El
pharmakos era en la Grecia antigua aquel que la Ciudad designaba para ser
sacrificado a fin de expiar las faltas de sus habitantes y, así, evitar que las
calamidades no cayeran sobre ella. El pharmakos podía ser un animal,
pero con frecuencia era una persona, en sí inocente aunque a menudo marginada
por la sociedad.
Esta
noción se une con la de chivo expiatorio hebreo en la función de desplazamiento
de la falta sobre un otro, sobre una víctima expiatoria donde el sacrificio
supone tratar el mal que amenaza al grupo.
Hoy
en día, la estigmatización de ciertas categorías de la población, de lo
religioso, de la etnicidad, eternizan bajo diferentes formas el pharmakos.
René
Girard y Lacan: rivalidad mimética y en espejo
En La
violencia y lo sagrado(1), René Girard ha trabajado particularmente la
relación de los humanos entre ellos y con su mundo, desarrollando su concepto
de deseo mimético -uno queriendo el objeto que ambiciona el otro- y la rivalidad
mimética con su doble monstruoso(2) a destruir que se deriva de ella. Para
este autor, es ante todo en el eje imaginario donde el sujeto se experimenta;
no en la triangulación con la madre, ni en la rivalidad edípica con el padre.
Se separa de Freud, encontrándose más cercano a Lacan y de su noción de conocimiento
paranoico del mundo.
Lacan
sitúa desde muy temprano una verdadera "captación por la imagen del
otro" que hace que es en el otro donde el sujeto "se experimenta en
primer término"(3). Es lo que, en Los complejos familiares, aisló
bajo la forma de complejo de la intrusión: la experiencia que vive un sujeto en
el "tiempo primitivo" donde conoce semejantes; "dicho de otra
manera -añade Lacan-cuando se entera de que tiene hermanos"(4). Es aquí
donde se sitúa la instauración del rival y del odio que pueda suscitar. Lacan
no sitúa los celos infantiles como una rivalidad vital (la del "displaced
child"), sino como una identificación(5).
En
la relación con el otro siempre le queda al sujeto, constata Lacan, este odio
celoso que llamará jalouissance (celos-goce) destinado a aquel que se le
supone, tener el objeto: "[...] un odio, un odio consistente, es algo que
se dirige al ser, al ser mismo de alguien que no tiene por qué ser
Dios"(6).
También,
la agresividad que se libra de toda relación con el otro –incluso si es una
relación de ayuda- tiene su punto de partida, en esta alienación originaria que
funda la relación del sujeto en el mundo.
En
lo que Girard va a describir sobre el mecanismo victimario -correlativo de una crisis
mimética donde, en un grupo social, en una nación, se cristaliza un
"todos contra todos"- la solución pasa por una transformación de este
"todos contra todos" en un "todos contra uno". Entonces
toda la violencia se concentra sobre aquel que toma ahora el estatuto de
víctima expiatoria para todos, revelando el carácter arbitrario aunque, en
adelante, ineluctable de esta elección.
La
víctima sacrificial es a menudo escogida por el hecho que, de una manera
consciente o inconsciente, no habría "nadie para defender [su]
causa"(7). La tenemos aquí designada a la venganza de todos.
Por
el sacrificio: el hombre, animal de predilección
Los
sacrificios de animales están presentes en casi todos los ritos de
purificación. Están allí, en el lugar de un humano que los representan. La
sangre vertida pronto ha sido absorbida por la tierra sobre la que se ha
extendido como si tuviera una avidez sin fin. Lo terrible es el más allá
que esto apunta: no se detiene aquí, le hace falta también sangre humana. Es la
perpetuación de las guerras.
Esta
tierra, sedienta de sangre, no es más que la metáfora del límite que el hombre
no encuentra, -ni en los ritos sustitutivos, ni en la espada de la ley, ni
tampoco en el salvajismo de los degollamientos que remiten al orden del día
DAESH, el Estado islámico en Irak y, ya, en otros lugares, etc.- y que hace que
la feroz humanidad del pueblo pida aún ¡un poco más de esta sangre impura!
La
ofrenda sólo tiene valor siendo un derramamiento de sangre. Es aquí donde el
sacrificio toma su dimensión de violencia expiatoria por la cual la víctima
maldita es transmutada en instrumento de salud; aquel que es designado al
sacrificio por su oscuridad se ve nimbado por un aura de pureza, esta es la
paradoja del pharmakos. Hace falta que la ofrenda hecha a los Dioses
para calmar su cólera, tenga un valor. Pero, la condición mínima es que la
víctima sea designada, al menos sobre un punto, culpable. Culpable de
ser extranjero o diferente, estos dos calificativos funcionando tanto para el
interior como para el exterior, de la ciudad, del país, de una comunidad más
restringida. Para ello, este culpable, hay que señalarlo por su diferencia,
hacerlo visible para todos por un signo que lo distinga: antropométrico,
racial, religioso, vestimenta, etc. Entonces, puede ser clivado de los otros y
el proceso se pone en marcha.
Así,
Joseph de Maistre, en su Tratado sobre los sacrificios, subrayaba que
del "culpable al enemigo, no hay más que un paso: todo enemigo se
convirtió en culpable; y, desgraciadamente, también todo extranjero
se convirtió en enemigo cuando hubo necesidad de víctimas"(8). Para
que los hombres vivan, hay que sacrificar siempre a otros a los Dioses, es esta
cruel avidez que, desde siempre, les es supuesta.
