En
el espacio Final de análisis y pase: “Bordeando la feminidad”, de la
Comunidad de Catalunya de la ELP, tuvo lugar el día 10 de abril, la conferencia
de Manuel Fernández Blanco quien -bajo el título indicado- abordó diferentes aspectos de la feminidad de esta
época.
Partiendo
desde su experiencia en la Clínica del Campo Freudiano en La Coruña, y
señalando a continuación los equívocos comunes al considerar el tema tan actual
de la “violencia contra las mujeres”, terminó su exposición con su lectura de
dos testimonios de pase de una analista mujer nominada AE de la Escuela.
Bajo
la igualdad sexual planteada como un significante amo de la civilización actual
encontramos, nos decía, dos posiciones feministas. Una falocéntrica que
defiende la inclusión del todos en el discurso masculino y, el feminismo de la
diferencia que en su rechazo radical del falocentrismo propugna una sociedad de
las mujeres en la que el lesbianismo es el único modo de goce válido y
coherente para una mujer feminista.
Si
desde Freud, el psicoanálisis ha sabido reconocer una diferencia en las
posiciones masculina y femenina frente al amor y al goce sexual, esta
distinción parece estar perdiendo relevancia. Actualmente muchas mujeres
mantienen posiciones activas de goce que les conduce a relevar la serie
metonímica de los partenaires sobre la metáfora del amor. No sin la
insatisfacción consecuente.
Este
borramiento de las diferencias conlleva efectos sobre los modos de goce. Así
nos decía M. Fernández “la diferencia, ahora, tiene que ver más con los
pequeños mundos de cada uno. (...) Minorías que pueden reducirse a la unidad,
al caso único, donde la diferencia sería totalmente imposible de incluir en
ninguna lógica del universal, del para todos.”
Esta
ausencia de referencias afecta entonces a las identificaciones en la feminidad.
Por un lado, están las mujeres que imitando a los hombres, y respetando los
valores tradicionales, y no sintiéndose en desigualdad con ellos entran en la
competencia y rivalidad más masculina, abocándose a la frustración y la
insatisfacción. Por otro lado, y citando a Miller, nos recordaba la posición de
Sarah Palin que representaría la de una “feminidad desacomplejada” que
ridiculiza los semblantes masculinos, sin pedir perdón, sin culpa y sin que
nada la mine. Situada más allá de los planteamientos de igualdad busca la
manera de desfalicizar a los hombres.
“Este
nuevo modelo de mujer superpoderosa” tendría varias caras. La madre
hiperpedagógica que tiene a su pareja como alumno dilecto al que ha de
enseñarle cómo hacerla gozar. Una mujer que cuida su belleza, es polivalente y
no se enamora. Pero esta posición tiene como resultado inhibir el deseo
masculino que la conduce a su queja: “no quedan hombres”.
Así
hablar de lo que no funciona se convierte en un imperativo mortificante en las
parejas actuales. Ante este imperativo, la declaración de amor, pierde pie para
un hombre. No lo declara, lo suplica, lo que lo aboca a la feminización. Y como
contrapartida, lo que se aprecia en la clínica es el declive de la virilidad o
bien el fenómeno metro-sexual.
Sobre
la base de los casos atendidos en la Clínica del Campo Freudiano en La
Coruña, Manuel Fernández Blanco nos hizo partícipes de los resultados del
trabajo realizado por algunos psicoanalistas que allí colaboran. Así a la
pregunta “¿de qué sufren las mujeres en la actualidad?” la primera respuesta
mayoritaria es: angustia y tristeza que las mujeres que demandan atención
mencionan como ansiedad y depresión. Tras el tiempo correspondiente surgen los
motivos particulares. Y los problemas de ansiedad y depresión derivan en el
temor a quedarse solas, o bien a perder el amor. Mujeres casadas que consultan,
más como madres que como mujer, cuando los hijos ya crecidos marchan de casa.
También se encuentran como desencadenantes de consulta, las rupturas de pareja,
la pérdida del hombre amado, y la presencia de la otra mujer. Esto en cuanto a
los casos de neurosis. Para las psicosis la Clínica parece cumplir una función
de referente y de sostén.
El
documento de trabajo realizado concluye con la impresión de que si sufrir por
amor sería lo característico de la posición femenina en tanto ésta se ordena en
torno a la falta, “las mujeres en la actualidad sufren porque evitan sufrir por
amor”.
A
continuación, Manuel Fernández, abordó lo que sería uno de los síntomas más
actuales de la civilización: la violencia contra las mujeres.
