En la transferencia, el analista es el sujeto supuesto
saber y no es errado suponerlo, si él sabe en qué consiste el inconsciente por ser
un saber que se articula con lalengua, no anudándose a él el cuerpo que
allí habla sino por lo real con que se goza.
Jacques Lacan ("La tercera", en Intervenciones y
textos 2, Manantial, Buenos Aires,
1988, p.89)
Un sujeto entra en análisis por la vía de la transferencia y,
consecuentemente, con la instalación del Sujeto supuesto Saber que es el
pivote de aquello que Freud llamó síntoma analítico.
Esta vía pone en juego el rasgo del “Ideal del yo” y su articulación con
la identificación ofrecida por el “yo ideal”. Esta posibilidad de
identificación, que se califica como identificación al padre, sucede porque el
Sujeto supuesto Saber sólo hace nombrar, explicitar el efecto de sentido que
viene del Otro. En contrapartida, el sin-sentido es lo que permanece
separado del Otro, quedando silencioso en este proceso de proliferación de
sentido a partir del SsS. Este sin-sentido, que habita el núcleo del fantasma,
es el responsable de la parálisis del sujeto frente a una frase. En el ejemplo
que Freud construyó, la frase es: Pegan a un niño. El sujeto se detiene
frente a ella, en el ansia de restablecer un eslabón perdido entre el sin-sentido
que ella indica y el Otro del discurso. Esta frase, podemos decir, vale por un
significante unario, un S1 que lleva al sujeto a inquietarse, a buscar otro
significante que pueda hacer las veces de S2, estableciendo un sentido
cualquiera. Pero existe, en este punto, una paradoja pues este S1, además de no
pedir otra palabra u otra frase, un S2, se niega a eso.
Un Sujeto supuesto Saber, por ende, designa la presencia de un
significante, es decir, indica un efecto de sentido, en tanto lo que
denominamos sentido-gozado (jouis-sens) es lo que no puede ser traducido
en significantes, pero se desliza bajo el sentido de la cadena significante,
impregnando las respuestas del sujeto con el sin-sentido. Este sentido-gozado
no es supuesto, es experimentado.
Para aproximarnos a este sentido-gozado, que está en el corazón de
nuestra cuestión en este camino que va del síntoma de la identificación a la
identificación al síntoma, será necesario distinguir el sentido-gozado, de
lo que le permite acceso en la teoría analítica: el fantasma. Fantasma que
está, de alguna manera, articulado al Otro.
Partiendo del piso inferior del grafo: A-->s(A), podemos seguir a Lacan y buscar la posición del
Otro en el efecto de sentido, cuando se trata del fantasma:
A/-->($<>a)
A-->s(A)
En estos dos esquemas, que nos proporciona Miller en su Seminario Los
signos del goce, podemos percibir una diferencia fundamental que se
presenta en relación al Otro. En tanto en la relación de sentido tenemos un
Otro sin barrar -lo que indica la alienación- el Otro que corresponde al
fantasma es un Otro modificado, un Otro barrado -que designa la separación. En
esta perspectiva el fantasma se sitúa como lo que responde, en el sujeto, a la
angustia producida por la presencia del deseo del Otro. La barra sobre este
Otro es lo que nos dice que él es deseante. El fantasma puede, inclusive, ser
considerado como la puesta en escena del deseo del Otro o, más específicamente,
la escena que nos dice cómo es la interpretación que se hace del deseo del
Otro. Es por ello, tal vez, que podemos decir, con Lacan, que el fantasma
fundamental es la puesta en escena de los significantes primordiales del
sujeto.
Podemos leer lo que acabamos de escribir, citando a Jacques-Alain Miller
cuando se refiere al grafo del deseo, de la siguiente manera: “No existe
práctica analítica sin que el efecto de sentido esté parasitado por el efecto
del sentido-gozado”[1]. Esta
afirmación implica una posición ética del analista que se puede traducir, en
términos freudianos, en la atención flotante del analista que deberá ser capaz
de captar lo que se presenta como sin sentido dentro de todo el sentido que la
palabra ofrece a la comprensión para, exactamente, evitar que el síntoma de la
identificación se venga a perpetuar. Así, todas las veces que manipulamos el
significante, se produce sin sentido en el sentido a comprender, al
mismo tiempo que se lo transforma en sentido para gozar. Este sentido
para gozar es lo que nos va a tocar de alguna manera, por ejemplo en el chiste,
en cuya estructura Lacan se inspiró para construir el dispositivo del Pase. De
una manera simple, podemos decir que el momento del pase se define por una
transformación de un significante que, destacándose del conjunto pleno de
sentido, va a producir un sin-sentido, diciéndonos de un pequeño trozo de
real que retorna al sujeto, desplazándolo de la posición que hasta entonces
sostenía. Este es el momento en que se produce un significante nuevo, capaz de
transmitir lo que del sin-sentido, o mejor aún, lo que de este encuentro con lo
real, fue elaborado. En otras palabras, es el momento en que el cuerpo del
significante permanece como un decir que estaba olvidado tras los dichos.
