24 de outubro de 2006


periódico Información de Alicante

Europa, entre la sombra de la depresión y la cobardía


ÓSCAR VENTURA
Asistimos en este último año a una serie de hechos que, si se perpetúan en el tiempo, mostrarían cada vez de una forma más palmaria la decadencia ética por la que transita Occidente bajo la batuta de una Europa que oscila entre la depresión y la cobardía y una Norteamérica entregada al ímpetu de la cruzada moderna y sometida a la ignorancia de sus dirigentes heridos desde el 2001 por los mismos que en otra época eran recibidos en lo íntimo de sus salones como guerreros de la libertad.Aunque el presidente Bush, tal como nos dice el periódico francés Liberation del 24 de agosto y seguramente ante la inminencia electoral y la caída en las encuestas, se ha estado entrenando en el verano con lecturas más serias (según el portavoz de la Casa Blanca, Toni Show, ha estado departiendo con el presidente sobre los orígenes del existencialismo francés: Albert Camus y Jean Paul Sastre), pérfidos, como nos dice el periódico satírico también francés Le Canard Echaine, algunos periodistas américanos señalan que el héroe de «El Extranjero», novela que el presidente Bush ha leído durante este verano y que dice amar, termina matando a un árabe... preventivamente.En fin, más allá de esta pequeña anécdota digna de arrancar, aunque sea, una sonrisa, no debemos olvidar que la coyuntura por la que atraviesa nuestra época ha vuelto mucho más temeroso al hombre de a pie que contempla perplejo cómo la semilla del miedo va germinando en las mentes cada vez más débiles de los ciudadanos de los países; que con todo el derecho del mundo y a pesar muchas veces de la clase política que le toca a cada cual tienen la férrea voluntad de seguir declarándose libres.No podemos obviar para entrar en el tema que nos convoca aquí tener un punto de referencia. Éste se ubica, para remitirnos al pasado más o menos inmediato, en lo que hace un año significó la aparición en el periódico danés Jyllands-Posten de las ya célebres caricaturas de Mahoma que despertaron la ira de los pueblos musulmanes ofendidos ante lo que consideraban un ultraje a su profeta y se dedicaron a incendiar consulados, convocar manifestaciones e inflamar a las masas, siempre dispuestas a alienarse a la voz del imán de turno que en nombre de su dios, supuestamente blasfemado están dispuestas, a falta de otra cosa, a inmolarse para conseguir el paraíso por la vía rápida. Siguiendo este hilo lógico, si podemos llamarlo de esta manera, hace unas semanas la Universidad de Ratisbona en Alemania fue el escenario donde el Papa Benedicto XVI, citando un pasaje de la literatura medieval y en un contexto estrictamente académico, hizo una reflexión sobre la violencia y las religiones, y otra vez -más allá de la interpretación que cada cual quiera darle a la posición tanto teológica como intelectual de Ratzinger- decía, los hijos de la yihad volvieron a encolerizarse amenazando con sus viernes de la ira al diablo occidental, y esta vez para más inri: occidental y cristiano.Suma y sigue. Esta semana fuimos testigos de otro hecho que probablemente por su dimensión ética es el más peligroso de todos. Se trata de la decisión de la directora de la Deutsche Oper de Berlín, la señora Kirstein Harásm que tiene el privilegio, debido a los esfuerzos de los ciudadanos alemanes, de dirigir uno de los tres teatros de ópera más prestigiosos de Alemania. Esta mujer tomó pues la decisión de no poner en escena la ópera Idomeneo de Wolfang Amadeus Mozart, pues en ella el protagonista, al final del último acto, en una soberbia ironía mozartiana mutila al unísono las cabezas de Buda, Cristo, del profeta Mahoma y del dios mitológico Poseidón. Esta escena (por la cual se decidió no poner la opera en cartel) con toda la carga erótica y profana que se merece es una bella metáfora que evoca en último término la inconsistencia en que palpita la esencia del hecho religioso. Lo religioso, en última instancia es aquello sobre lo cual el sujeto humano ha construido una ilusión que le mantiene a distancia de la angustia que desencadena la pregunta por la existencia cuando se tiene la suficiente lucidez de formularla sin los amortiguadores psíquicos que ofrece