura, el baile, la música. En esa práctica, la transmisión no se hace de
manera unilateral y transcendental, del profesor al alumno: se produce a lo
largo de un diálogo, a lo largo de un acompañamiento verdadero del joven en su
propia búsqueda.
La práctica artística
es un espacio privilegiado para permitirle a cada joven descubrir todos los
recursos que tiene en él y que no sospechaba, de someter a un test sus límites,
conocer lo que lo define singularmente y lo diferencia de otros. Cuando se
experimenta, incorporamos profundamente y sensiblemente lo que aprendemos de uno
mismo y de otros, en lugar de integrar mecánicamente un saber que viene del exterior.
La práctica del arte puede convertirse en un espacio formidable de libertad, con
mayor razón para un adolescente en plena metamorfosis: es el tiempo y el lugar
para tomar posesión de sus recursos, encontrar al adulto en el que está
deviniendo con plena conciencia.
Porque cada uno lleva
en sí un potencial de expresión artística: no es la cuestión del talento lo que
prima, sino el derecho a la práctica para todos. Practicar no debe ser un
privilegio. En un período electoral como el nuestro, la cuestión del lugar que
se da a la práctica artística y a la cultura en general en la educación de
nuestros jóvenes cobra una importancia creciente. Hay que formar y acompañar a
los adolescentes de hoy para que se hallen en situación de enfrentarse con los
desafíos que pone el futuro. Profesores y artistas son un puente indispensable:
ya es hora de permitirles trabajar codo con codo y estar en el corazón de este
movimiento.
Usted mismo trabaja por esta educación popular
con la asociación creada en Córcega en 1998, el Aria: asociación de Encuentros
internacionales Artísticos.
Aria es un polo
educativo y de formación para la creación teatral en la tradición de la
educación popular. Organizamos encuentros internacionales cada verano, pero la
asociación organiza a lo largo del año períodos de prácticas en colaboración
con los ministerios de Educación y Cultura. Me siento muy vinculado a esta
noción de educativa popular. Todavía hay que ponerse de acuerdo sobre las
palabras y no desnaturalizar la intención. Para mí, es un cierto apego a las
singularidades en oposición al pensamiento único, es reconocer a cada uno su
capacidad de creación. Cualquiera que sea, dondequiera que sea.
El mal de la juventud
Por Vilma Coccoz
Incumbe a las obras
excepcionales de poder captar, a partir de una enunciación sin embargo pasada,
los retos del presente. Es esta agudeza que es aquí descifrada
El mal de la juventud se estrenó con éxito rotundo en la
ciudad de Viena, en el año 1926. Su autor, Theodor Tagger era judío y
reconocido como uno de los autores emblemáticos de los años 20, la firmó con el
seudónimo de Ferdinand Bruckner.
El telón imaginario se levanta dejando aparecer, sobre el fondo oscuro,
la fecha y el lugar iluminados: Viena 1923. Ese año no es cualquiera para el
psicoanálisis, coincide con la fecha de la publicación de El yo y el Ello, el ensayo en el que Freud expone las consecuencias
de uno de sus descubrimientos más revolucionarios y difíciles de admitir, el de
la enigmática acción inconsciente de la pulsión de muerte en el corazón de
nuestra subjetividad. El mal es uno de sus nombres. Y Bruckner supo mostrar su
insidiosa influencia mostrándose con modernas vestiduras, en un abanico de
personajes jóvenes debatiéndose en una encrucijada tan vital como intemporal.
Por supuesto, el mal palpita también fuera de la habitación donde se
despliega la acción dramática. El artista, lo percibe, lo señala, lo advierte.Y
por eso ha elegido sabiamente ese recinto como único marco para desplegar la obra
en tres actos que transcurre en la pensión donde vive María, una estudiante de
Medicina. Se concentra el drama en la intimidad de una habitación-jaula,
representante del encierro en el que estos humanos dilemas despiertan, se
entretejen, se expresan y se concluyen.
Está dicho con todas las letras, en esta obra no se habla de otra cosa
sino de la proximidad hipnótica con que la tentación mortífera encandila a la
juventud. Una fascinación deletérea unida al despertar de la sexualidad para
cuya resolución no hay recetas ni manual de instrucciones. Cada uno, cada una,
experimenta esta batalla en su interior y también con los otros, tan próximos,
pudiendo,a la vez, volverse tan extraños.
