20 de maio de 2015

Crónica: Conferencia de Manuel Fernández Blanco, “Igualdad, diferencia, exilio de la feminidad y sufrimientos femeninos actuales”, por Myriam Chang




En el espacio Final de análisis y pase: “Bordeando la feminidad”, de la Comunidad de Catalunya de la ELP, tuvo lugar el día 10 de abril, la conferencia de Manuel Fernández Blanco quien -bajo el título indicado- abordó diferentes aspectos de la feminidad de esta época.

Partiendo desde su experiencia en la Clínica del Campo Freudiano en La Coruña, y señalando a continuación los equívocos comunes al considerar el tema tan actual de la “violencia contra las mujeres”, terminó su exposición con su lectura de dos testimonios de pase de una analista mujer nominada AE de la Escuela.

Bajo la igualdad sexual planteada como un significante amo de la civilización actual encontramos, nos decía, dos posiciones feministas. Una falocéntrica que defiende la inclusión del todos en el discurso masculino y, el feminismo de la diferencia que en su rechazo radical del falocentrismo propugna una sociedad de las mujeres en la que el lesbianismo es el único modo de goce válido y coherente para una mujer feminista.

Si desde Freud, el psicoanálisis ha sabido reconocer una diferencia en las posiciones masculina y femenina frente al amor y al goce sexual, esta distinción parece estar perdiendo relevancia. Actualmente muchas mujeres mantienen posiciones activas de goce que les conduce a relevar la serie metonímica de los partenaires sobre la metáfora del amor. No sin la insatisfacción consecuente.

Este borramiento de las diferencias conlleva efectos sobre los modos de goce. Así nos decía M. Fernández “la diferencia, ahora, tiene que ver más con los pequeños mundos de cada uno. (...) Minorías que pueden reducirse a la unidad, al caso único, donde la diferencia sería totalmente imposible de incluir en ninguna lógica del universal, del para todos.”

Esta ausencia de referencias afecta entonces a las identificaciones en la feminidad. Por un lado, están las mujeres que imitando a los hombres, y respetando los valores tradicionales, y no sintiéndose en desigualdad con ellos entran en la competencia y rivalidad más masculina, abocándose a la frustración y la insatisfacción. Por otro lado, y citando a Miller, nos recordaba la posición de Sarah Palin que representaría la de una “feminidad desacomplejada” que ridiculiza los semblantes masculinos, sin pedir perdón, sin culpa y sin que nada la mine. Situada más allá de los planteamientos de igualdad busca la manera de desfalicizar a los hombres.

“Este nuevo modelo de mujer superpoderosa” tendría varias caras. La madre hiperpedagógica que tiene a su pareja como alumno dilecto al que ha de enseñarle cómo hacerla gozar. Una mujer que cuida su belleza, es polivalente y no se enamora. Pero esta posición tiene como resultado inhibir el deseo masculino que la conduce a su queja: “no quedan hombres”.

Así hablar de lo que no funciona se convierte en un imperativo mortificante en las parejas actuales. Ante este imperativo, la declaración de amor, pierde pie para un hombre. No lo declara, lo suplica, lo que lo aboca a la feminización. Y como contrapartida, lo que se aprecia en la clínica es el declive de la virilidad o bien el fenómeno metro-sexual.

Sobre la base de los casos atendidos en la Clínica del Campo Freudiano en La Coruña, Manuel Fernández Blanco nos hizo partícipes de los resultados del trabajo realizado por algunos psicoanalistas que allí colaboran. Así a la pregunta “¿de qué sufren las mujeres en la actualidad?” la primera respuesta mayoritaria es: angustia y tristeza que las mujeres que demandan atención mencionan como ansiedad y depresión. Tras el tiempo correspondiente surgen los motivos particulares. Y los problemas de ansiedad y depresión derivan en el temor a quedarse solas, o bien a perder el amor. Mujeres casadas que consultan, más como madres que como mujer, cuando los hijos ya crecidos marchan de casa. También se encuentran como desencadenantes de consulta, las rupturas de pareja, la pérdida del hombre amado, y la presencia de la otra mujer. Esto en cuanto a los casos de neurosis. Para las psicosis la Clínica parece cumplir una función de referente y de sostén.

El documento de trabajo realizado concluye con la impresión de que si sufrir por amor sería lo característico de la posición femenina en tanto ésta se ordena en torno a la falta, “las mujeres en la actualidad sufren porque evitan sufrir por amor”.