El
sacrificio a los Dioses oscuros
Armand
Zaloszyc, en su libro El sacrificio al dios oscuro(9), retoma la escena del
Éxodo donde Dios le dice a Moisés: "Verás mis espaldas, pero mi
rostro no se verá". Comenta esta escena subrayando que Dios se presenta al
que lo interroga con doble cara (biface): por un lado, la del saber posible,
del otro lado, "una cara oscura donde la oscuridad no estaría sólo
reducida por el saber por mucha luz que hubiera"(10). La pregunta de lo
que el Otro quiere se plantea del lado de sus intenciones. Si pudiera decirlas,
no tendríamos que preocuparnos por lo que calla, instaurando aquí la cuestión
del deseo de un "Otro oscuro". Esta doble cara de un Dios oscuro, va
más allá de las religiones monoteístas e incluso de cualquier religión, en esto
el Otro obscuro es el prolongamiento y puede ser más implacable que la
exigencia supuesta a los Dioses.
El
sacrificio está dirigido a la cara enigmática de este Otro supuesto exigir
siempre más para un goce mórbido, opaco. No es, y esto puede parecer
paradójico, por exceso de celo o por obediencia a las órdenes que se entregará
aún más víctimas que las exigidas. Es ser absorbido, haberse entregado
ciegamente a un goce tan opaco que el goce que es supuesto al Otro y que
compromete enteramente al sujeto en sus actos.
Denunciar
es una de las modalidades más cobardes del propio goce oscuro. Es decirle a la
cara desconocida, pero supuesta terrible, de aquel al que se denuncia que
presenta garantías que el que se denuncia no tendría. Es asegurarse mostrando a
este Otro que compartimos su sed de justicia, de orden, que le somos fiel y que
no estamos sujetos a malos pensamientos en su contra. De hecho es una de las
peores formas de la denegación, es negar su propio inconsciente, es rechazar la
idea que pueda contener también malos pensamientos. Es hacer de aquel que denunciamos
un pharmakos de uso personal y, sobre esta pendiente, cómo detenerse cuando
este negro goce pide uno, ¡aún!
Lacan
sitúa la experiencia inhumana y monstruosa del holocausto, no como un accidente
único en la historia sino como un "resurgimiento"(11) de algo que
está aquí, que ya ha tenido lugar. La única novedad es su forma sistemática en
un proyecto técnico científico llevado a una dimensión industrial.
Recorramos
con Lacan: "[...] resurgimiento mediante el cual se evidencia que son muy
pocos los sujetos que pueden no sucumbir, en una captura monstruosa ante la
ofrenda de un objeto de sacrificio a los dioses oscuros"(12). El
sacrificio fascina, como el deseo del Otro oscuro ciega y el sujeto
"sucumbe" a la fascinación misma de este sacrificio.
Lacan
señala que esta fascinación tiende a aquello que "en el objeto de nuestros
deseos, intentamos encontrar el testimonio de la presencia del deseo de ese
Otro que llamo aquí el Dios oscuro"(13).
A
cada uno su pharmakos, ¡desdoblado!
Puede
que vayamos a afirmar demasiado rápido que es el ascenso de lo religioso el que
induce todos estos cambios propios de nuestra época. Al contrario, parece ser
más bien su debilidad la que siembra la semilla de una relación con una
práctica religiosa que supone menos el proselitismo del mensaje de paz y amor,
que aquel de la eliminación radical del otro diferente.
¡A
cada uno su pharmakos! En el contexto de nuestro país pero en otros
también, se necesitan dos. Siempre hacen falta dos de los cuales uno de ellos,
inmutable a través de los siglos, quede el judío y el otro, una encarnación,
más o menos coyuntural, de una figura satánica estigmatizada.
De
hecho, lo que llamamos modernidad, no consiste en ninguna invención innovadora,
sino en la perenización de un no querer saber del hecho que la designación de
un pharmakos, su sacrificio como regulador de la violencia, es en
sí-mismo una violencia. La justificación está en el otro y en su dicha
alienación a un Dios donde nos perdemos al saber si exige lo que los hombres le
atribuyen como imperativo para su goce divino.
No
es al sacrificio, tenga un sentido religioso o filosófico, que el psicoanálisis
nos conduce sino a este "abrir los ojos" (dessillement) que
permite librarse "de la ética tradicional"(14). El desempeño de Lacan
por el resurgimiento que sitúa en el centro de la repetición,
reorientada sobre la atracción inexorable y la fascinación por la víctima,
concierne al psicoanalista; al menos aquel que no quiere mirar hacia otro lado.
Notas:
1.
Girard R., La violencia y lo sagrado, Bcn, Anagrama, 2005.
2.
Idem, p. 338.
3.
Lacan J., "Acerca de la causalidad psíquica", Escritos 1, BA, Siglo
XXI, 2007, p. 171.
4.
Lacan J., Los complejos familiares en la formación del individuo. En: Otros
escritos, BA, Paidós, 2012, p. 47.
5.
Idem.
6.
Lacan J., Seminario 20. Aún, 1981, BA, Paidós, p.121.
7.
Girard R., La violencia y lo sagrado, op. cit., p. 21.
8.
de Maistre J., "Tratado sobre los sacrificios", Madrid, Sextopiso,
2009, p. 34.
9. Zaloszyc A., Le sacrifice au dieu obscur.
Ténèbre et pureté dans la communauté. Nice, Z'éditions, 1994, p. 9.
10.
Idem, p. 10.
11.
Lacan J., Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
BA, Paidós, 1987, p. 282.
12. Idem, p. 282.
13. Idem.
14.
Idem.
Traducción:
Helena Torres
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