La serie de personajes retrata distintas maneras de percibir este
encuentro con lo real del que depende la vida y las distintas maneras ensayadas
para intentar zanjarlo, desde apaciguarlo con sustancias hasta dirimirlo con
acciones alocadas o justas. En esa búsqueda hay malestar, pero también alegrías
y diversión, hallazgos y sorpresas.
La ausencia de personajes adultos en la articulación de la obra es
elocuente: en la inmensa tarea que es preciso realizar en la juventud, no es
raro encontrar sólo incomprensión, abandono o indiferencia por parte de los
“mayores”.
Las figuras femeninas, soberbias, dan cuerpo a distintas elecciones, y
dibujan el espectro abierto entre el luminoso horizonte de una realización
profesional y personal hasta el otro polo, opaco, de un consentimiento al
extravío, el que cancelará todas las preguntas. Ellas –Lucy, Marie, Irene- no
se ahorran las contradicciones, exponiendo la confusión en donde se desdibuja
la frontera entre la vida y la muerte adonde conducen los amores desgraciados.
Ellas muestran que esta travesía se acompaña de las otras féminas, la amiga, la
rival, la mujer ideal, incluso la otra como partenaire de una opción sexual
surgida en la amarga decepción de un abandono.
Una, la que aparentemente podía salir airosa, se rinde, abatida. Otra,
que parecía mezquina y limitada, consigue atravesar la crisis. No hay en el
desenlace la confirmación de un absoluto determinismo psíquico ni el triunfo
autónomo de una voluntad de poder. Se muestran como algunas soluciones posibles
a la encrucijada mayor, “la más delicada de las transiciones”, como bautizó
Víctor Hugo a la adolescencia.
Ellos –Alt, Freder, Petrell-, cada uno de los personajes masculinos, dan
forma a las mutaciones que se fueron sucediendo una vez disuelta la estampa de
la virilidad en los campos de muerte que fabricó la Gran Guerra. Uno, el
atormentado escritor, inhibido y dependiente de la eficacia de la mujer que lo
sustenta. El homosexual travestido, desgarra los semblantes hurgando en las
verdades y en las mentiras; desconcertado, no logrará evitar lo peor aunque
pueda llegar a anticiparlo. El seductor, un verdadero “genital”, cínico y
despiadado, asume el dilema práctico entre la vida burguesa y el suicidio: primum vivere, será su lema.
Funcionará este sintagma latino como el estandarte de la postmodernidad
con el que se cierra el drama, con un rendido abrazo a su futura esposa,
desengañada idealista, rota por un conflicto que vivió y enfrentó con audacia,
pero sin brújula para orientarse en la salida.
El efecto de la representación sobre el público es patente, no se producen
alharacas ni estridencias, los espectadores se sumergen en la reflexión
suscitada por un texto tan amargo como verdadero, poderosamente lúcido y
actual. Cada uno necesita un momento para acomodar sus convulsos pensamientos y
tramitar el dilema que resucitó en su interior, el que convocan las grandes obras
teatrales, las que hacen eco directo en nuestro inconsciente, en nuestra ética.
Es un deber freudiano intentar captar las formas en las que el mal se viste en nuestros días. ¿De qué manera se manifiesta
la pulsión de muerte en nuestras vidas en sutiles y no tan sutiles máscaras
hasta llegar a descubrir, en muchas ocasiones, que nos hemos acostumbrados a su
presencia?
Ante esta posibilidad, seguramente es mejor mantenernos despiertos y
advertidos, y una obra como El mal de la
juventud nos ayuda en este cometido; de lo contrario, corremos el riesgo de
abandonar la batalla de Eros, gracias a la cual ha conseguido salvarse, incluso
en tiempos oscuros, la cultura, el psicoanálisis, el teatro, la Vida.
Antoine
Poupel es fotógrafo. Vive y trabaja en París.
Su trabajo
artístico vanguardista, interroga los límites pictóricos y químicos de la
fotografía y lo hizo saber a nivel internacional. También le abrieron las
puertas del cabaret Crazy-Horse como del teatro ecuestre Zingaro.
Twittos: "¿después de la infancia?
¡Estoy allí todavía, en cuerpo!”
Traducción: Mariam Martín
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Equipo de Traducción:
Mariam
Martín (responsable), Elvira Tabernero y Gracia Viscasillas
Composición y revisión: Mariam Martín
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Moderadora de la lista de la DHH
M. Martín Ramos martinramos@telefonica.net
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