Otra elaboración se impone en la medida en que trabajamos con la
perspectiva del fantasma como una formación imaginaria[2] que se viste de goce, siendo éste del orden de lo real:
($<>a)
a
Dos vertientes pueden ser destacadas de la fórmula del fantasma a partir
de la perspectiva del objeto a: una dice respecto al objeto a en
su función de dividir, la otra, inversamente, en su función de completar.
Si hay falta en el Otro, e inclusive falta del Otro, el fantasma estaría
allí para hacer de tapón. Desde este punto de vista, la idea de un
atravesamiento del fantasma implicaría la superación de lo que tapona la falta
en el Otro para, consecuentemente, acomodarse a ella.
Ahora, la propia escritura de la fórmula del fantasma hecha por Lacan,
implica esta vertiente del taponamiento, de un sujeto que, como falta en ser,
se ve compelido a buscar una figura imaginaria, el objeto a, para
completarlo. Incluso cuando Lacan trata el objeto a como real, la
problemática del taponamiento persiste. En tanto, paso a paso, otra vertiente
se va imponiendo, inversa a la anterior: el objeto a no tapona sino
divide, barra. Esta división es la que va a servir de punto de partida al
discurso del analista, donde el objeto a va aparecer como divisor y no
como tapón:
a --> $
S2 // S1
Esta nueva perspectiva nos abre el camino para aclarar que (cito a
J.-A.Miller) “...cuando se trata del objeto a como divisor, cuando lo
que está en juego no es la escenificación del fantasma sino el goce que lo
habita, no puede afirmarse que a es sentido gozado, efecto de sentido,
porque -y aunque sólo sea por esta razón- lo escribimos como causa. Y cuando se
le asigna al objeto la función de causa de la división del sujeto, quien a
partir de entonces resultará sensible a los efectos de sentido, a no es
un efecto. De modo que no lo convertimos en el efecto de sentido, sino en la
referencia de los efectos de sentido y, más aún, en la referencia de los
efectos de sentido gozados"[3]
.
Lo que se transmite del momento del pase, por lo tanto, y que indica que
un analista pudo advenir en el final de un análisis, es el cuerpo de la
letra. Así, partiendo del síntoma de la identificación el sujeto va
deconstruyendo la palabra hasta que ella pueda asumir el valor de letra, el
valor de significante en tanto escrito: S (A/). "El S, el verdadero
significante de A/ -lo que queda del significante una vez que se ha eliminado
la palabra..."[4]. Esta es
la escritura que permite al ser hablante sustraerse a los artificios del
inconsciente, al mismo tiempo que deja claro lo que del inconsciente puede
traducirse por una letra: "que el desciframiento se resuma a lo que
constituye la cifra, a lo que hace que el síntoma sea ante todo algo que no
cesa de escribirse en lo real..."[5].
Así, una nueva identificación puede acontecer, una identificación que no
es al inconsciente. Identificarse al inconsciente está fuera de cogitación
pues, como nos dice Lacan, "el inconsciente permanece, el inconsciente
permanece Otro"[6]. La identificación de la que se trata, cuando hablamos del final del análisis,
es a la letra del síntoma, aquella que, una vez roto el circuito
pre-establecido por el sentido congelado del fantasma fundamental, podrá
volverse un rasgo que desvela lalengua como cuerpo de lo simbólico[7] y enlaza el cuerpo de lo imaginario al cuerpo de lo real haciendo consistir
los tres términos, real, simbólico e imaginario. Ese es el camino que culmina
en la transformación de la experiencia del fantasma fundamental, en pulsión, al
restablecer el vacío del lugar del objeto pulsional.
Notas:
[1] Miller, J.-A., Los signos del goce, Paidós, Buenos Aires, 1998, clase del 6 de
mayo de 1987, p.315
[5] Lacan, J., "La tercera", en Intervenciones y textos 2,
Manantial, 1988, Buenos Aires, p.96
[7] "Nada por cierto nos da de entrada la idea del elemento, en el sentido que
creo haber mencionado hace un rato, el del grano de arena[...]la idea del
elemento, la idea acerca de que eso sólo
podía
contarse, y en este orden nada nos detiene: por numerosos que sean los granos
de arena, ya lo dijo Arquímedes,
por numerosos que sean, siempre los podremos calibrar -pues bien, todo esto nos
viene tan sólo
a partir de algo que no tiene mejor soporte que la letra. Pero también significa, ya que
no hay letra sin lalengua" (Lacan, J., "La tercera", op.cit.,
p.95)
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