un dios como garante del destino de la humanidad. Lejos estamos, Dios mío, de curarnos de la religión.Tanto las vicisitudes de las caricaturas como las palabras de Ratzinger, elevaron un coro de voces que produjo en Occidente un debate con momentos más o menos interesante sobre la tensión en que se encuentra el mundo cuando se trata de conjugar la libertad de expresión con el respeto por la creencia del otro que en su derecho está de pensar como mejor le parezca. Sin embargo, este debate no ha alcanzado para mitigar el miedo que se ha instalado en las conciencias occidentales y que ha conducido muchas veces a adoptar una posición débil cuando se trata de sostener una serie de conquistas que son el rasgo más noble de nuestra civilización y que por su trascendencia, vital, si lo podemos decir de esta manera, lo hace imposible de cualquier claudicación. Dejar de reconocernos en el campo de las ideas y de su libre manifestación sería un suicidio digno de una cobardía execrable. Por otra parte se hace imprescindible diferenciar el pensamiento ilustrado que apuesta por mantener la tensión en el plano de la paz de las posiciones soberbias que por ejemplo ha mostrado el ex presidente del gobierno español José María Aznar en su última conferencia en Estados Unidos ante un público entregado a sus balbuceos en lengua inglesa, donde con su estilo de arrogancia autoritaria, en el que prima la intolerancia frente a la reflexión y al buen decir, ha construido un discurso que lo vuelve equivalente al fundamentalismo que cree combatir. Pero bien, más allá de la ignorancia y del desprecio por la cultura y por el saber que despliegan con tanto desparpajo los Bush, los Berlusconi, los Aznar y sus soldados de Godofredo es necesario, sin lugar a dudas, producir una reflexión seria sobre la cobardía con la que se empieza a responder a los ataques que sufre la tradición del pensamiento occidental, sostenido en tres siglos de lucha bajo la égida de la razón y haciendo existir la posibilidad de una dialéctica que abra las vías al encuentro con una verdad despojada de todo prejuicio moral o religioso que pretenda poner una barrera a la libre circulación del saber y que se funda en la máxima de que la opinión no puede bajo ningún punto de vista verse amordazada y menos aún bajo los argumentos de la cruz o de la media luna o de cualquier otro símbolo que pretenda imponerse como verdad absoluta a la cual habría que someterse. Las consecuencias, como ya dijimos, serían mortíferas. Es por ello que el acontecimiento de Berlín es verdaderamente inquietante, pues se trata de los efectos que ha producido la expansión del miedo, en este caso en un campo fundamental que es el del arte y el de la cultura. Asistimos en esta ocasión a un acto de lo más peligroso, a la autocensura que se impuso la dirección de la ópera de Berlín y que nos ubica en una posición intolerable. Un acto de autocensura nos avisa que el miedo ya no está fuera, su localización está ahora incorporada en el interior mismo del sujeto que lo ejecuta y esta instalación en la subjetividad del conjunto es una posición insoportable para la salud mental de Occidente y demuestra una claudicación ética que barre de un plumazo el sentido mismo de la existencia del hecho estético y del placer que éste provoca en el sujeto que lo contempla. Este placer solo es posible en cuanto que el hecho estético que encarna la obra de arte es uno de los vehículos privilegiados por los que transita el deseo humano en la más sutil de las sublimaciones, es por excelencia el campo que más posibilidades tiene de metamorfosear la barbarie en belleza con toda la carga de pacificación que un acto de semejante naturaleza puede alcanzar.Cambiemos el tercio. Llegados a este punto nos parece necesario hacer una breve incursión en el terreno de la Psicopatología. Entre los males que padece el hombre de nuestro siglo y especialmente de nuestra civilización encontramos un fenómeno clínico que se ha vuelto frecuente, más de lo que se puede imaginar, casi podríamos decir que está de moda. Me refiero a esa epidemia que invade las mentes del sujeto contemporáneo y que se llama depresión. Un fenómeno clínico que se caracteriza por la presencia masiva de ese afecto inútil que