Dos veces bombas han estallado a mi lado. En la última ya contaba con una técnica más sólida, de tal manera que escribí. Hoy, en la contingencia del encuentro me topé en la calle con un nudo de gente, sorprendiéndome ya como parte, en cierto modo, de una masa. ¡Hasta de blanco! De hecho, estaba de blanco. Entonces, a hacerse cargo.
Cuando hay masa, el tema se complica porque el sujeto se borra. La cosa se vuelve más difícil, si esa masa está movida por temas de mercado, promoviendo infinitas autonomías o derechos generales, en virtud de una tendencia a la legitimización de formas de goce “auto”.
Pero en medio de gritos, pitos, pancartas, hay un punto en que resulta imposible no dejar de no unirse, en un punto, a un grito: “¡Libertad, libertad!”. ¿Cuál libertad sería posible?
Un sujeto es radicalmente no libre por que es eso justamente: sujeto, de lenguaje. Entonces está desde su origen “atrapado”, en condiciones que Otro le ha puesto. Un niño, si ha nacido, ha estado en situación tal de dependencia, que lo aportado por el Otro le ha permitido o no un desarrollo, de características, atributos. El niño se ha convertido en depósito de ideales y sueños, inmerso en una familia que como nido, sirve de nudo, y hace para el lazo.
Frente a esto muchos esperan cumplir la mayoría de edad para salir de un estado infantil al que se asocian a veces momentos de “feliz irresponsabilidad”. En cierto modo, el sujeto está tranquilo cuando cree que detrás de cierta inmadurez atada a fenómenos del cuerpo puede escamotear momentos de confrontración respecto a un deseo, que es inconsciente.
¿Por qué, si está protegido, clamaría por su “libertad”? Un sujeto es libre, puede pedir serlo, trabajar para ello, cuando se hace cargo de lo que para él implica que el Otro, por estructura, esté impedido para resolver la cuestión del mundo.
Si el ser humano es eso, humano, lo es precisamente porque no es máquina, no es instinto.
En este sentido, ser sujeto del lenguaje, ser sujeto de Un lenguaje, no elimina lo incontrolable.
La posibilidad está en la ocasión que le permita al sujeto inventar una solución frente a lo real, la “fragilidad del ser”. Esto de acuerdo a sus particularidades subjetivas, nadie puede condicionar a un sujeto a gozar de un modo generalizado, no se puede imponer una manera de vivir.
El problema colombiano, si me lo permiten decirlo así, implica drogas ilícitas, negocio de mafia, delincuencia y economía de violencia. Eso a grandes rasgos, muy grandes. Muerte y secuestro, personas encadenadas, vendidas o despedazadas, en todo caso puestas a la fuerza en lugares de horror, hechas objeto en condiciones en que cualquier dignidad posible para el sujeto se elimina.
A veces se cuenta con la suerte de pegarse a un recurso, en medio de la guerra o la captura, algo del sujeto se resiste, se monta sobre la animalización, espera… tiene fe, hay Otro.
Lo que más preocupa es lo precario de ciertos sujetos, en el sentido de las herramientas simbólicas con las que cuenta para efectos de subjetivar, hacerse responsable de su propio exceso, de tal manera que pueda hacer lazo social.
Y preocupa mucho más cuando se trata de sujetos que manejan toda suerte de armas, controlan grupos armados, lideran pequeños o grandes planes de delincuencia. Matar, cortar, causar dolor, volver carne al humano, en la miseria, pasa de un acto “sin culpa” a otro con toda la intención, absolutamente mala del caso. Allí estos “precarios en el lazo” demuestran su dificultad para separarse de un goce a veces demasiado denso, sólido, “cementudo”. Funciona, esta sustancia, en medio de una mordaz máquina que no solo pide más, sino que se encuentra presta a reciclar cualquier escape.
¿Qué libertad entonces? Aquella promovida por un corte, ese respecto del cual el sujeto logra, contando con la precariedad estructural, tomar posición en referencia a ese estado de “no libertad” que implica hacerse el tonto con relación a lo inconsistente de su ser.
En este sentido, en un campo fuera de sentido, el analista podrá convertirse en una especie de “promotor de independencia”, siempre que esta implique la responsabilidad de una persona mayor: aquella que ha producido una ética respecto a su goce, como lo ha anotado E. Laurent.
Astrid Álvarez de la Roche
Asociada Nel Bogotá
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