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Antes, los grandes relatos daban forma a los sinsabores que cada quien encontraba en el acontecer de su vida, sufrir por amor no era indigno. Pero no bastaba el lirismo para soportar sus pesares: el amor, pasión del ser, reclamaba una satisfacción terrenal. Y en su busca llegaron los neuróticos a la consulta de Freud.
El primer paso en el saber sobre el amor que desentrañó Freud, aquél que el inconsciente cifraba en los síntomas histéricos, el amor sacrificial al padre, le abriría también las puertas a la comprensión de la inédita emergencia del amor de transferencia: “a quien le supongo el saber, lo amo”.
Amores desgraciados, malogrados, imposibles, revelaron al discurso analítico el secreto lógico de la falla estructural que el neurótico interpreta con su código edípico. El amor del obsesivo, esclavo del Ideal, tan exaltado como imposible, también echaba raíces en el amor al padre. Fruto de una alternativa falsa con el amor por lo femenino, albergaba en su causa el rechazo de la castración.
La subjetividad neurótica, presa de la falla incógnita del padre y de las defensas frente a las pulsiones, pudo conocer, gracias al psicoanálisis, el respiro que conlleva vivir el amor con la experiencia del inconsciente: un amor más digno. Un amor nuevo, señala Lacan, porque ya no repudia la inexistencia de una proporción entre los sexos.
Sin embargo, el discurso sobre el amor ha cambiado y los que antes eran atractivos Werthers son hoy avergonzados, el amor se ha vuelto indecente.
Líquido, el amor se escurre cuando no es compatible con la carrera personal y se refugia en uno supuesto más sólido: el amor por los hijos.
Cómico, no deja de sorprender cuando arrastra con sus espejismos.
Verdadero, porque conserva aún su carácter gozoso:“hablar de amor es, en sí, un goce.”
¿Qué nos enseña la clínica lacaniana sobre el amor en las neurosis? ¿Qué formas presentan sus estragos, sus síntomas, sus soluciones? ¿qué conexión podría establecerse con los avatares del amor de transferencia?
Vilma Coccoz y Xavier Esqué
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