es la tristeza y que vuelve al sujeto un residuo estéril enfrentado con uñas y dientes a la alegría de sentirse vivo.Pues bien, tal como lo demuestra la experiencia clínica del Psicoanálisis, la depresión y su afecto privilegiado que es la tristeza, no tiene tanto que ver, como muchos pretenden fundamentar, privilegiando en exceso la vía farmacológica, para conservar la buena salud del negocio de los laboratorios, con las deficiencias de la serotonina o la inadecuada adaptación de una conducta que hay que volverla normal aprendiendo una serie de hábitos que son inadecuados para los supuestos estándares de salud. La depresión, en un sentido profundo, está sostenida fundamentalmente en una actitud del sujeto respecto al deseo que lo anima en su vida y a los efectos que se producen por la claudicación que hace del mismo. Esta perturbación del deseo hace que el llamado deprimido se refugie en un campo donde el sentimiento mismo de la vida es rechazado. Se trata en un sentido estricto de una falta ética, de una cobardía moral que tiene sus fundamentos en toda una tradición tanto del pensamiento como de la psiquiatría clásica y que va, para decirlo rápido, desde Spinoza hasta el eminente psiquiatra y psicoanalista Jacques Lacan heredero del legado incalculable que ha vertido en la cultura el descubrimiento de Sigmund Freud. Las consecuencias que tiene sobre la subjetividad esta cobardía que se materializa en el rechazo a enfrentarse a los fantasmas que habitan en un sujeto desde lo más temprano de la construcción de su vida constituye una posición del sujeto en el mundo que hace primar el afecto depresivo sobre el sentimiento de la vida. Hacer enfrentar a la tristeza a las causas que la producen es el trabajo terapéutico en el que se sostiene la posibilidad de mitigarla hasta vencerla. No hay duda de esto.Este pequeño ex-cursus nos permite volver sobre la reflexión del acontecimiento de Berlín, pues nos da la posibilidad de abrir un camino que nos puede esclarecer sobre algunas de las consecuencias que tiene la claudicación ética que significa el acto de autocensura. No se trata de homologar de una manera directa la cuestión; es decir de hacer una extrapolación automática. Pero es absolutamente cierto que los efectos de renuncia y de claudicación van erosionando de tal modo el tejido social que la pendiente puede inclinarse abruptamente hacia un modelo de sociedad en que el que prime un estado de paranoia generalizada. Con el inmovilismo y la muerte del deseo que eso significa. Un modelo de este tipo es un alimento sustancial para la tristeza y los efectos depresivos del conjunto, privandose el sujeto mismo del encuentro con lo más familiar de su cultura y lo más elevado de su civilización. Cabe también la posibilidad de otra vertiente; que la generalización del miedo mute en un estado de defensa reactiva y sea una actitud de intolerancia y de agresividad las que invadan a los ciudadanos ante la presencia de cualquier otredad que se manifieste en el mundo. Lo que provoca no sólo el aislamiento endogámico sino también la pobreza intelectual, hermana de los estados depresivos; la materialización de esta posición se traduciría en la ausencia de intercambio entre civilizaciones y sus consecuencias reducirían en más de un sentido la riqueza que implica mantener siempre alerta la curiosidad y no el miedo ante lo que para cada cual es radicalmente extranjero.La falta de coraje para enfrentarse seria y pacíficamente a la amenaza del fenómeno terrorista implica la necesidad imperiosa de abrir un espacio donde el miedo no puede tener lugar. Debemos tomar nota de Berlín de manera urgente. Es de esperar que la ópera de Mozart dé la vuelta por toda Europa y a quien no le guste que no la vea. Esas son las reglas del juego. Las que nosotros elegimos. Y en el sostenimiento de esas reglas nos va el futuro. Que se piense que ese futuro sólo puede ser sostenido a sangre y fuego es harina de otro costal. Los efectos del belicismo y de las posiciones que sostienen la guerra preventiva están a la vista de quien quiera verlos. Quién sabe lo que ocurriría si el ruido de las balas daría paso a la franqueza y al reconocimiento mutuo. Y en eso estamos muchos. Mientras tanto Mozart es imprescindible.