A continuación, Manuel Fernández, abordó lo que sería uno de los síntomas más actuales de la civilización: la violencia contra las mujeres.

Aclaró a este respecto, que no se trata en las mujeres maltratadas de un goce masoquista, sino de una demanda de amor que insiste precisamente por ser permanentemente decepcionada. Un amor decepcionado que suele tener sus raíces en la historia infantil, que insiste en pedir lo que nunca se obtiene. Y que buscando lo diferente sólo obtiene la repetición de lo mismo. Lo que la conduce a la dependencia.

Frente a esta dependencia femenina relacionada con la espera de un signo de amor, se encuentra la dependencia masculina que conlleva “un auge de las patologías más regresivas relacionadas con las adicciones en general”. Hombres-niños para quienes la pérdida o el abandono son insoportables. Lo que implicaría que al asesinato de la mujer le siga el intento de suicidio. Pues una vez destruida esa persona ya no les queda sostén en la vida.

“Cuando la mujer ya no es el objeto, cuando no se presta a la perversión polimorfa del macho (...) el encuentro entre los sexos père-versamente orientado se torna problemático”. Para el hombre surge como opción la clandestinidad erótica que se refugia en la masturbación sin duda con el auxilio de internet. Y del lado de la mujer, Manuel nos recuerda una cita de Miller, “florecen las patologías que se describen como centradas en la relación con la madre”. Así nos decía, el aumento en las dificultades para hacer pareja, lleva a la promoción de la mujer-madre, acrecentando la necesidad de un niño como objeto de amor.

Manuel Fernández rescata en este punto la lectura anticipada de la violencia entre los sexos que Lacan realiza en 1958, en sus lecciones del seminario VIII, sobre la Transferencia, pgs. 236 y 433. La posición de igualdad imaginaria siempre lleva a la tensión agresiva. De manera tal, que en ocasiones, sólo se consigue reintroducir lo sexual de modo violento. Hombres que interrogan a la mujer de manera violenta para conseguir de ellas el ser de goce que esconden en su vientre. Cita en este punto a Lacan: “Esto se desarrolla a lo largo de la línea [...] propiamente sadiana, por la que el objeto es interrogado hasta las profundidades de su ser, solicitado para que se muestre en lo que tiene de más oculto [...] ¿Hasta dónde puede soportar el objeto la pregunta? Quizás hasta el punto en el que se revela la última falta en ser, hasta el punto en el que la pregunta se confunde con la destrucción misma del objeto”. “Vemos ¾nos dice Manuel Fernández¾ cómo Lacan nos da las claves, ya en 1961 (hace 50 años), que nos permiten entender, más allá de las explicaciones basadas exclusivamente en el machismo del hombre, la violencia contra la mujer y el feminicidio”.

Bajo este nuevo prisma el intento ¾no siempre logrado¾ de suicidio del hombre, tendría una explicación más estructural que sociológica. Una vez eliminado el objeto, el hombre no sabría sostenerse en la existencia, en tanto “funda todo este fantasma sobre la base de su propia eliminación” (Lacan, La Transferencia, pg. 237). Eliminación de su ser excremental concluye M. Fernández.

Para darnos una perspectiva diferente, esto es, la feminidad desde el pase, M. Fernández Blanco toma el testimonio de Céline Menghi. Utiliza para su lectura, los textos titulados “Un raspado de voz a ras del hueso”, publicados con el mismo título en Freudiana 53, pp. 71-78, y en El Psicoanálisis nº 14, pp. 67-76, para extraer, los aspectos que a su juicio remiten a la posición femenina y sus transformaciones.

Ubica así en estos dos relatos de testimonio los momentos en que a lo largo de los diversos avatares subjetivos, Céline Menghi, va dando cuenta de sus posiciones frente a la feminidad, hasta llegar a delimitar en un nombre, “un raspado de voz”, casi un estertor a ras del hueso. “Voz áfona como marca en la boca, orificio del cuerpo sexuado.”

Para llegar a ese punto, concluye M. Fernández. “ha tenido que caer el objeto mirada, el simulacro bajo la toma del objetivo, el falo muerto, para acceder al estatuto de la carne en forma de restos humeantes, de lo real de la muerte de la que ya no se goza. Eso se sitúa más allá de toda lógica fálica y apunta al goce asexual donde “Ello” goza, en soledad: ‘Ya no es más huérfana. Sola, pero de otra soledad’”.

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