1. Cada época tiene su erótica con sus objetos y sus
ficciones acerca de la pasión amorosa. Cumple una función básica: velar la
inexistencia de la relación sexual, entendida ésta como armonía sexual
prestablecida, llenando ese vacío con palabras, imágenes y objetos que lo
cubran.
El amor cortés o el romanticismo son hitos en esta
historia, ficciones donde cada uno de los sexos tiene asignado un rol. El ideal
romántico del amor tomó su fuerza de los ideales revolucionarios que
entronizaron al individuo como nuevo sujeto de la historia. Su fuerza como
ideal amoroso contribuyó sin duda a dar salida a muchas fantasías de mujeres,
que como el personaje de Flaubert, Madame Bovary, se sentían atrapadas en una
moral pequeñoburguesa que las condenaba a una vida matrimonial bajo el régimen
patriarcal.
Su contribución a la emancipación real de la mujer es
más discutible ya que la discordancia entre el sentimiento individual y las
estructuras socioeconómicas y familiares no siempre permitió realizar ese
anhelo.
2. Hoy la erótica es múltiple, se sirve a la carta y a la
medida de la fantasía de cada uno. Hay tantas como fantasmas sexuales:
voyeuristas, masoquistas, sádicos, incluso sexless, aquellos que exigen
precisamente la ausencia del acto sexual.
La paradoja de esa diversidad y de la accesibilidad
al sexo es que hoy parece que las relaciones heterosexuales atraviesen cierta
crisis. Como expresan, con reproche y cierto tono amargo, muchas mujeres
jóvenes: ¿por qué resulta tan difícil encontrar un hombre que acepte el
compromiso de una relación de pareja?
Parecería que en la era del sexo fácil esa dificultad
debería desaparecer y, sin embargo, y quizás precisamente por esa facilidad, la
“relación” –y no sólo el acto– sexual deviene más complicada.
Una joven de 35 años lo describe con claridad:
“aplicaciones como Tinder nos perjudican ya que ahora ellos tienen
relaciones sexuales fáciles y sin costo, es como si tuvieran prostitución
gratis”.
3. Dentro de esta diversidad hay una característica común:
la incidencia de la lógica capitalista confiere hoy a toda erótica su carácter
de producto, su condición de mercancía existente en el mercado.
El oficio más antiguo del mundo se disfraza para ello
con eufemismos como el beneficio mutuo o bajo lemas pseudo masoquistas como el
exitoso Grey o la web de manservants (http://manservants.co/)
donde el hombre-criado sirve a la señora con su código de caballero moderno.
En la web de citas www.seekingarrangement.com/es
los sugar daddies (papis chulos), varones maduros con recursos y
miembros de la élite, prometen “Relaciones de Beneficio Mutuo” a sugar
babies, jóvenes estudiantes “atractivas, inteligentes, ambiciosas y
orientadas a sus metas”. Bajo el eufemismo del beneficio mutuo se oculta una
práctica de prostitución que bien pudiera considerarse como la forma actual del
derecho de pernada feudal. Aquí son los padrinos quienes lo ejercen, velado por
esas buenas intenciones y el consentimiento de las jóvenes: “Sabes –les
exhortan desde la web- que te mereces salir con alguien que te consienta, que
te haga crecer y te ayude tanto mentalmente como en el ámbito emocional y
financiero”.
La iniciativa goza de gran éxito en muchas ciudades
de EE.UU. y en otros países. También en Catalunya donde la proporción de chicas
por padrino es de 5 a 1 y como se señala en la web: “¿Qué otro sitio para
hombres ricos tiene números tan impresionantes como estos?”. Ni Étienne de La
Boétie hubiera imaginado una servidumbre voluntaria tan genuina.
El último reality show de moda en los EE.UU
“Neighbors With Benefits”, basado en el intercambio de parejas y con sexo en
vivo, es una buena muestra de que la intimidad sexual es también un producto de
éxito mediático.