2 comentários:

Anônimo disse...

Where is the sin,si *la ciudad del deseo no existe*(1)
La media, la prensa, la cultura, pueden proponer sintomas a adquirir a modo de un "no es necesario que se invente sus propios sintomas, es demasiado costoso, pienselo bien" En lugar del refinado afecto analizado por Spinoza de la depresion, cobardia moral, *la media puede proponer sintomas ready made de gran difusion, de supermercado* donde es dificil saber que es la depresion y que es la cobardia.
En la segunda conferencia de JAMiller El sintoma como aparato(2) de cuyo comentario, gracias al articulo de Oscar Ventura, me sirvo, me es util, Miller se refiere al hecho que *los japoneses dicen siempre que si,porque decir que no, no es respuesta, es un insulto,el no y el si no son simetricos, como el si de los analistas, que no significa un compromiso firme, sino continuemos, no significa concluimos.* Aqui quiero recomendar la lectura de un dialogo entre Bernard Henri Levy y Francis Fukuyama acerca de los vicios y las virtudes de America, neoconservativismo, religion acerca del futuro del internacionalismo de America, el papel de los intelectuales en una sociedad libre, y esto en ocasion de la aparicion del libro de Henri-Levy, American Vertigo. Es un dialogo abierto e intrincado a la vez. La conversacion logra aligerar el texto por el cual se dejan atravesar. Es un dialogo, que permite recordar que en *la ciudad del sintoma*(3) *no aprendemos las reglas que componen para nosotros el Atro del lazo social, siguimos las reglas que nosotros aprendemos con los Otros*. (4)
Los efectos de formacion tocan los afectos, si enfurece despertar a la anulacion de la funcion de la opera de Mozart, tambien enfurece senalar en la epoca de Le Juif de Savoir de JCMilner, que Bush ama la novela El Extranjero por la manera en que termina. En hebreo anular -Bitul, es equivoca con virgindad, Betulim, y ocio desocupacion- batala. Es este materialismo de la palabra el que me hace al tiempo de comprender si en la ciudad del sintoma anular la opera de Mozart, como el comentario de la lectura de Busch dela novela de El Extranjero sin referencia a los Exilados... es ravage.
(1) J.A. MIllerLA casa del deseo en el Palacio de los Espejismos, entrevista -Quarkfebrero 2001,
(2)J.A. Miller, El Sintoma charlatan, Tres Conferencias Brasilenias
(3) Titulo de un texto e Eric Laurent
(4)Eric Laurent Le trauma a l`envers-Ornicar?igital 204
Perla Miglin, NLS-Israel

MG disse...

Paula Kalfus dijo...
Para Oscar Ventura y el equipo editorial del Blog de la AMP
¡Bienvenidos! El comentario de Oscar me parece tan pertinente y oportuno. Solamente quiero señalar algo más, que se sigue de lo que Oscar deja entrever en el final de su artículo: la profecía autocumplida de la tesis de Huntington de la guerra de las civilizaciones. Oscar indica muy bien que la guerra se libra en diversos frentes, el de los acontecimientos culturales es uno de ellos. Que el arte degenerado del nazismo vaya como ejemplo. Ahora, señalar esto no implica necesariamente que cualquier oportunidad sea la adecuada para ciertas puestas en escena. De ahí que la política sea imprescindible, también en la gestión cultural. Ello no impide que, producido el hecho, interpretado por Oscar como autocensura, sea la buena oportunidad para la reflexión y sus consecuencias.
Paula Kalfus / EOL

miércoles, 25 octubre, 2006