Aclaró
a este respecto, que no se trata en las mujeres maltratadas de un goce
masoquista, sino de una demanda de amor que insiste precisamente por ser
permanentemente decepcionada. Un amor decepcionado que suele tener sus raíces
en la historia infantil, que insiste en pedir lo que nunca se obtiene. Y que
buscando lo diferente sólo obtiene la repetición de lo mismo. Lo que la conduce
a la dependencia.
Frente
a esta dependencia femenina relacionada con la espera de un signo de amor, se
encuentra la dependencia masculina que conlleva “un auge de las patologías más
regresivas relacionadas con las adicciones en general”. Hombres-niños para
quienes la pérdida o el abandono son insoportables. Lo que implicaría que al
asesinato de la mujer le siga el intento de suicidio. Pues una vez destruida
esa persona ya no les queda sostén en la vida.
“Cuando
la mujer ya no es el objeto, cuando no se presta a la perversión polimorfa del
macho (...) el encuentro entre los sexos père-versamente orientado se
torna problemático”. Para el hombre surge como opción la clandestinidad erótica
que se refugia en la masturbación sin duda con el auxilio de internet. Y del
lado de la mujer, Manuel nos recuerda una cita de Miller, “florecen las
patologías que se describen como centradas en la relación con la madre”. Así
nos decía, el aumento en las dificultades para hacer pareja, lleva a la
promoción de la mujer-madre, acrecentando la necesidad de un niño como objeto
de amor.
Manuel
Fernández rescata en este punto la lectura anticipada de la violencia entre los
sexos que Lacan realiza en 1958, en sus lecciones del seminario VIII, sobre la
Transferencia, pgs. 236 y 433. La posición de igualdad imaginaria siempre lleva
a la tensión agresiva. De manera tal, que en ocasiones, sólo se consigue reintroducir
lo sexual de modo violento. Hombres que interrogan a la mujer de manera
violenta para conseguir de ellas el ser de goce que esconden en su vientre.
Cita en este punto a Lacan: “Esto se desarrolla a lo largo de la línea [...]
propiamente sadiana, por la que el objeto es interrogado hasta las
profundidades de su ser, solicitado para que se muestre en lo que tiene de más
oculto [...] ¿Hasta dónde puede soportar el objeto la pregunta? Quizás hasta el
punto en el que se revela la última falta en ser, hasta el punto en el que la
pregunta se confunde con la destrucción misma del objeto”. “Vemos ¾nos dice Manuel Fernández¾ cómo Lacan nos da las claves, ya en 1961 (hace 50
años), que nos permiten entender, más allá de las explicaciones basadas
exclusivamente en el machismo del hombre, la violencia contra la mujer y el
feminicidio”.
Bajo
este nuevo prisma el intento ¾no
siempre logrado¾
de suicidio del hombre, tendría una explicación más estructural que
sociológica. Una vez eliminado el objeto, el hombre no sabría sostenerse en la
existencia, en tanto “funda todo este fantasma sobre la base de su propia
eliminación” (Lacan, La Transferencia, pg. 237). Eliminación de su ser
excremental concluye M. Fernández.
Para
darnos una perspectiva diferente, esto es, la feminidad desde el pase, M. Fernández
Blanco toma el testimonio de Céline Menghi. Utiliza para su lectura, los textos
titulados “Un raspado de voz a ras del hueso”, publicados con el mismo título
en Freudiana 53, pp. 71-78, y en El Psicoanálisis nº 14, pp.
67-76, para extraer, los aspectos que a su juicio remiten a la posición
femenina y sus transformaciones.
Ubica
así en estos dos relatos de testimonio los momentos en que a lo largo de los
diversos avatares subjetivos, Céline Menghi, va dando cuenta de sus posiciones
frente a la feminidad, hasta llegar a delimitar en un nombre, “un raspado de
voz”, casi un estertor a ras del hueso. “Voz áfona como marca en la boca,
orificio del cuerpo sexuado.”
Para
llegar a ese punto, concluye M. Fernández. “ha tenido que caer el objeto
mirada, el simulacro bajo la toma del objetivo, el falo muerto, para acceder al
estatuto de la carne en forma de restos humeantes, de lo real de la muerte de
la que ya no se goza. Eso se sitúa más allá de toda lógica fálica y apunta al
goce asexual donde “Ello” goza, en soledad: ‘Ya no es más huérfana. Sola, pero
de otra soledad’”.
Nenhum comentário:
Postar um comentário