4. Esta nueva erótica parece concebir la relación sexual
como una transacción comercial: fácil, rápido y seguro.
El capitalismo es contrario al amor por el hecho de
que no deja ningún margen para la falta, que todo en él, sexo y ternura
incluidos, aparecen reciclados en mercancías-fetiches.
“En la sociedad de consumidores nadie puede
convertirse en sujeto sin antes convertirse en producto, y nadie puede
preservar su carácter de sujeto si no se ocupa de resucitar, revivir y
realimentar a perpetuidad en sí mismo cualidades y habilidades que se exigen a
todo producto de consumo”. Esta afirmación del sociólogo Zygmunt Bauman, en su
obra “Vida de consumo”, explica muy bien esta nueva violencia a la que se ve
sometido el cuerpo y el sujeto, que exige convertirse en un producto.
Hoy ya percibimos con claridad que no sólo se trata
de liquidar formas de trabajo o de creación sino de constatar que el propio
sujeto consumidor es ante todo un consumible.
Esta tesis ha sido dicha de muchas maneras y uno de
los que la anticipó a finales de los sesenta fue Jacques Lacan cuando señaló
los rasgos de este discurso que ambiciona la anulación de cualquier pérdida -de
allí su pasión por reciclarlo todo incluida la protesta- y tiene la convicción
cínica de que en la vida finalmente se trata sólo del goce. Es por ello que el
amor -que siempre presupone la existencia de una falta, de un anhelo- no tiene
lugar en el discurso capitalista, salvo en su condición de mercancía
consumible.
“La codicia es buena” (greed is good), lema
del Gordon Gekko de la película Wall Street, anunciaba en los ‘80 la era
del darwinismo social. Richard Sennett lo corroboró más recientemente al
declarar de manera contundente que el capitalismo en los últimos veinte años se
ha hecho completamente hostil a la construcción de la vida.
La exacerbación de ese lado salvaje se inicia con la
desregulación de los años ‘80, liderada por Margaret Thatcher y Ronald Reagan,
como nos lo ha mostrado de manera rigurosa Thomas Piketty en “El capital en el
siglo XXI”. En nombre de ideales democráticos y de progreso (libertad,
autonomía, crecimiento), y con el apoyo de las nuevas tecnologías, se enmascara
esa voluntad de goce que no conoce límites y cuyo resorte pulsional y entrópico
es evidente: no tiene otra finalidad que ella misma.
Esta es la lógica que parece imponerse en nuestras
vidas: la obsolencia programada de bienes y sujetos, sacrificados en el altar
del dios money.
5. La clave de la nueva erótica digital está en eliminar
la sorpresa, minimizar el riesgo del encuentro sexual, que cada uno sepa
exactamente qué puede esperar del otro y limitar así el rechazo.
Esta lógica se hace visible en los avatares de la
sexualidad contemporánea. Como todo producto, su acceso debe regularse por un
contrato, tanto si se trata de prostitución encubierta como simplemente de web
de citas.
Una de las webs más exitosas llega de Francia, donde
tiene más de 5 millones de usuarios registrados y ahora ya en versión española:
www.adoptauntio.es. El concepto es simple: “El cliente manda y, en este
caso, las clientas. ¡Las damas primero! En el supermercado de las citas, las
mujeres encuentran buenos chollos”. Su símbolo, presente ya en muchas
estaciones de metro, es un carrito de supermercado donde las mujeres van
tirando los chicos “chollos”.
La metáfora de la compra no es solo -como pretenden-
una broma ingeniosa, sitúa la relación bajo la lógica del mercado.
La novedad es que aquí, como en la web de Manservants,
son ellas quienes eligen aunque paguen ellos. Sus promotores no dudan en
presentar como uno de sus objetivos fundamentales “la igualdad de género”
(sic). Ahora ellas dan el primer paso: “deja a un lado los prejuicios,
complejos, miedos y saca ese poder de seducción que todas las mujeres poseemos.
