Crónicas desde Bilbao. La crisis de Europa y el vigor del psicoanálisis, por Santiago Castellanos
Este
fin de semana he participado en Bilbao en un encuentro sobre el “Cine y
el Psicoanálisis”, organizado por la ELP hacia las XIV Jornadas que se
celebrarán en Barcelona los días 12 y 13 de diciembre, en el que
hemos podido conversar con Ernesto del Río, director de ZINEBI (Festival
Internacional de Cine Documental y Cortometraje de Bilbao) y con Vanesa
Fernández (Doctora y profesora de la Universidad del País Vasco).
Un debate que interesó mucho al público que asistió y en el que
aparecieron diferentes temas: la crisis del cine, la naturaleza de la
ficción como base de las historias que se cuentan y de la misma práctica
del psicoanálisis, la cambiante relación con el saber, las
transformaciones que se producen con la introducción de las nuevas
tecnologías, el poder de la imagen y las consecuencias subjetivas, los
cambios en la clínica contemporánea, el lugar “subversivo” del
psicoanálisis en la deriva de los tiempos, etc.
Allí plantee que el psicoanálisis en España muestra más vigor que
nunca, a pesar de que fue prácticamente anulado por la dictadura
franquista. Tras la guerra civil, gran parte de los psiquiatras amigos o
promotores de las ideas psicoanalíticas tuvieron que exiliarse y muchos
otros tuvieron que mantenerse en silencio por las represalias o por
miedo. El impulso intelectual que había aparecido en los últimos años
desapareció motivado por las dificultades materiales y la emergencia de
una sociedad totalitaria que no admitía las discrepancias ni la
reflexión. La izquierda tradicional a partir de los años '80 tomó las
banderas de la ciencia y consideró al psicoanálisis como una práctica
trasnochada. Fueron a beber de las aguas del “cognitivismo” y del
“conductismo” sin darse cuenta de que se alimentaban de unas fuentes
cuyo origen era el de la ignorancia y su destino la adaptación a las
normas más tradicionales que supuestamente ellos cuestionaban. El
neoliberalismo tampoco ha dado un lugar al psicoanálisis, más bien trata
de excluirlo y de borrarlo de un plumazo.
Sin embargo, en España y en el resto de Europa, el psicoanálisis se
desarrolla con un vigor y una fuerza que contrasta de manera llamativa
frente a la crisis, cada vez más profunda, de la vieja Europa.
¿Se trata de un sueño o de una realidad?
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La cultura española y la crisis de la memoria, por Vicente Palomera
En España, el hecho de recordar -y hasta el hecho de olvidar- reviste
una significación grave y muy especialmente cuando el país todavía
intenta devolver a la memoria colectiva lo que con frecuencia se ha
travestido o anulado: los episodios de la guerra.
El deber de memoria no es solo su aspecto puramente histórico, puesto
que hunde sus raíces en los fundamentos inconscientes que permiten
tanto el hecho de recordar, es decir, de seleccionar lo que se conserva
en la memoria, como el de olvidar.
Hay civilizaciones enteras que no quieren recordar nada que no sea un
relato oral y que desconfían de cualquier otro medio de transmisión y
de herencia; otras que, con una meticulosidad casi compulsiva, lo
archivan todo, lo microfilman y lo acumulan lo más miniaturizado que se
pueda, como si esperaran salvarlo de algún apocalipsis.
¿Para qué se recuerda? ¿Es para que el pasado no se repita?, ¿para
activar el presente con las enseñanzas que hemos derivado de los hechos?,
¿para revitalizar la actualidad y alimentar el presente con un pasado
mítico? Básicamente en España la memoria histórica apunta a unir a
aquellos que se reúnen con el propósito de recordar a las víctimas de la
guerra. Alguien dijo que el amor era el hecho de recordar juntos algo o
alguien que no está.
La primera enseñanza de la transición democrática de finales de los '70 es política: estudiar el modo en que un país puede olvidar su pasado. La segunda es filosófica: en España, en la transición, el
post-modernismo, como si fuera el trazo por excelencia de la modernidad,
ayudó al repudio de la memoria y a la valorización sistemática de
la novedad, rechazando así todo parti-pris dogmático.
Lo hizo no tomando literalmente, tal y como fueron, los rasgos del
pasado, sino repensándolos siempre en función del presente.
Pero ¿cómo focalizar algo en el recuerdo?
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El i-patient, por Gustavo Dessal
Un brindis por la eternidad
Año 2004. Peter Thiel, fundador de PayPal, acaba de vender su compañía a eBay,
multiplicando así su ya considerable fortuna. Tiene entonces 31 años, y
recibe en su casa a un grupo de invitados que cenan y conversan. Entre
ellos, Larry Page (co-fundador de Google), Cynthia Kenyon (bióloga molecular que ha atraído la atención de la comunidad científica
al duplicar la vida de un gusano manipulando uno solo de sus genes), y
Audrey de Grey (médico inglés, especialista en biogerontología que
trabaja en senescencia negligible ingenierizada, un método de
reparación de tejidos del cuerpo humano capaz de lograr una vida
indefinida). El debate gira en torno a la inmortalidad. Algunos se
muestran un tanto escépticos; otros, por el contrario, están convencidos
de que sólo es un problema técnico. ¿Convendría más congelar los
cadáveres, o volcar la memoria de un ser humano en supercomputadoras
para reintroducirla luego en un nuevo cuerpo? Estas son algunas de las
preguntas que animan la mesa.
Al menos existe un consenso: desde el
punto de vista del desarrollo tecnológico actual, conquistar los 150
años de vida es una expectativa más que “razonable”. El anfitrión Peter
Thiel es uno de los más convencidos, y su generosa chequera no cesa de
alimentar los fondos de investigación de Kenyon y de Grey a fin de que
aceleren al máximo su trabajo. Su lema es el optimismo, una virtud que
considera indispensable para formatear el futuro. No es el único.
Pertenece al grupo de súper millonarios jóvenes, empresarios que han
creado Google, eBay, Napster, Netscape, Facebook, y que ahora han
decidido emplear una parte sustancial de sus fortunas personales en una
nueva revolución: perfeccionar tecnológicamente el cuerpo humano, la
máquina más asombrosa de la creación. Thiel se expresa con toda
claridad, y como además posee una sólida formación filosófica, lo que
dice tiene algo de sentido: la evolución de la especie humana no
pertenece exclusivamente a la naturaleza. El hombre se caracteriza por
su capacidad para trascenderla, y por lo tanto su cuerpo no sólo forma
parte del reino animal, sino que se ha elevado hacia una dimensión que
lo convierte en otra cosa. De allí que considere legítimo no admitir la
regla máxima que gobierna todo lo viviente: la finitud. Afirma en serio
que la muerte es “el gran enemigo de la Humanidad”.
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