Tú eres quien lleva las riendas”.
6. Internet y las redes sociales han aumentado de manera
notable la percepción que tienen hombres y mujeres, no importa la edad, de las
alternativas de encontrar una pareja sexual. Para ello asistimos hoy a una
proliferación de apps guiadas por la idea del sexo easy.
Como señala la sociológa Eva Illouz, uno de los
factores determinantes para calcular la duración de una relación depende de la
percepción que cada uno tiene de las alternativas. Si la relación actual no es
satisfactoria y hay una alternativa que parece mejor, ¿qué impediría acceder a
ella en una época donde el compromiso es un concepto obsoleto? Los datos sobre
divorcios en parejas de más de 50 años muestran como ese “mercado de la segunda
oportunidad” florece al calor de estas nuevas aplicaciones.
La app Tinder, especialmente usada por
adolescentes y jóvenes (incluidos maduros), es un buen ejemplo de este
funcionamiento. Siguiendo la huella del éxito de Grindr (app para
homosexuales), se trata de una aplicación que permite localizar a otros
usuarios de la red social que se encuentran cerca. En la pantalla aparecen los
usuarios cercanos y cada uno puede aprobar o rechazarlos. Cuando hay aprobación
mutua se abre la posibilidad del encuentro.
Aquí no hay amigos ni followers, aquí sólo se
trata de conectar -a partir de una imagen- a los lazy singles para que
ellos decidan qué hacer después. Los usos son por supuesto diversos y
particulares a cada uno. Muchos de ellos no llegan nunca al contacto real y se
dedican tan solo a mirar, hablar o intercambiar las fotos con otros usuarios.
Una joven paciente, usuaria habitual de Tinder, me explica que “lo que
me gusta es que me puntúen, saber a cuantos gusto, lo del sexo no me interesa”.
Otras apps similares son la startup francesa Happn
que promete facilitar los encuentros con personas que nos cruzamos. Basada
también en la geolocalización está diseñada “para ayudar a las personas a
aprovechar las pequeñas coincidencias que puedan tener con gente que está en su
entorno y a quien todavía no conocen”. Badoo es otra app de éxito que
ofrece servicios similares.
7. La popularidad contabilizada es un rasgo común a todas
estas propuestas, donde se produce una sucesión metonímica en la que fácilmente
se puede saltar, con un simple touch de un perfil a otro, casi sin lugar para
la palabra.
Otro usuario, esta vez varón, me cuenta cómo
comparten las “conquistas” con sus amigos al comprobar que en algunos casos
tienen, dice, “cromos repetidos” para aludir al hecho que hay chicas que los
han aprobado a varios de ellos.
Realizar el acto sexual no es, pues, la finalidad
última y única de estas apps ni, sobre todo, del uso off label
(singular) que hacen muchos de los jóvenes. Hasta tal punto que los
responsables de estas aplicaciones animan a sus usuarios a testimoniar de sus
encuentros reales para que los otros usuarios del servicio se convenzan de que
la app sirve para el propósito para la que fue creada.
Incluso existe ya, con éxito en los EE.UU., una
especie de Tinder para acurrucarse sin que haya sexo de por medio: Cudder.
Inspirada en los cuddle parties, fiestas muy populares que nacieron en
2004 donde se ofrece cariño sin sexo.
8. Lo reprimido, en esta nueva erótica, no es el sexo sino
la confesión amorosa ya que no existen las palabras para explicar bien esa
inexistencia de la armonía sexual: que dos cuerpos juntos no aseguran que haya
relación.
El sentimentalismo y la historia de amor, que la
recubrían, siguen funcionando como ficciones pero con menos fuerza. Los
adolescentes, con sus nuevos semblantes sexuales, muy ligados al enjambre
digital, nos muestran como esa verdad atemporal ha estado más velada en otros
momentos por una serie de significantes amos, palabras claves, que ofrecían sin
ambigüedades un perfil claro de los tipos sexuales, una respuesta a las
preguntas de cómo ser un hombre o como ser una mujer.
Ahora, frente a la ausencia del manual de cómo hacer
con la alteridad que implica siempre el otro sexo, constatamos fórmulas en
crisis, tanto en la masculinidad -como rebote del propio declive de la imagen
social del padre- como en la feminidad con un aumento de los estilos viriles
entre las chicas.
La tesis del psicoanalista francés Serge Cottet sobre
el sexo débil de los adolescentes nos sirve de guía. Nuestros jóvenes han recibido
una amplia y suficiente educación sexual, ya desde los primeros cursos
escolares, y, sin embargo, eso no les ahorra inventar ficciones, historias de
amor, para hacer con su cuerpo y la sexualidad. Y es allí donde observamos las
dificultades.
Podemos decir que eso va por barrios y que en algunos
vemos cómo cierto tipo sexual, bien encarnado por algunos jóvenes con otros
códigos culturales, tiene éxito por remedar ese sentimentalismo, obsoleto en
otras clases sociales, a veces acompañado de actitudes de dominio y/o violencia
incluso.
9. La pornografía parece haberse convertido en la
principal escuela de iniciación sexual contemporánea, de allí su enorme éxito y
las espectaculares cifras de negocio del ciberporno.
En la era de la imagen, los relatos y cuentos sobre
los primeros amores que acompañaban la educación sentimental han perdido
fuerza. Hoy los chicos y chicas descubren la sexualidad a través de la invasión
continua de imágenes de escenas sexuales donde se muestran, hasta la saciedad,
cuerpos practicando el sexo de manera mecánica.
Si la época victoriana fue el summum de la
represión de la sexualidad hemos iniciado el siglo XXI con el éxito del porno
que hace del coito exhibido un espectáculo a la carta, basta para ello con un
simple clic del ratón. Donde había historias de amor que velaban el sexo hoy
tenemos, como señala el psicoanalista Jacques Alain Miller, la incitación y la
provocación a través de fantasmas filmados con la variedad apropiada para
satisfacer los apetitos perversos en su diversidad.
10. Si en la erótica analógica primaba la transgresión,
aquí se trata de combatir la abulia y la depresión mediante la compulsión para
reanimar un deseo un tanto alicaído. Hoy una declaración de amor eterno es, sin
duda, más transgresora que el sexo itinerante.
En el uso de estas tecnologías observamos las dos
tendencias siempre presentes en cualquier objeto: la que apunta al amor y al
lazo y aquella que, bajo la forma compulsiva, produce autodestrucción. Cómo si
se tratase de un casting amoroso, prima la evaluación del sujeto
reducido al fetichismo de la mercancía.
Lo virtual permite, además, reducir el impacto del
encuentro con el cuerpo del otro. En cierto modo “limpiar” lo sexual de sus
impurezas, convertir lo que podría ser deseo oscuro en una transparente
voluntad. La app Good2go (http://good2goapp.com/), creada por una madre
de estudiantes, se propone así como una herramienta para tener relaciones
sexuales consensuadas “previniendo o reduciendo así el abuso sexual”, lo que
incluye un test de sobriedad y el “sí quiero” explícito.
Incluso el propio acto sexual tiene esa función de
velo para enmascarar lo que el sexo mismo tiene de enigmático. Un paciente
relata un triple encuentro sexual con usuarias de Tinder en el intervalo
de un “finde”. En el trasfondo de esa metonimia, que le permite deslizarse de
una mujer a otra con un simple touch, está la novia que ha dejado por no
poder traspasar el tabú de la virginidad. Hacerlo con otras, desconocidas, le
permite mantener la ficción de esa armonía entre los sexos, la ilusión de que
la relación sexual existe, aunque sea reducida a la gimnasia del acto.
Publicado en La Vanguardia-Culturas.
Ilustraciones by Carlos Rolando
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